Una parte significativa de nuestra Clase Política se encuentra fosilizada, constituyen una especie de dinosaurios del presente y del futuro.

Nuestra Clase Política ejerce una praxis social como si la sociedad fuera estática; su agenda y sus acciones no encuentran eco en el resto de nuestro tejido social, de la sociedad a la cual dicen representar y quieren dirigir.

Un componente importante de la Clase Política se encuentra anquilosada, atomizada y esclerotizada; no importando la edad biológica de sus miembros; pues en la sociedad del conocimiento, lo que caracteriza al sujeto social no es la edad cronológica, sino su sitial en el acontecer humano, agregando valor en sus decisiones y trascendiendo en el espacio-tiempo, en su radar social a través de la multiplicidad de sus interacciones con sus semejantes.

Hoy, el rol de un ser humano, y sobre todo de un Profesional de la Política, es preguntarse permanentemente las consecuencias de sus acciones; los efectos de sus decisiones; de cómo repercute su liderazgo frente a sus seguidores y a la comunidad o sociedad que representa y desea representar; cómo genera relaciones de confianza, de credibilidad y lealtad; cómo, a fin de cuentas, utiliza las herramientas de la comunicación como un baluarte fundamental para mantener un espacio de armonía y sinceridad para los grupos y/o la sociedad que representa.

Sencillamente, una parte de nuestra Clase Política no conoce ni tiene Inteligencia Emocional. La Inteligencia Emocional como señala Robert Cooper es “La aptitud para captar, entender y aplicar eficazmente la fuerza y la perspicacia de las emociones en tanto que fuente de energía humana, información, relaciones,  influencia. O, como el uso inteligente de nuestras emociones. La Inteligencia Emocional como la capacidad de responder de la mejor manera posible a las exigencias que el mundo nos presenta”.

David Goleman nos recrea que “La Inteligencia Emocional nos permite que nuestras emociones trabajen para nosotros, para guiar nuestro comportamiento y a pensar de manera que mejoren nuestros resultados”.

La Inteligencia Emocional nos permite reaccionar de manera creativa frente a las oportunidades y obstáculos que se nos presentan en la vida, tomando en cuenta los intereses de los demás, propiciando mecanismos y espacios de conectividad que coadyuven a expandir la resonancia del liderazgo, generando nuevas posibilidades más creativas y soluciones más halagüeñas para el colectivo que representamos.

La base del coeficiente emocional, para Goleman, es propiciar el control de los impulsos como vehículo de la emoción. Es evitar carecer de autocontrol fortaleciendo la voluntad y el carácter. Es saber cómo reaccionar frente a acontecimientos que no controla y de cómo se maneja en su círculo de influencia. Lo que determina nuestra inteligencia no es lo que nos ocurre, sino como reaccionamos frente a lo que nos ocurre. Nuestra actitud frente a ello, determinará nuestra altitud- grandeza, frente a aquellos que nos rodean.

Un efectivo liderazgo siempre trata de buscar una meta común, que para fines de un Partido o una sociedad, es lograr los objetivos de la organización por encima de todo, independientemente de sus intereses particulares.

La Clase Política nuestra, debe trascender los esquemas y estereotipos con que hasta ahora ha venido jugando su rol; todo lo cual, la está llevando a ser de las instituciones peor valoradas, tanto en estudios nacionales como internacionales.

“La vida  no es más que una serie de pequeñas decisiones, prácticas, emocionales e intelectuales, organizadas sistemáticamente para nuestra grandeza o nuestra desgracia” (William Games).

Un Político debe saber gestionar las expectativas de la gente, saber adaptarse al entorno societal que desea representar o representa; pensar estratégicamente; saber impulsar y gestionar el cambio; construir la empatía; saberse comunicar; generar, crear y recrear consensos; influir y persuadir a los demás; fomentar la colaboración y poder crear relaciones y asociaciones con sus grupos y la sociedad que le permitan articular proyectos estratégicos de manera armoniosa y sostenible.

El Analfabetismo emocional de nuestra clase política se puso en evidencia en la Convención XXIX del PRD y en algunas de las respuestas al discurso del Presidente Fernández el  27 de Febrero. Miguel Vargas realizó una rueda de prensa en la que pedía a los organizadores de la Convención no emitir los boletines oficialmente, hasta tanto no se investigara los 200,000 peledeístas que habían votado. Este había enviado una comunicación a los miembros de la Comisión Organizadora y, sin que estos aún terminaran de leer la misiva, ya estaba haciendo una rueda de prensa, pidiendo y exigiendo cosas humanamente impracticables.

Un error descomunal de deficiencia en la Inteligencia Emocional. De igual manera, el Dr. Esquea no respondió en la rueda de prensa con suficiente inteligencia emocional. Se alteró y reaccionó de la misma manera que Miguel Vargas; olvidándose que él era el árbitro de una competencia interna donde era Presidente de la misma. Dio ganador al Ex Presidente Hipólito Mejía en los tres boletines sucesivos, cuando no debió hacerlo en esa oportunidad y respondió varias “exigencias” de Miguel Vargas que no debió. Tenía que colocarse por encima de esas iniquidades.

De igual manera, la reunión de la Comisión Política presidida por Miguel Vargas y la posterior Comisión creada -todos con seguidores de éste- pone de manifiesto no sólo la falta de inteligencia emocional y habilidad social, sino al mismo tiempo, la estatura ética en esa conducta, en esa parte del conflicto.

Días antes (27 de Febrero), le preguntaron al Ex Presidente Hipólito Mejía, qué opinaba respecto al discurso del Presidente. Este dijo “Yo no lo oí ni lo vi. Pero creo que es lo mismo y si no es lo mismo me da la gana de decir que fue lo mismo”.

Una falta clave de las cinco dimensiones de la Inteligencia Emocional: el Autocontrol, elemento fundamental para poder dirigir a los demás y a sí mismo. Una respuesta del estado del alba primitivo del ser humano, que encuentra eco en nuestra sociedad por el estado clientelista, paternalista y neopatrimonialista del escenario público, para los que están y para los que quieren volver.

La Inteligencia Emocional nos ayuda a comprender que nadie tiene que perder para que uno gane. Que en el juego de la democracia con el solo hecho de competir, ya somos triunfadores. La Clase Política nuestra tiene que repensar la política como escenario de convivencia, de intereses, de competencia; donde el protagonista estelar, siempre ha de ser la sociedad, por ello debe asumir la frase de Proust cuando nos decía “los viajes de descubrimiento no consisten en visitar lugares remotos sino en ver el mundo con nuevos ojos”.

La falta de Inteligencia Emociona nos lleva a la rigidez, a no saber negociar, a no saber gestionar los conflictos, a crear relaciones pobres, a la arrogancia, agresividad, prepotencia y a la incapacidad de crear redes de cooperación y relaciones provechosas para todos. La Inteligencia Emocional nos permite lograr con más efectividad la concertación, la necesaria cohesión social y no la adhesión; nos permite cohabitar con más acierto y a evitar la ceguera periférica; coadyuva al fin, a un mayor desarrollo político y a cerrar el cuello de botella con que hoy nos acogota una buena parte de la clase política.