Hay una narrativa instalada en el país que se inscribe en la lógica de civilización vs barbarie. Según la cual, los dominicanos se dividen entre una parte civilizada, pensante y de bien y otra -la mayoría- representante de lo absolutamente contrario. Sería, entonces, el clivaje fundamental que define la sociedad dominicana. El contexto de elecciones y pandemia proveyó una plataforma para que dicho sentido común operara de manera muy nítida. Mostrando, así las cosas, lo nocivo y peligroso que puede ser.

Son tres los momentos en los que, recientemente, se ha movido esta lógica de civilización vs barbarie en el marco de elecciones y pandemia. El primer momento tuvo lugar cuando se decretó el primer estado de emergencia. En el espacio de las redes sociales comenzaron a circular los mensajes de “quédate en casa”. Figuras de la farándula encabezaron campañas gubernamentales y privadas en las que se llamaba a la gente a no salir de sus casas. Sectores de clase media alta acomodada, para quienes confinarse no implica poner en riesgo su sustento básico, pedían, mediante eslóganes y desde sus espaciosas viviendas y apartamentos en torres, que todos se encerraran. Porque encerrarse “salvaba vidas”.

Dicho sector, a partir de su capacidad de reproducción social, cooptó la discusión pública escenificada en redes y medios tradicionales. Hubo, pues, una suerte de proceso de hegemonía donde una parte de la sociedad acaparó los medios reproductores de sentido para decirle a las otras partes cómo debían comportarse en dicha situación de emergencia. Pero lo hizo desde su concepción de mundo, el cual está específicamente determinado por el lugar que ocupa en la estructura social. Esto es, hablando desde sus privilegios a un pueblo cuya inmensa mayoría no goza de ningún privilegio. Desde esa comodidad ciertos privilegiados se arrogaron el derecho de definir, en función del cumplimiento que se hacía de las medidas de confinamiento, quiénes eran “civilizados” y quiénes “salvajes” que salían a la calle a “poner a todos en riesgo”. Ignorando el hecho estructural de que, en una sociedad donde más del 70% de los trabajadores reciben salarios insuficientes para cubrir la canasta básica y donde más de la mitad del empleo es informal, para la gran mayoría de dominicanos salir a la calle es una necesidad vital. Es en la calle, con la circulación y dinámicas que allí se generan, que la parte mayoritaria del país consigue su sustento.

El segundo momento se dio en el contexto sui generis de elecciones en medio de una pandemia. Sobre todo, cuando el gobierno asumió en clave electoral dicho escenario y se lanzó a capitalizarlo para beneficiar su propuesta y candidato presidencial. Con lo cual, hubo una exacerbación del clientelismo ante una sociedad mayoritariamente precarizada por la coyuntura de crisis sanitaria y económica. De ahí las imágenes del reparto de salchichón, pollos muertos y vivos, sacos de arroz, gas, etc. La lectura que hizo el sector privilegiado de aquello fue que hay una parte del país pobre e “incivilizada” que, si acudía a las urnas en masa, reelegiría a los corruptos del gobierno porque vota con el estómago y no con la cabeza.

El tercer momento se dio finalizadas las elecciones, y conocida la derrota aplastante que sufrió el gobierno, cuando algunas personalidades de la opinocracia dominicana posicionaron que los “popis” de sectores ricos y de clase media alta de núcleos urbanos -sobre todo de la capital- habían “votado en masa”, y que, gracias a ello, se pudo sacar al PLD del gobierno. Es decir, que los ricos habían sido los que sacaron a los corruptos del poder (obviamente dijeron eso sin mostrar datos ni detenerse en un análisis más de fondo). Siendo estos últimos, los “civilizados” que, como no votan con el estómago, pueden elegir racionalmente. Incluso un analista radial, médico de profesión él, hizo un rocambolesco y ahistórico comentario, bastante divulgado en redes, donde afirmaba que la clase media es la que ha hecho “todas” las revoluciones y que los pobres, a quienes en el contexto del país asociaba con seguidores de la música urbana, debían “tirar más páginas a la izquierda”. En un ejercicio de deconstrucción de dicha opinión, podemos incluso mostrar la contradicción interna de la misma pues evidencia flagrantes desconocimientos de procesos históricos que no se pueden interpretar desde un maniqueísmo tan lineal. Es decir, a él también le faltaría “tirar más páginas a la izquierda”.

Así, vimos cómo, en el contexto reciente de escenario electoral y pandemia, la sociedad dominicana fue interpretada en lógicas de civilización vs barbarie a partir de la hegemonía cultural de ciertos sectores privilegiados. La flagrante desigualdad existente en el país, es la base sobre la que opera dicha lógica. Y que, por lo mismo, la hace tan peligrosa. Porque la pobreza material y cultural que padece la mayoría de los dominicanos, no es producto de elección propia ni resultado de avatares naturales de la historia, sino de relaciones de poder y estructuras concretas. La mayoría pobre lo es porque sufre exclusión material y simbólica. Y, en tanto tal, no tiene acceso a mecanismos de educación ni de ingreso que le permitan, por ejemplo, asumir con mayor disciplina social la actual crisis sanitaria.   

Persistir en esa lógica de civilización vs barbarie, es, por tanto, condenar a la inmensa mayoría de nuestros compatriotas a lo que Frantz Fanon categorizó como el lugar del no ser. Es decir, colocar gente en un nivel de existencia inferior al “legítimo” donde, por consiguiente, no se le reconocen derechos. Esto último lo vemos gráficamente operando en las redadas que hace la policía para hacer cumplir los toque de queda. En los barrios pobres y populares, donde viven los “salvajes”, se aplica la ley marcial con rigor despojando y tirando gente en camionetas para llevarlas detenidas. No se le reconocen derechos prácticamente. Porque se parte del entendido de que, precisamente, pertenecen al lugar del no ser. Entretanto, en los sectores privilegiados se salvaguardan derechos y privacidad de las personas. La mayoría de víctimas de la pandemia son pobres y precarizados porque, o bien no pueden aplicar el distanciamiento social pues viven hacinados y con enfermedades preexistentes resultado de mala alimentación, o bien no tienen acceso a adecuados servicios sanitarios. En fin, los “bárbaros” son los que están poniendo los muertos y los “civilizados” apenas miran y critican de lejos.

Tras esta crisis inédita, debemos avanzar hacia un país sin “salvajes” ni “civilizados” sino de iguales cuyos derechos sean garantizados por el estado. Particularmente el derecho a una educación de calidad para incentivar una sociedad mucho más reflexiva. Así mismo, el fundamental derecho a la salud a fin de garantizar el cuidado de la gente; sobre todo de los más vulnerables.