El tema es tan antiguo como el mismo proceso de “descubrimiento”, conquista y colonización, que acompañó el despliegue de la cultura occidental en el mundo americano. Fue, incluso, la base ideológica del despojo. Y sobrevivió en la cultura, y justificó el resurgimiento de la esclavitud como modo de producción que era un sistema agotado en la sociedad europea. Y permitió la condena de las creencias del “otro”, partiendo de ese binarismo sustancial que enfrentaba la “civilización” a la “barbarie”. Para aplacar las angustias del filisteo, el mundo europeo creó el estereotipo del “otro”, el bárbaro; frente a la sublimización de sí mismo como el “civilizado”, el portador de la luz y los saberes. Fue encaramado en ese presupuesto que el mundo “civilizado” justificó todo el exterminio en América.
Hay una enorme bibliografía sobre este tema que es imposible agotar en esta pequeña serie temática, pero quienes quieran ilustrarse sobre éste antiquísimo debate del mundo americano pueden leer a Roberto Fernández Retamar, quizás el tratadista contemporáneo que más profundamente ha agotado el tema. En la Universidad de la Habana yo fui asistente de aula del profesor Retamar, y conozco en profundidad los enormes retos intelectuales que confrontó para tejer minuciosamente esa tupida red de ideas con las cuales desbrozó el camino a la comprensión de ese falso dilema, situándolo en el plano de la falsa conciencia (ideología), necesario para llevar a cabo todo el proyecto colonizador.
Pero tanto en el nivel del debate de lo político, como en la especificidad de la cultura del mundo americano, la formulación conflictiva de la falsa dicotomía entre civilización y barbarie, se hizo dilema intelectual y político con los artículos publicados en el 1845 por Domingo Faustino Sarmiento, en los cuales se pretendía, partiendo de una caracterización de Juan Facundo Quiroga, esculpir un arquetipo del “bárbaro” en la práctica de la política argentina. En realidad, las ideas de Sarmiento apuntaban hacia el dictador Juan Manuel Rosas, quien en esos momentos oprimía a la Argentina. Incluso antes de Sarmiento, el romanticismo argentino había diseñado en la figura de Juan Manuel Rosas al típico personaje político de la barbarie, representado en aquel cuento de Esteban Echeverria titulado “El matadero”. Cuando Sarmiento escribió ése libro tan celebrado, “Facundo”, vivía en Chile su segundo exilio; y fue esa puntillosa descripción de opuestos: civilización contra barbarie, ciudad contra campo, la forma de vida del gaucho contra la forma de habitar las ciudades, el poncho contra el frac, etc; la que estructuraría ése falso dilema que recorrería el continente como ideología, práctica política y debate intelectual.
No existe en América un tema que se haya metamorfoseado tanto en el campo político como ése de la confrontación entre civilización y barbarie. Ni ningún otro que se haya convertido tan extensamente en un tema instrumental para justificar la opresión. Los dictadores de nuestras naciones lo usaron como programa, haciendo ver que estaban habitados por un Dios, y portaban la luz de la civilización. Situar al país ante la disyuntiva de “civilización o barbarie” es como acceder al panteón del viaje, porque es desplegar un humor ofensivo que hace renacer sin cesar en nuestra historia la figura del dictador y del mesías. Lilís fue “el civilizador”, Mon Cáceres pujaba lo moderno como un valor fiduciario de la mano dura, Eladio Victoria “no comía pendejá” con las ciudades, Trujillo era el progreso en acto, y fundió arielismo y hostosianismo para construir la ideología del progreso, Balaguer era “tan lánguido tan leve y tan sublime” con el concepto de civilización, que sus crímenes quedaban justificados sólo por eso. Ahora entramos en una nueva etapa: Leonel Fernández quiere vender su regreso al poder invocando ese falso dilema de “civilización o barbarie” que, como hemos visto, ha cabalgado en la historia americana para encubrir la opresión y el despojo.
Yo sé que Leonel Fernández naufraga como político en el espesor de la palabra que arroja ante el auditorio pretendiendo encantar para volver al poder, y que confunde la vida con la nerviosidad. Pero la realidad no es exactamente equivalente a sus buenos logros verbales, y hacernos creer que él es la civilización y todos los demás la barbarie, es por lo menos creerse que él habita en las regiones de una humanidad superior, y que los demás no tenemos memoria. Ese dilema tiene, además, una particular aventura entre nosotros que veremos transcurrir en el próximo artículo.