Después de unos días de mudanza que me han dejado molida, y más tranquila después de que a una persona de mi afecto y con quien compartí en días previos le saliera una prueba PCR negativa, la noche del jueves pensé dormirme bien temprano. El agotamiento físico y mental prometía dulces sueños. Luego de cenar con mi hijo hecho un hombre, en la mesa en que desayunábamos para llevarlo al colegio, solo me faltaba cerrar los ojos con una sonrisa. Regresar a mi país ha sido tan plácido como agotador.

En eso me llamó mi esposo desde Ciudad de México (un huso horario detrás de República Dominicana), que iba camino a la última de las celebraciones de despedida que le tenían sus compañeros de trabajo mexicanos.

La noche del jueves era su última viviendo en México luego de seis años; y, más que eso, el cierre de un ciclo de veintiséis años en la empresa en la que ha laborado y que le llevó a diario en viajes por carretera a las afueras del Gran Santo Domingo y Pedro Brand, los veinte primeros; así como a Tultitlán, Estado de México y Sahagún, Estado de Hidalgo, en los años subsiguientes.

Entre otras cosas, esa faena en el sector industrial le ha dado a Ricardo muchas horas de carretera y reflexión. La última de esas plantas de fabricación de acero, queda a una hora y media del lugar en que residíamos en la capital mexicana.

Me preguntó si tenía fuerzas para esperarlo despierta y contarnos nuestro respectivos días. Le contesté como las Chiquitas: claro que yes. Mentira piadosa mía, me caía del sueño. Un café Santo Domingo colado en greca, utensilio que tanto llamaba la atención a mis amigos mexicanos (le decían la ollita de Angie) me ayudó a esperar; y aunque encendí la televisión, no la vi en realidad.

Con el hábito de tener el celular en la mano, andaba pensando en lo que escribiría la mañana siguiente para estas líneas acerca de la exposición Pedro Henríquez Ureña, ciudades e ideas, recorrida en una visita guiada por su organizador Miguel D. Mena, y en la que me acompañaron Lidia Díaz y sus familiares.

Imágenes de la exposición Pedro Henríquez Ureña, ciudades e ideas

A Lidia, empresaria exportadora, la conocí hace poco tiempo en México por motivos profesionales, y de la conversación que tuvimos en la Librería El Péndulo de la colonia Roma, descubrí que hablaba además con una poetisa con obras publicadas en España. Tan pronto le comenté de la exposición de nuestro amigo común Miguel en Santo Domingo, quiso acompañarme a la visita cuando ambas regresáramos al país.

Ese día, exactamente el sábado pasado, Miguel, algo impaciente debido a su puntualidad germana adquirida luego de vivir por años en Berlín, me esperaba mientras un apenado chofer venezolano que me transportaba en un vehículo adscrito a la plataforma InDriver, se excusaba por haberse confundido con la dirección de destino.

Luego de un rato atrapados en un taponamiento dentro de la Zona Colonial, finalmente el migrante caraqueño me dejó en la Arzobispo Meriño núm. 2.  Lidia, su familia, un descendiente de Federico Henríquez y Carvajal tío de P. H. U. que también visitaba la exposición y una servidora, disfrutamos del paseo oral de D. Mena, especie de cartógrafo Pedrista.

Nuestro anfitrión conduce por un recorrido especial que próximamente subirá a YouTube para una visita virtual, por los mismos pasajes de la vida de Pedro exhibidos en el Centro Cultural Español.

Dibuja el mapa emocional que conforma la vida de Henríquez Ureña, un dominicano que pasó la niñez en Santo Domingo; la adolescencia entre Cabo Haitiano y Nueva York; se hizo hombre en un escape a Ciudad México vía La Habana y Veracruz; persiguió la utopía americana en Minnesota y en Washington; se fue a la otra orilla del mar a entender la herencia española desde Madrid; y, finalmente, montado en un vagón de tren, entre Buenos Aires y La Plata, la parca lo alcanzó y, en lugar de llevarlo al aula donde unos estudiantes de bachillerato lo esperaban, lo condujo dormido al infinito en actitud de maestro eterno.

Sí, de eso debo a escribir, pensé la noche del jueves. Mientras, mi algoritmo de YouTube propuso un pasatiempo en lo que esperaba la llamada de Ricardo. En un conjunto de operaciones sistemáticas basada en lo que consulto en los buscadores, y casi adivinando que me moría del sueño, Algie, nombre que daré a mi algoritmo y alter ego, me propuso escuchar un audio grabado por la BBC el 6 de diciembre de 1980, en Nueva York.

Se trataba de la última entrevista que dio John Lennon, apenas dos días antes de su inesperado asesinato, al DJ británico Andy Peebles. El músico y cantante tenía cinco años sin ofrecer una entrevista radial, se escucha radiante y feliz, con mucho afán de comunicar ideas; tanto, que casi ni deja hablar a Yoko Ono. Se toma el tiempo de desmentir supuestas verdades sistemáticas que todavía se afirman sobre su vida artística y personal, respecto de esos cinco años de 1975 a 1980, en que prefirió poner de lado su carrera artística para apoyar la crianza de su hijo menor Sean.

La entrevista me dio dos horas de vigilia, en lo que Ricardo cenaba con sus cuates acereros. Justo es mencionar que nunca la había oído, lo que hace a Algie más que un algoritmo, una suerte de bella genio en la botella. Cuento que la noche del 9 de diciembre de 1980, la BBC la pasó de nuevo cuando el mundo, devastado con la noticia de la noche trágica del 8 diciembre, se preguntaba, ¿qué había ocurrido? Solo puedo imaginarme lo que sentiría Peebles, y ni hablar de Ono.

Entrevista de DJ Andy Peebles a John Lennon y Yoko Ono el 6 de diciembre de 1980

Sin embargo, el radio de onda corta de mi papá en que intenté escucharla en mis años de adolescencia esa noche, traía mucha interferencia. Y aunque oía las voces del entrevistador y de los dos entrevistados, no distinguía las palabras. Algie sabía que hace cuarenta años quise escuchar eso, y aunque había leído retazos del testimonio de Lennon, nada como la oportunidad de disfrutar de su oralidad, que nos dice tanto sobre las personas.

Durante el paseo que nos hizo Miguel por la vida errante y emocional de P. H. U., los visitantes y el anfitrión lamentamos que no exista una grabación que nos permita escuchar la voz de Henríquez Ureña. Sin embargo, existe un audio de Jorge Luis Borges y un video de Ernesto Sábato en los que se refieren a él y desprenden hilos que conducen por los vínculos de amistad de esos dos argentinos con el temple del dominicano. También, existe un video que merece especial atención. Me refiero a la entrevista de mi querido Fausto Rosario a su hija Sonia Henríquez de Hlito en AcentoTV hace unos años. Adivino los gestos y pausas del papá a partir de los de esa hija que tanto se le parece físicamente.

La exposición que próximamente Miguel pondrá en la cuenta cielonaranja de YouTube, permite entender cómo P. H. U. configuró una ciudadanía americana y lo que experimentó al vivir en tantas ciudades. En la entrevista de la BBC, Lennon dedica largo espacio de la conversación a explicar lo que Nueva York significaba para él, las diferencias entre la vida en Liverpool y Londres, en lo creativo y en lo humano. Durante los siete años que cumplía viviendo en América, se le escucha agradecido de la Gran Manzana. Interesantes coincidencias entre uno y otro, respecto del estado emocional que vive el migrante y lo que aprende sobre el solar patrio y sobre sí viviendo en el extranjero.

Como antes he asentado, a modo de oficial del estado civil ad hoc, Miguel D. Mena es causahabiente directo de P. H. U. por derechos adquiridos. Su afán por reconstruir a ese padre cultural de todos los dominicanos, lo llevó a una hazaña increíble. Encontró la agenda de P. H. U. escrita a mano y entregada a su albacea, y recuperada por su hija Sonia. Como la BBC de Londres respecto del ex Beatle, Miguel ha reconstruido los últimos días de Henríquez Ureña, día por día. ¿Ya ve por qué los Pedristas queremos tanto a Miguel?

Miguel D. Mena

Sonó mi teléfono y Ricardo se sorprendió de no escuchar mi voz soñolienta. Por el contrario, me encontraba en la cocina sirviéndome un snack, todavía entretenida con mis reflexiones sobre la vida emocional de las personas migrantes, las ciudades e ideas, luego de escuchar la entrevista de la BBC. Mi amado se escuchaba feliz y no dejaba de hablar. A diferencia mía, Ricardo es una persona más privada y menos parlanchina. Aquellos cercanos a él saben que ese jueves en la noche cerraba con un gran broche una larga etapa de su vida profesional y personal en esa empresa que fue su empleadora y esa ciudad que nos acogió.

Me dediqué fascinada a escucharlo tan entusiasmado como el rockero hablando de su vida en la radio, y planificando pasos futuros como los que Pedro asentó en su agenda. Entendí que era un momento para agradecer por la salud de Ricardo y la oportunidades que seguramente emprenderá, que incluyen su ilusión de integrar a la familia una perrita golden retreiver, que aunque no ha nacido, tiene nombre: Filomena Emilia.

Colgué con él, y cuando iba a abrazar la almohada Algie tenía algo más para mí. De manera automática salió una nueva entrevista grabada en 2020. En el podcast, el entrevistado era Paul McCartney, y el entrevistador, curiosamente, no era un periodista o un DJ. Era Sean Lennon. Más corta que la del padre de 1980, en este conversatorio, el hijo y el amigo sobrevivientes a Lennon sostienen un diálogo íntimo. El hijo del finado confiesa que es la primera vez que le pregunta a alguien sobre aspectos de la vida de su papá que nadie más le había podido decir. Por ejemplo, cómo era su abuela Julia, madre de su padre, y cómo era su papá en la adolescencia.

Miguel D. Mena termina su paseo guiado mostrando una carta de P. H. U. cuando acepta venir a Santo Domingo en 1931, con la condición de que de tiempo en tiempo, sus dos hijas puedan salir a otras ciudades y experimentar la perspectiva que otorga la migración. Lennon termina su entrevista, sin saber que sería la última de su vida, diciendo que lo que más le gusta de Nueva York es que lo hace libre de salir a la calle a caminar; ir a un restaurante, al cine, sin que nadie lo trate como un celebridad más que para saludarlo con afecto y mandarle besos a su pequeño hijo. McCartney contesta a la pregunta final de Lennon hijo, en la que el chico le pregunta, ¿cuál canción de papá en su etapa de solista es tu preferida? Con sobrado buen gusto el primero contesta, Beautiful boy, tema que Lennon le escribió a ese hijo cuando era un niñito.

Siento que todos los dominicanos somos un poco como Sean Lennon, excepto que no sabemos el nombre de nuestro padre cultural. Somos huérfanos de ese padre de utopías que Miguel nos quiere devolver. La canción I’m loosing you de Lennon comentada con DJ Peebles esa tarde en Nueva York (no deje de escuchar la versión ft Gustavo Cerati), se torna profética, cuando pienso en lo que olvidamos trasladar a nuestros hijos.

Concluyo este artículo asentando lo que tal vez José Ricardo, Andrea y Simón conocen, pero quizás no tan claramente, porque son más jóvenes. Su papá, en el caso de los dos primeros, y su tío, en el caso de mi hijo, dio lo mejor de sí en ese empleo y sale de esa empresa después de cumplir 1,210 (3.4 años) sin accidentes con pérdida de tiempo, un récord mundial de esa multinacional, solo compartido con otro par en Canadá.