La ciudadanía tiene varias dimensiones: es político-participativa, es económico-productiva, es popular-incluyente, es con-ciudadana, es ecológica, y por último es terrenal.
En el contexto actual de un régimen de excepción, que no respeta sino que hiere la ciudadanía de todo un pueblo, necesitamos profundizar en este tema.
La ciudadanía es un proceso inacabado, y abierto siempre a nuevas adquisiciones de conciencia de los derechos, de participación política y de solidaridad, como fundamento de una sociedad humanizada. Sólo los ciudadanos activos pueden fundar una sociedad democrática, como sistema abierto (democracia sin fin, en el decir de Boaventura de Souza Santos), que se siente imperfecta pero al mismo tiempo siempre perfectible. Por eso, el diálogo, la participación, la vivencia de la corrección ética y la búsqueda de transparencia constituyen sus virtudes mayores.
La ciudadanía se realiza dentro de una sociedad concreta que elabora para sí proyectos, muchas veces conflictivos entre sí, de construcción de su soberanía y de los caminos de inserción en el proceso mayor de planetización. Todos ellos quieren dar respuesta a la pregunta: ¿qué Brasil, después de más 500 años, queremos finalmente? Ocurre que el golpe actual ha interfirido tanto en la Constitución, poniendo límites a los gastos sociales, que acaba por hacer imposible la creación de un Estado Social Democrático nacional. Es un proyecto contra la nación libre, contra el pueblo y su futuro.
Fundamentalmente, y simplificando una realidad muy compleja, podemos decir que hay actualmente dos proyectos antagónicos disputándose la hegemonía: el proyecto de los muy ricos, antiguos y nuevos, articulados con las corporaciones transnacionales (y hoy sabemos que apoyados por el Pentágono) quieren un Brasil menor del que realmente es, un Brasil con un máximo de 120 millones, pues así, creen ellos, daría para administrarlo en su beneficio sin mayores preocupaciones. Los restantes millones que se fastidien, pues han tenido que acostumbrarse siempre a vivir en la necesidad y a sobrevivir como han podido. Bastan políticas pobres para calmar a los pobres.
El otro proyecto quiere construir un Brasil para todos, pujante, autónomo, activo, altivo y soberano frente a las presiones de las potencias militaristas, técnica y económicamente poderosas, que buscan establecer un imperio del tamaño del planeta y vivir de la rapiña de las riquezas de los otros países. Aquellas se asocian con las élites nacionales que aceptan ser socios menores y agregados al proyecto-mundo, a cambio de ventajas que pueden obtener en lo económico. Quieren recolonizar América Latina particularmente Brasil para que sea sólo exportador de commodities, y desnacionalizar nuestra infraestructura industrial (energía eléctrica, petróleo, tierras nacionales, etc).
Los dos golpes que conocimos en la fase republicana, el de 1964 y el de 2016, se tramaron y se ejecutaron en función de la voracidad de los muy ricos contra el pueblo, negándose a construir un proyecto de nación soberana que tendría mucho que contribuir a esta fase planetaria de la Humanidad. Ellos no tienen un proyecto de Brasil, solamente un proyecto para sí, para su acumulación absurdamente cuantiosa.
La correlación de fuerzas es profundamente desigual y corre en función de las élites opulentas que según Jessé Souza compran a las demás élites. Ellas consiguieron dar el golpe a Dilma Rousseff e hicieron tanto que, con un proceso judicial completamente viciado, pusieron en la cárcel al expresidente Lula, que goza, con creces, de las preferencias electorales del pueblo.
Esas élites del atraso no tienen nada que ofrecer a los millones de brasileros que están al margen del desarrollo humano sino más empobrecimiento y discriminación.
Pero estas élites -que ni este título merecen, pues son sólo ricos sin llegar nunca a ser élites (Belluzo)-, no son portadoras de esperanza y, por eso, están condenadas a vivir bajo permanente amenaza y con miedo de que, un día, pueda revertirse esta situación y perder su posición de riqueza y de privilegios.
Ésta es nuestra esperanza: que el futuro acabe perteneciendo a los humillados y ofendidos de nuestra historia, que un día -y ese día llegará- heredarán las bondades que la Madre Tierra reservó para ellos y para todos.
Es utópico pero representa el sueño de todas las culturas: que, un día, todos, alegres, se sienten juntos a la mesa, en la gran comensalidad de los libertos, gozando de los frutos de la generosidad de la Madre Tierra. Entonces, mirando hacia atrás comprenderán que valió la pena la resistencia, la indignación contra las injusticias y el coraje de cambiar.
Sólo entonces comenzará una nueva historia, de la cual los resistentes y luchadores serán los principales protagonistas de aquello que, en el caso de nuestro país, podrá ser la verdadera refundación de Brasil.