La lucha contra la desigualdad no es cuestión de limosna o filantropía. La desigualdad no sólo es lesiva para las personas más pobres; también es nociva para el conjunto de la sociedad, incluso los superricos, aunque con frecuencia se ignora este hecho. La progresiva reducción y eventual eliminación de la desigualdad es un deber de todos-y sobre todo de los privilegiados- pues silenciosamente afecta la calidad de vida de todos.

Quizás la historia de la esclavitud- la forma más extrema de desigualdad-  sirva para ilustrar la explosividad creada por el abismo entre los de arriba y los de abajo. La desigualdad no es solo material: el esclavo no solo carece de bienes materiales, sino que padece la falta de libertad y de los más elementales derechos ciudadanos. En retrospectiva vemos con claridad en las luchas libradas para abolir la esclavitud en Haití y Estados Unidos, la horrorosa destrucción que provocó el eventual estallido con graves consecuencias para los antiguos amos. En estos casos son evidentes las enormes pérdidas sufridas al estallar la insostenible condición de desigualdad que significa el ser “propietario” de sus semejantes en base a la fuerza y el terror. La desigualdad extrema es una bomba de tiempo que suele terminar en un estallido social de consecuencias extremas.

Pero no es solo en lo material que el abismo entre los privilegiados y los marginados crece a ritmo galopante. Mientras las mujeres de arriba cada día más tienen su primer hijo después de cumplir veinticinco años (por lo menos después de terminar estudios universitarios), las de abajo con frecuencia no llegan a quince años sin salir embarazadas (antes de terminar los estudios secundarios). Este patrón de conducta castiga no solo a las madres prematuras en su salud física y mental y cercena sus posibilidades de desarrollo profesional y su capacidad de producir ingresos para sostener a sus familias como madres solteras, sino que prácticamente condena a los hijos a repetir la vida de miseria y penurias de sus progenitores. Negar a los adolescentes la formación, los valores  y los conocimientos que inducen a posponer tener hijos hasta el momento apropiado es un fuerte contribuyente a la creciente brecha social que desgarra la sociedad dominicana. Tomemos cartas en el asunto.

La reducción de las desigualdades –económicas, sociales y de poder- debe ser una absoluta prioridad del estado y de la sociedad civil en la República Dominicana. Para ello tenemos que forjar la voluntad política para desmantelar la estructura que actualmente ensancha progresivamente la brecha entre los que tienen y despilfarran mucho (“ciudadanos de primera”), y los que pasan hambre y carecen prácticamente de todo (“ciudadanos de segunda”.

Entre los agravantes principales de la desigualdad figura en lugar principalísimo la corrupción que desvía recursos estatales destinados a inversiones y servicios. También es un factor de peso la evasión fiscal que impide que se canalicen recursos suficientes para mejorar la provisión de servicios básicos financiados con fondos públicos, pues perjudica sobre todo a los ciudadanos más marginados que dependen de ellos por no tener la opción de pagar servicios privados de educación, salud y recreación. Además, la ineficiencia del estado- léase la burocracia excesiva y abusiva- en proveer servicios de calidad a la ciudadanía contribuye a mantener el abismo entre la calidad de vida de los de arriba y los de abajo. La lucha contra estas tres tradicionales lacras de nuestra sociedad, y la creación de empleos de calidad que integren a nuestros jóvenes a la economía formal y creen vías para el ascenso profesional y social, son una urgente necesidad y responsabilidad principal de los privilegiados, tanto del sector privado como de la esfera  estatal. No podemos seguir posponiendo esta tarea, so pena de un eventual estallido social.  Pongamos atención al oportuno llamado de Oxfam al respecto. Manos y cabeza  a la obra.*

*Ver: Privilegios que niegan derechos: DESIGUALDAD EXTREMA Y SECUESTRO DE LA DEMOCRACIA EN AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE  https://www.oxfam.org/es/informes/privilegios-que-niegan-derechos