La gran paradoja de Ciudad Nueva es que fue fundada sin mitos. Más allá de surgir como una muestra de modernidad de una ciudad a la que le costó cuatrocientos años para completar su territorio amurallado, la nueva zona residencial quedó atrapada entre el mito colonial y el mito aristocrático de Gascue.

Ni “ruinas venerandas” formaron parte de su esencia fundacional ni tampoco el toque de alcurnia con que se caracterizaron los sectores que luego se agruparían bajo el nombre de Gascue. Fue creada como un barrio sin elementos identitarios en su génesis, diferente al San Carlos colonial o a las características desarrollistas que anunciaba la propaganda de los años veinte para Villa Francisca.

En su conceptualización no hubo objetivos de centralidad ni espacios comunitarios para iglesias, academias ni instituciones públicas o privadas, ni hubo conciencia del borde marino que le avecindaba al sur. Fue, sin embargo, el primer proyecto municipal de expansión de la ciudad con criterios de planificación y fue concebido como una lotificación de manzanas regulares que guardaban cierta similitud con la trama característica de la zona histórica. Surgió en la década de 1880 como oferta para liberar la presión edificatoria en intramuros, producto del crecimiento demográfico que el mercantilismo de finales del siglo XIX produjo en todo el país. El agrimensor fue J. M. Castillo, según consta en el plano original.

Vista aérea de Ciudad Nueva, con el Gimnasio Escolar, en primer plano, y el antiguo Matadero Municipal. Se observa el Paseo Presidente Billini al fondo y los inmuebles de mampostería y de madera y cinc que predominaban en el sector antes de San Zenón, en 1930. Fotografía del Archivo General de la Nación.

Como parte de una política de modernización, Ciudad Nueva fue la consecuencia de la apertura de las murallas que siguió a la tendencia en todo el Caribe amurallado: en La Habana, San Juan, Cartagena, entre otras ciudades de origen español. Representaba, a su vez, la paz anhelada que los nuevos tiempos reprodujeron y que una verja de piedra que encerraba la ciudad ya no tenía sentido. “Abajo las murallas” y se abría el horizonte, la posibilidad de ampliar una villa atrapada en sus miserias y sus limitaciones en la cual Ciudad Nueva establecía el nuevo rumbo.

Los vientos del progreso corrían por las calles paralelas y perpendiculares que se trazaron en los antiguos terrenos de la Sabana del Estado, en una franja entre el Cementerio municipal y los acantilados, entre la muralla y el oeste. Toda el área sur estuvo reservada para proyectos municipales que formaban parte de las aspiraciones citadinas: el paseo de la Alameda y la gran plaza Colombina, donde se construiría un monumento al Almirante que en ese momento representaba el sentir nacional; el camino del sur o de Güibia le bordeaba al norte, pasando por el Hospedaje y luego se dirigía a las fincas infinitas donde los más acomodados dispersaron sus quintas señoriales en busca de la placidez.

La ciudad cuenta ahora con un documento que debe servir para generar políticas para el desarrollo y conservación de este enclave histórico

Los primeros residentes “novacitadinos” fueron familias de artesanos, trabajadores y empleados públicos; algunos, quizás, formaban parte de los asalariados en los nuevos ingenios azucareros capitaleños. Lo cierto es que la similitud socioeconómica y cultural con los habitantes de la zona periférica de La Misericordia, dentro de las murallas, terminó fusionando un amplio sector con similares características constructivas. La desaparición visual de la muralla oeste (quedó absorbida por las viviendas que se les adosaron a ambos lados) contribuyó a unificar ambas zonas.

Para una parte de los capitaleños, Ciudad Nueva incluye gran porción de la zona suroeste de la ciudad amurallada, elemento que se reforzó con la Guerra de Abril, de 1965. Muchos de los participantes de la contienda bélica entienden a Ciudad Nueva como toda la parte sur de la zona dominada por el grupo de los Constitucionalistas y es común la referencia a algún episodio personal con frases emblemáticas como “yo peleé en Ciudad Nueva” o “yo era del grupo de Ciudad Nueva”. De alguna forma, la Guerra de Abril le aportó el esperado mito a Ciudad Nueva: como zona de resistencia, zona de valor, zona nacionalista, zona de valientes.

Otra vista de Ciudad Nueva en las primeras décadas del siglo XX. Se observa el Cementerio Municipal, al fondo. Fotografía del Archivo General de la Nación.

El sector siempre ha sido una extensión de la Ciudad Colonial, con un alto uso de suelo residencial. Salvo por los comercios menores que en él se dispersan Ciudad Nueva es territorio para viviendas, hoy la mayoría inmuebles multifamiliares, que sustituyeron esa arquitectura republicana de madera o mampostería simple. Los edificios que caracterizan el sector son, básicamente, posteriores al ciclón de San Zenón, de 1930, pues la destrucción que provocó el fenómeno llevó a ruinas toda la arquitectura de madera y cinc que formó parte de su imagen original. Algunos inmuebles construidos a principios del siglo XX y que resistieron al huracán se mantienen en pie con sus características particulares tipo almacén o residencias con galería frontal con portales de columnas clásicas. Sin embargo, Ciudad Nueva mantuvo el criterio de aprovechar todo el lote, sin jardines frontales ni retiros laterales, heredado del esquema tradicional de la zona intramuros.

A partir de las reglamentaciones pos San Zenón de eliminar el uso de la madera en la zona urbana y la normativa de construir en materiales nobles en los lotes de esquina, Ciudad Nueva es una muestra de un sector en que sus inmuebles más complejos se encuentran, precisamente, en sus esquinas. Es admirable ese conjunto de edificios que las ocupan, con su chanfle y su buena disposición urbana hacia ambas caras, oportunidad que permitió a los arquitectos de la época producir arquitectura notable con la austeridad propia de una economía popular.

Mientras otros sectores extramuros se caracterizaron por la vivienda individualizada, Ciudad Nueva apostó por el condominio. Una alta proporción de su inventario se compone de edificios de dos niveles distribuidos en cuatro viviendas con balcones en sus fachadas. Como los lotes son estrechos en el frente y profundos hacia el interior, el esquema de las plantas arroja una distribución muy propia. En ellos se dispone de un patio longitudinal que permite disponer de ventilación e iluminación hacia unas habitaciones que se suceden unas a las otras, atrapadas en su dificultad espacial.

Plano de 1905 realizado por Casimiro N. de Moya donde se observa el sector de Ciudad Nueva. Tomado de José Chez Checo (compilador) (2008). Imágenes Insulares. Cartografía histórica dominicana. Banco Popular, Santo Domingo. P. 339.

Existe, sin embargo, un catálogo de buenas propuestas arquitectónicas que fueron concebidas desde la estrechez económica para un mercado inmobiliario dirigido al alquiler. Un buen número de inmuebles fue producto de inversiones para ofrecer apartamentos rentados que, con el paso del tiempo, han pasado a manos de nuevos residentes o bien conforman un sistema muy complejo de sub-alquileres que impide identificar, a priori, al propietario.

Hay cierto orgullo de pertenencia a un sector que se caracteriza por baja movilidad. Sus residentes ocupan los inmuebles desde varias décadas y se sienten identificados con la dinámica social que le caracteriza. No en vano reconocen sus bondades: cercanía con el malecón de Santo Domingo, disponibilidad de transporte público con diversas rutas que lo conectan con toda el área metropolitana, colindancia con el centro histórico que le permite disfrutar de sus programas culturales, oferta comercial cercana con los tradicionales comercios de la Av. Mella, la 30 de Marzo, la Av. Duarte y El Conde, además de servicios de salud ubicados dentro de sus límites.

Una de sus principales características es su vecindad con plazas públicas importantes: Ciudad Nueva está rodeada por el parque Independencia, los parques Cervantes y Rubén Darío (donde estuvo el Gimnasio Escolar), el parque Eugenio María de Hostos, la plaza Juan Barón que, junto al histórico Cementerio Municipal, forman un uso de suelo público, verde e integrador, contrastante con lo adusto de una zona urbana que no dispone de franjas arborizadas en sus calles.

La imagen de Ciudad Nueva está formada por un lienzo continuo de edificios que mantienen una unidad volumétrica y se adosan para formar una pantalla de propuestas arquitectónicas diversas, muy ricas en ofertas estéticas propias de mediados del siglo XX. En el sector hay una variedad estilística a tomar en cuenta. Conviven los esquemas de mampostería propios de finales del siglo XIX con la arquitectura popular en madera, las fachadas neoclásicas y eclécticas en hormigón armado y las soluciones modernizantes de la arquitectura doméstica en el Caribe. Posee inmuebles modestos con una calidad del diseño dentro del vocabulario moderno, ejecutadas por arquitectos de buen oficio.

Vista aérea del sector de Ciudad Nueva con el parque Infantil Ramfis, hoy Eugenio María de Hostos, en primer plano. En el círculo se destaca la antigua sede de la Dirección de Obras Públicas antes de su demolición. Fotografía del Archivo General de la Nación.

En ese conjunto de riquezas estilísticas sobresalen algunos inmuebles que son piezas unitarias en un sector de homogéneas características urbano-arquitectónicas, con un uso de suelo no residencial. Uno de ellos es el Palacio de Justicia, diseñado en 1943 por el arquitecto Mario A. Lluberes y construido por el ingeniero Albert W. Rogers en 1944, con su oferta maciza de bloque perforado de notable influencia del academicismo europeo de los años treinta. Sin describir sus notables condiciones arquitectónicas, cabe destacar su distribución interior y su dominio de las proporciones y del volumen. No obstante, las actividades ligadas a los servicios de justicia provocan una presión enorme en su entorno, con transformaciones en el uso de suelo y las particularidades de los inmuebles que contribuyen al deterioro y desvalorización de la vecindad.

En Ciudad Nueva existió un edificio de referencias históricas importantes (hoy desaparecido) que fue la fábrica de cerveza. En 1920, esta estructura se transformó para servir de sede a la Dirección de Obras Públicas del Gobierno interventor, con un estilo neoclásico de influencia norteamericana, muy cercano al que caracteriza al edificio Cerame (1923), en la calle El Conde esquina 19 de Marzo. Resulta interesante el estudio de su planta, donde se observa la jerarquía de los empleados y la disposición de una sala para arquitectos y otra para ingenieros que reflejan un momento temprano de la proyección y supervisión de la construcción en la República Dominicana.

El tercer edificio de oferta estilística particular es el Templo de la Divina Trinidad de la Segunda Iglesia Evangélica Dominicana que colinda con la Gran Logia masónica, con su atrevida techumbre de arquitectura autoportante, tipo cáscara, propia de la tendencia estructuralista italiana de 1950-60. Está ubicado en la esquina de las calles Arzobispo Portes y El Número. Otros edificios no residenciales se encuentran en el sector, tales como el Santa Ana, uno de los primeros en altura de la zona extramuros, ubicado en la avenida Independencia cercano a la Dr. Delgado, o el edificio que ocupa la clínica Abreu, que en sus orígenes era un pequeño inmueble que el crecimiento obligó a transformarlo.

Más allá de esos inmuebles de gran escala y de distinto uso de suelo, la riqueza de Ciudad Nueva se concentra en su cohesión social apoyada en una arquitectura propia de su condición residencial. Es uno de los sectores desprovistos aún de normativas particulares para su desarrollo y consolidación, alejado del interés de los arquitectos conservadores que, aunque reconocen su valía, se decantan con otros sectores de reconocida apreciación general. De alguna manera Ciudad Nueva se ha preservado en el tiempo, homogeneizado y diverso como pocos sectores históricos de Santo Domingo, callado y paciente. Como si el destino le guarda un resurgimiento especial, escapa a las demoliciones inconscientes y a inserciones insensibles que abundan en muchos centros históricos del país, una rareza positiva para su revalorización.

Dentro de sus límites hay una potencialidad que poco a poco será develada y habrá que dar un paso adelante para evitar la pérdida de su identidad. Gracias a un estudio detallado que dirigimos, se inventarió e identificó al menos trescientos inmuebles con vocación patrimonial.  La ciudad cuenta ahora con un documento que debe servir para generar políticas para el desarrollo y conservación de este enclave histórico (1).

En las próximas entregas ofreceremos los detalles de una labor que nos permitió descubrir la inmensa calidad de su discreta arquitectura doméstica, única de la ciudad de Santo Domingo. 

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Notas

  1. El estudio fue realizado por un equipo de la Escuela de Arquitectura de la Universidad Iberoamericana dentro del programa de Proyectos Culturales, auspiciado por el Ministerio de Cultura y que descansa en su Centro de Inventario de Bienes Culturales. Lleva por título Sistema de Inventario del Patrimonio Arquitectónico, SIPA: Ciudad Nueva, 2017-2020.