Caminar por las calles de Santo Domingo es en la actualidad una actividad poco dignificante como consecuencia de la incorrecta planificación de los espacios productores de vida pública y de la política de inversión en las infraestructuras necesarias para la movilidad de los ciudadanos en la metrópolis.
Nuestra Primada de América evolucionó en los últimos 40 años y pasó de una pequeña, modernista, organizada y manejable urbe con una escasa población metropolitana, a una gran ciudad en proceso de crecimiento físico y estructural.
La ciudad actual posee una población carente de espacios de cohesión en los que la mayoría de sus ciudadanos pueda divertirse de forma segura; lugares en los cuales se pueda percibir de manera continúa las bondades de vivir en un ambiente caribeño con un excelente clima para el disfrute de actividades al aire libre.
La pena embarga nuestra conciencia cuando al recorrer la ciudad a pie, se percibe la deficiencia existente en la concepción del espacio público, convirtiendo la ciudad en un lugar inhóspito, carente de detalles que estimulen la circulación distendida. No es extraño observar cómo el peatón no tiene la preferencia para circular en la ciudad, encontrándose desprovisto ante los feroces automóviles que ocupan las avenidas y en algunos casos hasta las aceras.
De la misma forma los espacios de circulación peatonal son secuestrados por los vehículos que dejan al peatón a la buena de Dios sin medir las consecuencias que puede producir una acción de este tipo.
Todas estas acciones, que realizamos con mucha frecuencia se unen a la carencia de espacios públicos de calidad capaces de atraer a los ciudadanos, los cuales van a dejar la comodidad de sus residencias para trasladarse con confianza a esos espacios.
Estos lugares son los productores de vida pública, en donde se percibe el verdadero espíritu de la ciudad; es en ese lugar donde los vecinos se encuentran, donde la familia se reúne para compartir juntos esos momentos de felicidad; espacios generadores de dinamismo económico que beneficia a la pequeña empresa.
Al mismo tiempo estos espacios sacan de la rutina a la población, altamente agobiada por los problemas cotidianos y cumple así la ciudad con una labor de desintoxicación emocional.
Frente a la necesidad de fomentar un territorio urbano más humano, los tomadores de decisiones municipales deben planificar la ciudad hasta alcanzar este objetivo, de manera que esta importante metrópolis no sea catalogada como una ciudad anti-peatones.