En un pasado artículo que publicara, el cual aparentemente será el prefacio de una serie de puntos de vista que pienso desarrollar, preguntaba entre otras cosas, “¿Estará en la Diáspora, la gran reserva profesional, económica y política de la nación dominicana?"

Esa y unas tantas otras preguntas, son parte de las interpelaciones a las que he llegado, luego de sostener conversaciones de manera individual, con miembros de la diáspora en los Estados Unidos y con otros colegas y lectores que siguen fielmente mis planteamientos. Intercambios complejos y honestos, sin apasionamientos o romanticismos innecesarios, que a pesar de estar consciente de la situación en la nación, nunca visitan los ruidos sociales o los ajuares políticos, porque entienden que la porosidad partidaria siempre presenta opiniones desbalanceadas, sin importar el color de la bandera.

A lo que sí estoy abierto, y aparentemente los compatriotas con los que converso también, es a percibir los reclamos de valores perdidos, las respuestas a solicitudes de acceso a oportunidades y mayor equidad en la búsqueda de soluciones, como por igual a todo escenario de crecimiento posible, tanto para las aspiraciones personales de nuestros compatriotas, como para el país, como ente monolítico, cultural y social.

Ahora para poder entender el marco de referencia de mi punto de vista, quiero aclarar el significado de “diáspora”. Es vital que nos pongamos de acuerdo sobre la forma y el método que utilizo al fijarlo en el contexto. Porque, aunque cada vez más presente, en los discursos políticos y los institutos de pensamiento moderno, el término que se ha estado manejando desde los ’80, es aún utilizado de manera libre por mucha gente, sin realmente aclarar lo que quieren decir cuando citan esa designación.

En ocasiones excluyendo o incluyendo factores por condición o motivo. En muchos de esos casos, los parlantes de la expresión “diáspora” la usan erróneamente, cuando en realidad lo que están es fijando un argumento en el orden de “transnacionalismo”.

Este último se refiere a comportamiento más que localización. Uno derivado de la agenda de la interconectividad económica y social en la que vivimos. Estos conceptos que originalmente portaron grandes similitudes, pero que, dentro de la comunidad académica en ciencias políticas, sociología y antropología si se quiere, están sustentadas sobre conceptos, métodos y teorías diferentes.

Para no tornar este artículo en un diplomado sobre sociología, y mantener la discusión lo más llana posible, recurramos al diccionario de Oxford. Allí, la publicación explica que el término “diáspora”, es el conjunto de comunidades de un mismo origen, establecidos en un país distinto al suyo. La misma no es definida por cantidad; ni por condición; ni por motivo; ni por tiempo residido.

Para entender el concepto desde esos puntos de vista, tomemos este ejemplo. Ciudadanos de un país o territorio cualquiera, parten del mismo, en diferentes momentos, por motivos adversos y condiciones distintas, pero coincidiendo en otro territorio ajeno al originalmente suyo, son miembros de una diáspora.

Bajo la sombrilla de lo que es el término, un exiliado político o religioso, refugiados de guerra, un prófugo de la ley y un individuo que sale en busca de un mejor porvenir económico, son todos iguales miembros de la misma, desde que se encuentran en un mismo sitio, ajeno a su lugar de origen. El solo hecho de que un grupo de personas de un mismo umbral, se encuentren en un territorio foráneo al suyo, ya eso los define como diáspora, aun estos no interactúen.

Aceptando y entendiendo la explicación de lo que es la diáspora, ahora, revisitemos las respuestas que resultaron de esos encuentros y conversaciones que sostuve con miembros de la comunidad dominicana en los Estados Unidos. Todos los intercambios han sido válidos, buenos y meritorios por su intención, y esperamos que así continúen. Además de las enseñanzas que registran y las propuestas que plantean, todos de manera indirecta han respondido favorablemente a la incógnita, sobre si ¿en el exterior existe la gran reserva criolla?

Para darle profundidad a esa propuesta, he optado por revisitar uno de los conceptos que más han impactado mi pensar en los últimos tiempos. La óptica planteada por el ensayista libanes-americano Nassin Nicolas Taleb, en su obra “El Cisne Negro”, quien además es autor de “El Lecho de Procusto”, obra que también recomiendo.  Taleb, fija en su concepto de “cisnes”, el impacto de lo altamente improbable. Allí también, fija factores que pueden ser identificados como eventos impredecibles, cuyo impacto es tan dinámico, que los mismos causan una ruptura en lo habitual. Pero al final de su concepto, el autor establece que el posible episodio es menos aleatorio de lo que se imaginaba originalmente y que en realidad, puede ser duplicado o reproducido.

Si partimos de lo empírico, donde se dicta que todos los cisnes son blancos, porque son los únicos que hemos visto. Y que por falta de prueba de que los de color negro existen, porque no los hemos visto, estos no existen. Entonces bajo este concepto, si extrapolamos la idea de que el liderazgo que solo puede regir los destinos de la isla está solo en la isla, por prueba de que de la diáspora no ha regresado ninguno, entonces el concepto es cierto y los “Cisnes Negros” no existen.

Pero si logramos identificar que de la población extraterritorial puede que exista un relevo, entonces la idea de que el único liderazgo político posible está entre aquellos que habitan la isla, ha sido anulada, y los Cisnes Negros si existen. Pero mejor aún, si podemos demostrar que un liderazgo ha regresado a la isla y ha asumido un valioso rol dentro de los destinos de la nación, entonces hay que aceptar, que los Cisnes Negros pueden ser vistos nuevamente.

 

En ese orden, así como podemos ser ciegos ante elementos aleatorios, a los dominicanos se nos conoce, por tener la memoria corta. Los conceptos que fija Taleb, y que hemos aplicado a esta discusión, certifican que el impacto de lo altamente improbable de un suceso, en este caso, político, el cual aparentemente hoy se descarta como posible, pero que puede que ya se haya consumado, es muestra de que si su impacto fue masivo en su momento, hoy nueva vez puede que lo sea. Así como esa marca insólita fue el detonante de la democracia con la que contamos los dominicanos y la forjadora de los pilares del pensamiento gubernativo e ideológico que la justifican, entonces el caso que propone, que en la Diáspora no existe la reserva política con lo cual la República Dominicana pueda contar, debe ser revisado. Y para ello, aunque victimas de tiranías y rupturas gubernativas, lo cierto es que no hay mejor ejemplo que los dos grandes líderes políticos, Bosch y Balaguer, luego de su regreso a la isla. Ambos fueron miembros de diferentes diásporas criollas. Y como ya hemos reconocido, el pertenecer a una diáspora no es definido por cantidad; ni por condición; ni por motivo; ni por su participación o no en ella.

 

El Profesor como todos los que habitamos un cuerpo en tierra ajena y la mente y el corazón en Quisqueya, tuvo esa experiencia en Cuba, Venezuela, Costa Rica y Puerto Rico. Para complementar, de sus libros, escritos y posturas, sabemos que Bosch nunca dejó de pensar en su gente, cuando en su primer exilio tuvo que permanecer por más de 25 años. Desde allí, el hijo de la puertorriqueña Angela Gaviño, formaría parte de una resistencia eterna, contra el Dictador dominicano, Trujillo. Su segunda experiencia como parte de una diáspora, le llegaría por causa de un golpe de Estado, cuando servía en el primer gobierno democrático de la nación dominicana. Este episodio lo llevaría a España, tierra de su padre, don José, y de regreso a las otras costas que ya le habían cobijado en el pasado.

 

El Doctor por su parte, sería un miembro de las diásporas en Nueva York y Puerto Rico, aunque en tiempos diferentes, pero por motivos y condiciones semejantes. Balaguer, hijo de Padre puertorriqueño y quien supuestamente a la edad de 12 años recibiera su ciudadanía norteamericana por medio del mismo, fue expulsado del país dominicano vía un golpe de Estado. Este exilio político, aunque tres décadas después que el primero de su eterno opositor, lo llevaría a permanecer cuatro años en las diásporas dominicanas de la isla del encanto y la ciudad de cielos rascados, desde donde conduciría su retorno a la política y la presidencia dominicana en 1966.

 

A pesar de las limitaciones que existían y el restringir nuestro viajar al exterior, para los dominicanos, la imaginación nunca ha estado sujeta a los arrecifes que nos bordean. Incluso aun cuando esa posibilidad era solo la respuesta de una imposición forzosa. En el caso de estos últimos grandes miembros de la diáspora dominicana, su condición de poder regresar a hacer importantes aportes vino por la facilidad que le otorgaba ser miembros de una sociedad aislada donde solo los amantes a la radio difusión, la pluma y las correspondencias entre intelectuales podían trascenderla. Y con ello, dos Cisnes Negros.

Hoy, sin embargo, más que ciudadanos en el exterior, todos somos miembros de una diáspora intelectual que reside en las redes sociales y el mundo del www, la cual se confunde con la transnacionalista de la isla, cada día más. Lo que nos impide tener que preguntar ya, ¿si hay o no Cisnes Negros? Pues todos somos Cisnes Negros. La pregunta en el aire ahora es, ¿habrá Cisnes Blancos?