¿Se han estrechado las calles y avenidas de la capital dominicana? Esa podría ser la pregunta de la gente del común ante el aglomeramiento vehicular que se presenta a todas horas en cualquier lugar. Santo Domingo es una anarquía urbana. Las soluciones están pero no las implementan.
Un parque vehicular creciendo en detrimento de las economías familiares, y ante la ineficiencia de la colectivización del transporte, acrecentada ésta por la rebatiña que se producen entre los gremios que se pelean las rutas ante la contemplación afable de las “autoridades”, es el marco de la peor actuación contra la ciudadanía de una ciudad que ha crecido a golpe de infortunios inmobiliarios, de urbanizaciones sin urbanismo y de planes sin aplicación porque sencillamente no se planificaron, salvo que no fuera para mostrarlos virtualmente como un logro tecnológico de alguna que otra gestión gubernamental sectorial.
Ahora el derroche, la ostentación y la opulencia, desnudan las apetencias comerciales de los “inversionistas” extranjeros que huyen de los gobiernos liberales suramericanos. Y sus “aportes al desarrollo” de Santo Domingo se ven y se sienten en las concentraciones de centros comerciales de enorme tamaño en apenas unas pocas vías, incluso unos muy cercas y hasta enfrente de otros.
Es el caso de la avenida John F. Kennedy.
Cinco grandes centros han abierto en esta vía que podría decirse que es la frontera entre sectores habitacionales de diversas clases sociales y económicas. La alcaldía, ajena a los procesos de reparto de terrenos convertidos en botín urbano, no se ha dado por aludida, aun habiendo sido la entidad que se supone ejerce el gobierno en la ciudad. De allí salen los permisos de no objeción para construir lo que sea. Y en ella se aprobaron los proyectos que fueron obras por meses y ahora son un dolor de cabeza para la circulación vehicular de sus respectivos entornos. Ahora solo hay que pasearse por allí, no circular por necesidad, sino hacerlo por necesidad y se notará cómo el centro comercial inmediato, es culpable de la aglomeración vehicular de la Av. J. F. Kennedy.
En esos entornos, el desorden es mayúsculo. Toda la franja sur de esa avenida, esencialmente comercial pero no aglomerada permanente porque el flujo de gente que demanda servicios no es diversificada ni multitudinaria, se ha deprimido por efectos de los trabajos de la línea 2 del Metro, mientras la franja norte se ha vulnerado bajo el peso de la demanda de lugares para las instalaciones de negocios de todo tipo y han surgido 4 de estos grandes conglomerados comerciales. La presión de los conductores que manejan sus vehículos intentando entrar o salir de estos sitios, y sus habituales maneras de inducir presión al tráfico (tocando bocinas indecentemente) aumenta las angustias colectivas que se manifiestan en las calles por el enloquecido afán de apartar a los demás a bocinazos.
Pero esas calles están allí colocadas para servir a todos y no solamente a quienes van a esos centros comerciales. Una cantidad inmensa de otros vehículos sufren las consecuencias de las aglomeraciones en esos entornos y lo que es peor, los transeúntes, el viandante, el ciudadano de a pié, corre los mayores riesgos porque en la mayoría de estos casos han desaparecido las aceras o son muy estrechas y el diseño preferencia el rodamiento vehicular frente al paso peatonal, puesto que lo importante es que a esos centros se entre y se salga desde adentro de los vehículos, nunca a pié, si no cuando ya se está dentro, lo cual parece ser que les da cierta privacidad a las gentes, aparentemente garantizándoles seguridad ante lo vandálico y delincuencial del estadio de zozobra en que vive el ciudadano del común.
Todos estos centros comerciales tienen potentes plantas de emergencia que les suplen la energía cuando, por lo común o normal, falla el sistema de las distribuidoras. La contaminación por expulsión de tóxicos derivados de los combustibles que generan esas plantas, se dispersa por el entorno creando agresivas maneras de afecciones respiratorias y de piel. Pero eso no le importa a nadie, ni al Ministerio de Salud Pública ni al de Medio Ambiente.
La generación de desechos (basuras) es desproporcionada y muy diversa, diferente y distinta, los camiones compactadores que les retiran esas, sus basuras, usan horas del desarrollo normal del día a día, agregando eso más desequilibrio a los sitios donde están situados los centros comerciales. Nadie se preocupa por la vecindad. Fuera interesante pedir opinión a los lugareños, sobre qué piensan y cómo se sienten con estos centros en sus zonas inmediatas de habitabilidad.
Hay un tramo particularmente traumatizado, y es el que discurre entre las avenidas, al norte y sur, de la Lope de Vega y Abraham Lincoln. Allí el flujo vehicular que discurre por la Av. San Martín se une al de la Kennedy y ambos practica y literalmente empujan hacia el entronque con la Av. Lincoln que busca distribuir hacia la Av. J. F. Kennedy, o seguir al norte, o doblar al este, para retroalimentar la Kennedy en una esquina que por demás tiene un elevado de dos vías por lo que el tráfico se multiplica además de bifurcarse para enlazar con la Winston Churchill. Un verdadero desmadre entre fronteras barriales de clases acomodadas.
Grandes centros comerciales ya hay por doquier y no obedecen a una logística urbana sino más bien a un acertijo de complacencias municipales que no repara en discernimientos de repercusiones futuras, sino que sencillamente cobra arbitrios y quizás vele, quizás celosamente, porque algunos se cumplan mediamente, nunca satisfactoriamente, como por ejemplo el balance de estacionamientos contra los metros cuadrados de construcción, de lo cual se burlan todos los constructores.
Muy pocas veces se hace el razonamiento sobre la influencia que estos lugares ejercen sobre los sitios inmediatos en donde son emplazados. El caso de Carrefour es sintomático. Ese gran centro francés amplió las posibilidades de urbanización de todo su entorno noreste y noroeste, aumentando el valor de la tierra por efecto de su sola presencia y las garantías de hacer más cercanas las gestiones de compras cotidianas. Sin embargo ese centro tiene una barrera social y económica en frente, a escasos metros tras pasar la ya casi carretera Duarte por ese sector, y en donde se aglutinan conglomerados depauperados que no tienen la posibilidad de acceder a las ofertas que por adquisiciones variadas están al alcance de los restantes ubicados en la parte opuesta de esa parte de la ciudad.
Entre esos desbalances se enfatiza el hecho del transporte en sus diversidades motorizadas. Metro; guaguas; mini buses (o voladoras); conchos; autobuses interurbanos; camiones de cargas pesadas; semi pesadas y ligeras; transportadores de combustibles; camionetas de acarreos; patanas; volquetas; y hasta carretas tiradas por fuerza animal; etc., etc., etc., son de los pocos que nublan las pistas cotidianamente. Esta misma parafernalia usted la puede encontrar a las inmediaciones de todos, o de cualquier centro comercial. Es el caso del que está situado en la zona Este, en la Av. Charles De Gaulle. Ya una vez se registró en él un incendio. Ese tipo de urgencia pone en una encrucijada estos centros a donde acuden miles de personas permanentemente. Porque todos están “mordiendo” las avenidas donde están situados. Sobre ellas muy próximos al paso vehicular y sin anchas aceras, los centros comerciales se ofrecen como escaparate, como vitrinas (por su aproximación a las avenidas), y de haber en ellos un siniestro, los bomberos se verían en la necesidad de bloquear todo el entorno por seguridad, no ocurriendo igual si estuvieran ubicados “tierra adentro”, relativamente lejos de la avenida (Carrefour lo está) dejando espacios de estacionamientos entre las edificaciones y las avenidas de acceso, lo que deja suficiente espacio para que los bomberos puedan maniobrar… Esa singularidad de su ubicación, le confiere un grado de respetabilidad para con la ciudad y sus usuarios, lo que no tiene ningún otro centro, puesto que el resto de estos artefactos comerciales, se vuelca arrogante sobre las avenidas agregando problemas al tránsito por su proximidad, sin distanciamientos ni privilegiando situaciones de holguras en su emplazamiento, las tan necesarias por seguridad.
En este punto fuera saludable saber si la Defensa Civil, los propios bomberos o la entidad que sea, supervisa los que deben ser simulacros de salvataje ante contingencias de este y otros tipos (sismos, secuestros, asaltos, etc.) que se supone deben realizarse en estos lugares, previendo desastres no exentos de ocurrir por atractivos que sean los diseños arquitectónicos, los cálculos estructurales y los sistemas constructivos.