Aunque los números del 2012 no son oficiales, las películas de factura nacional obtuvieron cerca del 30% del mercado nacional. Y mucho tiene que ver la ley de cine, aunque buena parte de las películas se hicieron fuera de esa ley y de sus beneficios. De los 4 millones de taquillas, anuales, más de 1 millón se fue a los productores nacionales.
La ley se anota un tanto porque indudablemente contribuyó a una mejoría técnica en las películas que se hicieron a su amparo. Mejor terminación en la edición y en la posproducción de sonido. La ley, al menos, obliga a esa responsabilidad.
No obstante, el cine dominicano se niega a crear diferentes públicos, y, por tanto, no hace que sea más factible el acceso de otros públicos que lo consumirían si existiera alguna política con reglas de exhibición.
La DGCINE debe mantener los logros en un plano más racional en cuanto a imponer reglas de calidad como arte cinematográfico a las producciones nacionales, establecer un banco de datos para darle sostén a un buen mercado de trabajo con salarios dignos. Y, sobre todo, promover la distribución y exhibición equitativa de las películas nacionales. De lo contrario, la ley y la DGCINE no tienen razón de ser, desde el punto de vista del interés nacional.
Las producciones nacionales, en un número significativo, no llegan al conocimiento del público porque no cuentan con publicidad como las producciones patrocinadas por grandes empresas y redes de salas de cine. Y aun así esas producciones cenicientas alcanzan un buen público, esto quiere decir que falla el Estado dominicano, sus instituciones del sector, y falla también el empresariado controlador del negocio porque está ciego ante las características harmónicas y expresivas de películas como, por ejemplo, La Lucha de Ana y El Hoyo del Diablo.
El potencial de crecimiento del cine dominicano y la cimentación de un público para nuestras películas es real. Y si no se toman medidas inteligentes todo eso se vendrá abajo irremisiblemente. Esto es así, porque aquellos que osaron incursionar en otros géneros evadiendo las "comedias" tan mal vistas ya por la opinión pública, hoy han caído en la cuenta de que si no hacen las tales "comedias" no van a obtener espacio ni vida futura.
Las comedias basadas en astros televisivos se han transformado en un mito de negocio seguro. Sin embargo, si fuera tanto así, las telenovelas no se consumieran, como tampoco los programas de factura nacional más respetables que tratan asuntos serios y tienen buen público. Esto quiere decir que el mito de las comedias del cine dominicano es un disfraz, porque realmente hay otros géneros de mayor eficacia y con un público que debe ser descubierto.
La ley de cine y la DGCINE deben contribuir a mejorar e incentivar a los productores independientes para crear una estructura cinematográfica sólida, buscando nuevos patrocinios en la iniciativa privada y obteniendo una buena tajada del mercado nacional de taquillas.
Pero lo más importante a la larga es que tengamos una industria del cine con mecanismos autónomos en la captación de recursos fuera de la ley de cine para auto sustentarse.
Una industria no se construye a expensas de productos foráneos, porque esos productos ya tienen su propio mercado interno. Un cine nacional tiene y debe basarse en su propia cultura, en la diversidad narrativa, en su propio público (que es su garantía de mercado consumidor), en el descubrimiento constante de valores, en la expansión a partir de abrir espacio para cineastas noveles.
Esto lo digo burguesamente hablando. Porque si fuera por los burgueses del cine dominicano, no habría un enunciado realista de enfoque de mercado.