Días después de su derrocamiento,  harán mañana 50 años, cuando las autoridades usurpadoras del poder que él, Juan Bosch, había obtenido por vía electoral, avergonzadas tal vez de su funesta acción, quisieron entregarle la suma de doce mil dólares cuando se disponían enviarlo al exilio. El dinero legalmente le correspondía, porque era la suma acumulada de sus gastos de representación que él nunca utilizó en los siete meses en que ejerció la Presidencia de la República.  Bosch lo rechazó tajantemente, sin pensarlo dos veces, diciéndoles que no los necesitaba porque donde quiera que se le enviara, él podría ganarse la vida con sus manos, mostrándoles la derecha, su mano de escritor.

Aún en aquél momento decisivo de su vida, cuando el futuro se le presentaba incierto, no dudó un instante en mantenerse firme en torno a los valores éticos que pregonó durante su mandato y que sus críticos y adversarios no llegaron nunca a apreciar en su justa dimensión.

Con el tiempo, se ha discutido si Bosch poseía la voluntad suficiente para encarar los desafíos del poder que había obtenido por voluntad del pueblo dominicano.  E incluso se le ha endilgado la debilidad de haberse dejado derrocar, cuando disponía de recursos suficientes para evitarlo. Pero lo que nunca se ha puesto en duda, a pesar de las pasiones que él inspiró y las duras luchas políticas e ideológicas que siguieron a su caída, fue la entereza y honradez personal con los que vivió, valores que aquellos que fueron sus discípulos y se dicen poseedores de su antorcha, no han sabido honrar, dejando que su ejemplo se fuera con él a la tumba.

Mañana, 25 de septiembre, se cumplirá medio siglo de aquél hecho fatal. Día propicio para recordar a quienes dicen honrar su memoria que el legado de un hombre como Bosch se honra con acciones éticas, no con la designación con su nombre de calles, plazas y hospitales.