Después de las secuelas dejadas por la crisis financiera del 2007-09, los desequilibrios y problemas estructurales que se cernían sobre la economía global simplemente fueron exacerbados por los errores en política económica que cometieron los gobiernos, o prefirieron tirar la papa caliente hacia delante, para que sean otros los que asuman la responsabilidad de enfrentar el problema.

Muchos analistas durante y después de la Gran Recesión, advirtieron de las consecuencias a largo plazo de no resolver estos problemas estructurales, los cuales podrían desencadenar en una crisis financiera peor que la Gran Recesión. Para mala suerte de todos, esa crisis a la que tanto hacíamos alusión en el mundo financiero finalmente ha llegado. Aunque sus características no son propias de una crisis financiera, pero podría desencadenar en una en el largo plazo, sino se toman las medidas correctivas a tiempo. Esta crisis generada por el coronavirus es de tipo estructural, ya que va a afectar dos factores de producción que son vitales en la actividad económica: el capital humano y el capital financiero. Por tal razón, se requiere de mucha creatividad y de arrojo para implementar políticas económicas heterodoxas o poco convencionales para ayudar mitigar los efectos negativos de esta crisis sin precedentes. 

El primer gran reto que enfrenta la economía global es el alto nivel de apalancamiento o endeudamiento que tienen los hogares, los gobiernos y el sector privado, el cual se hace insostenible para poder abordar esta crisis con la emisión de más deuda, ya que la deuda en sí ha llegado a niveles insostenibles. De acuerdo con datos ofrecidos por la Reserva Federal de Nueva York, el nivel deuda de los hogares estadounidenses es de 14.3 trillones de dólares, 1.6 trillones más que en 2008 en términos nominales. Por otra parte, el Fondo Monetario Internacional (FMI), muestra que, la deuda global en el 2018 fue de 184 trillones en términos nominales, lo que representa un incremento de un 50% con respecto al 2008. 

Sin embargo, el gran error que llevó a este alto nivel de apalancamiento es que las medidas de estímulo económico adoptadas por los distintos gobiernos no fueron lo suficientemente expansivas para estimular la demanda agregada, y así lograr un aumento de la acumulación de capital con el desmonte de la deuda de activos tóxicos que poseían las empresas y hogares (especialmente en los Estados Unidos).  Los Estados Unidos con la llegada de Barack Obama al poder, se aprobó un paquete de estímulo por US$787,000 millones, pero estas políticas se fueron desvaneciendo por la timidez con la cual fueron tomadas, y para finales de 2009 y principios del 2010 las voces de la austeridad empezaron alertar sobre las consecuencias del déficit y los niveles de deuda, porque los políticos de la economía de la oferta creen en la ley Say, que por cada dólar gastado por el Gobierno, el sector privado respondería de la misma manera, y por ende, muchos dijeron que el paquete de estímulo era suficiente, y el tiempo demostró lo contrario, ya que la recuperación fue lenta, y el nivel de desempleo fue alto por un buen tiempo. Por tal razón, el crecimiento económico fue anémico, porque el gasto gubernamental no fue suficiente para generar confianza en las demás variables de la demanda agregada que son: el consumo y la inversión privada. Por eso, los Estados Unidos duro mucho para salir de la Gran Recesión, porque los consumidores estaban consumiendo menos para ahorrar, y como consecuencia, el sector privado no vio incentivo en invertir, porque los consumidores y los gobiernos estaban ahorrando, y por eso hicieron lo mismo. En efecto, la demanda agregada en la economía global se ralentizó de una manera considerable. El sector privado en los Estados Unidos llegó ahorrar poco mas de 2 trillones de dólares, una cifra astronómica en comparación con los -US$ 400,000 millones antes de la crisis financiera del 2008.

El segundo gran reto que enfrenta la economía global para esta década es el creciente envejecimiento de la población en los países desarrollados. Este fenómeno ha quedado más que evidenciado con la baja productividad en las últimas décadas, y el creciente aumento de los costos de salud y seguridad social serán mayores en la próxima década, lo que provocaría la insolvencia del sistema sanitario, en especial en los Estados Unidos, donde los costos de salud son cada vez más altos, por lo que se hace inminente la adopción de un sistema sanitario universal, que más que un lujo es un derecho fundamental. Por ejemplo, en Japón la población de 65 años o más, representa casi el 40% de la población. En los Estados Unidos un 16%, con proyecciones a llegar al 20% para el año 2040. En el caso de la Unión Europea es de un 20%. Los países desarrollados necesitan ser mas amigables con la inmigración joven y calificada, para poder solventar los crecientes costos de salud y de seguridad social.

El tercer gran desafío de la economía global es la deflación. Una vez más, durante esta crisis al igual que en la crisis financiera, el fantasma de la deflación hace presencia. Aunque esta vez con mayor ímpetu, ya que la crisis provocada por el coronavirus ha causado daños estructurales a las cadenas de suministro de los países, al igual que su impacto directo en el empleo, la caída estrepitosa de los precios de las materias primas, en especial el petróleo. Esto sumado a las medidas de confinamiento aplicada por los países para tratar de contener la propagación del virus han exacerbado la demanda agregada. Dado este escenario, estamos en medio de coyuntura con choques muy fuertes por el lado de la oferta y la demanda, que podrían provocar un período deflacionario muy similar al que vivió Japón en la década los 90 de no adoptar las medidas correctivas a tiempo.

El cuarto desafío es el aumento de políticas monetarias poco ortodoxas como el Quantitative Easing, o alivio cuantitativo para tratar de contrarrestar los efectos de esta pandemia en el consumo y en la economía real, y así evitar una espiral deflacionaria, con la inyección de liquidez al sistema financiero. Sin embargo, podrían repetirse los mismos efectos de esta política que se vieron durante la Gran Recesión. El Quantitative Easing causó inflación, pero no un incremento en el índice de precios al consumidor, sino que causó una rampante inflación de activos donde acciones, bonos, viviendas, autos, etc. aumentaron de una manera extraordinaria, lo que de cierta manera provocó caídas estrepitosas en los mercados bursátiles de los Estados Unidos en el ínterin de la salida de la Gran Recesión, ya que los precios de las acciones se encontraban de cierto modo inflados por la política monetaria expansiva de la Reserva Federal, que aplicó el Quantitative Easing o alivio cuantitativo de una forma prolongada. La única clase de activos que no experimentaron una espiral alcista fueron los commodities o materias primas, donde los precios han colapsado, en especial los precios del crudo.

Dada la descripción de este escenario, la pregunta que muchos se hicieron antes y ahora ¿Por qué el Quantitative Easing causó una inflación rampante en los activos financieros y poca inflación o casi nula en el índice de precios al consumidor? La respuesta a esta interrogante es simple, el dinero nunca fue a parar a manos de los consumidores, en la forma de ingresos. Debido a que los consumidores pudieron haber gastado gran parte de sus ingresos, ya que estimulando la demanda esta pudo haber creado ciertas presiones inflacionarias, pero como dije anteriormente los consumidores no experimentaron un alza salarial considerable para causar dicho fenómeno. Y, esto es algo que podría repetirse en la coyuntura actual.

El quinto gran desafío que enfrenta la economía mundial es el aumento de la automatización de la mano de obra y el desempleo estructural. En la primera década del siglo XXI, en los Estados Unidos se perdieron poco más de 5.6 millones de empleos en el sector manufacturero. Y, el 85% de esos, se perdieron por los cambios tecnológicos en especial por la automatización y la robótica, de acuerdo con un estudio realizado por Ball State University. Para 2050 de acuerdo con la Universidad de Oxford, cerca del 50% de los empleos en los Estados Unidos y en el Reino Unido estarían en riesgo de ser automatizados. La crisis del coronavirus va a acelerar aún mas ese proceso de automatización a través de robots y de la inteligencia artificial, ya que muchas compañías están residiendo de personal fruto de la crisis, y el teletrabajo se ha hecho la nueva norma. Compañías como Nationwide, indican que el 98% de sus trabajadores están realizando teletrabajo, por lo que, están considerando seriamente eliminar algunas vacantes en los próximos meses, lo que aumentaría aún mas el listado de desempleados en los Estados Unidos, que ya supera los 30 millones en las últimas seis semanas.

Lo que parecía una utopía será una realidad, y es que el salario universal básico deberá ser una opción a partir de ahora para evitar una descohesión social, que hunda a la economía global en una depresión perpetúa, en los próximos años veremos el devenir de esta historia.