"Buenas noches." Lo saludo, mientras le abro la puerta de mi residencia. Hace dos horas que lo esperaba.
"¿Qué tal estás, Gastón?" Me responde, apretando fuerte la mano que le tendía.
Lo dejo pasar y cierro la puerta con extrema suavidad.
Observo a Casimiro con detenimiento mientras avanza hacia la sala.
Estamos fuera de horario, fuera de tiempo. Es Martes, nosotros sólo nos reunimos a jugar los domingos. Si gano hoy, no tendré ninguna satisfacción… Detesto cuando se resquebraja el orden. Casimiro dice que soy obsesivo, pero no hay nada de malo en ser metódico. No le acepto este tipo de improvisaciones a nadie, excepto a él. Casimiro puede romper mi orden, porque lo respeta, aún si lo critica.
Casimiro tiene la entrada franca a mi casa.
Entramos a la sala. Yo me acomodo en la silla de siempre, pero Casimiro no ocupa la suya. Se queda de pie, dobla un pañuelo en el bolsillo interior del saco, y se apoya contra las estanterías. Algo lo está atormentando, pienso. Conozco a Casimiro desde que éramos jóvenes soldados… Siempre ha sido impertinentemente feliz y lo único que me molesta más que el hecho de que lo sea, es que no.
"Lamento interrumpir tus horas de estudio, Gastón."
"No importa. Ya las repondré."
Es martes, pero Casimiro llamó hace dos horas para avisarme que preparara el tablero. "Nada como jugar ajedrez para aclarar las ideas, abrir la cabeza" me había dicho. En lo que llegaba, preparé el tablero y reestructuré mi orden para recuperar las horas de estudio que perdería.
Casimiro se quita su saco y se sienta en la silla habitual.
"Debo confesarte algo" me dice. Juega el caballo a una posición ventajosa, aunque expone un poco el flanco izquierdo, mientras da inicio a su relato.
A Casimiro jugar ajedrez le ayuda a comprender, aprehender la vida. Sus jugadas son siempre acertadas. Yo juego por una razón mucho más simple… Por fidelidad al origen de nuestra amistad. Para mí el ajedrez es un recuerdo, pienso, mientras escucho el roce de la pieza en el tablero al hacer mi jugada. Nos conocimos en una antigua ciudad imperial que la guerra había agarrado por el cuello un cruel invierno.
"Lo cierto es que…" continúa diciendo Casimiro, alzando sus ojos, hoy tristes, al techo. Parecía estar distraído del tablero, pero yo sabía que no era así. Casimiro nunca se distrae. Contaría algo y luego procedería a realizar una jugada magistral sin mostrar la más mínima jactancia. Sabe mantener una conversación mientras planea las jugadas. Parece irreal el paso del tiempo.
Mueve el alfil de sus piezas negras con delicadeza.
"Y por eso Gastón, necesito que vayas cuando no esté." Concluyó.
Desvié mi mirada del tablero hacia la chimenea, incrédulo. Estaba imposibilitado de jugar, no podía resolver la trampa que me había tendido Casimiro, algo me decía, que no sólo en el juego de ajedrez.
No había escuchado lo que dijo. Hago el ademán de preguntar pero no me lo permite. Se levanta de la silla y me dice amargamente, "debemos pensar que en cinco jugadas será mate."
"Pero se trancó el juego." Le digo, sabiendo perfectamente que lo sabía.
Lo medita un breve momento con el ceño fruncido. Los maderos terminaban de extinguirse en el fuego de la chimenea, así como se extinguía la ilusión de Casimiro.
"Este no Gastón. Este aún no termina." Me dijo con certeza. Me abrazó fuerte y se fue, sin darme oportunidad a nada más.
Esa fue la última vez que lo vi.
Cinco días después, el domingo, Casimiro nunca vino a jugar.