¿Qué significa para la sociedad dominicana el momento histórico actual a partir del 16 de agosto del 2020? El cierre de un ciclo de políticos, partidos y formas de hacer política que nos remite a otros retos sociales para redefinir el rumbo, no solo de la política, sino también de las prioridades económicas, de la redefinición de objetivos económicos y de desarrollo que impacten en el conjunto de la sociedad; también de un fortalecimiento de las instituciones, una vigilancia hacia la conducta de los funcionarios, el saneamiento de la justicia y la necesaria eliminación de la impunidad.

Decimos atrevidamente que cerramos un ciclo, no porque así lo deseamos y ni siguiera porque exista un proyecto político particular que lo impulse, más bien se trata de una toma de conciencia ciudadana en procura de reconstruir el país, redefinir el curso de su democracia y lograr un estado de derecho que haga que la justicia sea igual para todos, funcione con equilibrio y adecente la vida pública.

Ese ciclo al que hacemos referencia no es más que el que se abrió con el tiranicidio en mayo de 1961, la historiografía le denomina la transición democrática y yo agrego que ese camino se alargó más de la cuenta en alcanzar sus propósitos, tal vez el más largo de toda América Latina.

Quizás nos ha costado mucho como sociedad el borrón y cuenta nueva, la impunidad, la continuidad de viejos modelos de gobiernos apoyados en una ritualidad del poder trujillista, y el peso del trujillismo y neotrujillismo en el ejercicio político moderno. La componenda entre los grupos dominantes, una vez eliminado Trujillo no favoreció a la transición democrática, se confabularon para repetir un modelo de exclusión, de acumulación sin Trujillo y de tropelías en desmedro de la construcción democrática.

No hay vuelta atrás que no sea retrotrayendo la historia como sucedió con la guerra de abril de 1965. Hay procesos que no se abortan, deben fluir porque la historia tiene también, su propio drenaje y hay que dejar que se produzca

La reinserción de Balaguer en el cuadro político en 1964 obstruyó la consolidación democrática del país siempre con la anuencia de una clase dominante, que Juan Bosch definió como no gobernante, sin conciencia clara de su papel social en una democracia representativa.

Sin embargo, dolencias y debilidades estructurales del modo de producción y la formación económico-social de nuestro país, han sido culpables de que, llegado el 2020, eliminemos del ejercicio político, prácticas que hace tiempo fueron superadas en otros países con menos índice de desarrollo económico que nosotros, pero liberados de antiguas prácticas y que han avanzado en la transición democrática a pesar de haber sido víctimas incluso de guerras intestinas por años, como los casos de Centroamérica.

Uno de los daños más graves que tiene la radiografía política dominicana ha sido la no extirpación del trujillismo de nuestra conciencia y memoria social, pues si bien lo encarnó en el 1964 Balaguer, cuando forma su Partido Reformista en la ciudad de New York, somos injustos pensar que sólo de la doctrina trujillista nos quedó Balaguer, que había sido varias veces funcionario del régimen; también los partidos postrujilistas de la modernidad, no fueron capaces de romper con las practicas trujillistas del poder. Sobre todo, los de mayoría electoral: PRSC/PRD/PLD. Sus líderes aplicaron la impunidad para poder seguir ellos prácticas de corrupción, y lo más grave, reiterar el tujillismo, como símbolo del poder, de las artimañas y del ejercicio político.

La perturbación para construir una democracia sana ha tenido como obstáculos, tanto la mañosería de los políticos dominicanos anclados en el siglo XIX, como el peso de la doctrina trujillista que gravitó sobre ciudadanos, partidos, políticos y procesos de reformas que terminaban enredados en las patas de los caballos del poder tradicional, reproductor de un modelo excluyente, elitista y aliados del autoritarismo, haciéndose esos grupos dominantes, cómplices del desorden social e institucional del que ellos terminaban beneficiándose. Esa es la lección histórica.

Los ciclos históricos se cierran. El renacentismo, puso fin al dominio eclesial de las ideas y el arte teogónico, la Revolución Francesa, al poder de la monarquía, la Revolución Haitiana se convierte en la primera del mundo controlada por esclavos creando nueva república. La Segunda Guerra Mundial crea dos polos, EEUU y la URSS, negando el poderío absoluto de Europa en la geopolítica del mundo.

La muerte de Lilís (su último período 1889-1899), pone freno a las desventuras continuistas del líder autoritario. La muerte de Trujiillo (1930-1961) termina 31 años de dictadura. la Muerte de Anastasio Somoza Debayle en Nicaragua (1967-1979), cierra un período histórico de más de 10 daños de dictadura. El inefable Augusto Pinochet (1973-1990), que era dueño de Chile, sus instituciones, militares y leyes, termina como Francisco Franco de España un día cualquiera de la historia llevándose por delante sus atrocidades y excesos, como le llegó también la hora, al duvalierismo haitiano (1957-1971), o al desorden de los grupos políticos de Cuba con la Revolución cubana de 1959.

Cada uno de esos y otros acontecimientos de la historia que no menciono porque solo tomé ejemplos replicados en esta rueda que va hacia adelante y retrocede, que es la historia, nos indica, que vivimos los dominicanos un momento histórico trascendente, el cierre de un ciclo de la historia política dominicana y el cambio de un modelo de gobernanza.

Una locura pensar que nos llevamos de paro al PLD, este partido en su momento enarboló de la peor manera, el viejo régimen, pero no es el único culpable, los hay por todas partes, lo que parece que tiene claro la sociedad, no sé si los demás actores políticos y económicos de nuestro país, es que ya está bueno, se cerró ese ciclo de manipulación, corrupción extrema, impunidad, retorcimientos de los políticos en su beneficio personal y de grupo, se acabó el uso desmedido del presupuesto para reproducirse políticamente, se terminaron los rituales del poder que todo lo justifica, se acabaron las componendas para beneficiar a grupos, familias, dirigentes políticos o grupos empresariales.

La lección fue para todos y todas. Desde ahora el que hace vida pública debe entender que es pagado por la gente y le debe respetar y rendirle cuentas, que el erario no es una herencia familiar, que la transparencia no es una moda es un deber y que la ética, es la mejor virtud de un funcionario público, además de sus dotes profesionales y técnicas.

Los partidos deben entender, que la tabla rasa es para todos por eso hablamos de cierre de un ciclo y lo que se cierra, si se intenta abrir, puede producir grandes tempestades, mejor cerrar la puerta y evitar la ira popular.

Entender el momento histórico es responsabilidad de todo el que cree en el valor de la democracia, y su papel ante los retos que se presentan, sabiendo de qué lado de la historia se coloca. Ese reto es para dirigentes, funcionarios, organizaciones sociales, ciudadanos y demás sectores representativos del entramado social.

No hay vuelta atrás que no sea retrotrayendo la historia como sucedió con la guerra de abril de 1965. Hay procesos que no se abortan, deben fluir porque la historia tiene también, su propio drenaje y hay que dejar que se produzca. Los líderes, grupos e individuos de montarse en la cresta de la ola, es para dejarse llevar, no para torcer su curso natural.

Jamás pensando que la ola la produjo un dirigente, un partido, un hecho internacional, la ola es la resultante de un proceso social, con muchos protagonistas y un sentimiento  generador de esperanza o como le llamó Tomás More en su momento (1516), una utopía, pero los paradigmas que conducen multitudes no son individuales, son sueños sociales, y los líderes que la encabezan saben entenderlo, protagonizarlo y encarnarlo, pero ellos no son más que instrumentos de la historia y cuando devienen en obstáculos de ella, los arrastra el vendaval y los sepulta en el mayor de los silencios: la desmemoria.