Las pretenciosas fachadas de piedra
que resistieron dictaduras en invasiones
han quedado atrás, reducidas a
granos de maíz o migajas de pan viejo.
Homero Pumarol
INTRO La ciudad es el registro de lo que somos: monumento, colonia, quemadura, manicomio. En cuanto al Caribe, Santo Domingo es una constelación caótica que completa el arco antillano. Esta geografía urbana reluce por sus diferencias: una fuerte personalidad barrial que contrasta con la urbe de torres y mega estructuras comerciales, una hidrografía de asfalto en donde se confunden motoristas, taxis y conchos a los bandazos contra vehículos ultra modernos. Santo Domingo -abierta al Caribe, rota por el Ozama, llena de basura y de nostalgia-, se camina, se vive pero sobre todo, se escribe. Soledad Álvarez, en el prólogo de la antología La ciudad en nosotros, describe a Santo Domingo como “un objeto estético, susceptible a la lectura, un sistema de significación”. Sí, lo anterior puede decirse de cualquier ciudad, pero lo que nos ocupa de Santo Domingo son sus particularidades, específicamente la ciudad celebrada por una multitud de acentos y costumbres a raíz de la primera invasión norteamericana; luego bautizada desafortunadamente con el nombre del dictador; derruida por la guerra civil debido a una segunda invasión; tomada, redefinida por Balaguer y su sicariato y ahora dividida cardinalmente por el relajo peledeísta. Soledad completa puntualizando que Santo Domingo “es un discurso que habla a sus habitantes, un texto en el que podemos leer lo que fuimos y lo que somos”.
URBANIA Así se titula la colección de poemas de Luis Reynaldo Pérez, quien obtuvo el Premio Funglode de Poesía en el 2012. Acudí a estos poemas una y otra vez para concluir que su fuerza radica en la ausencia del cinismo deliberado que prolifera en nuestra escritura. Leer con cuidado a Luis Reynaldo les confirmará la tesis en la que he venido insistiendo: nuestra escritura, mientras más posmoderna se piensa, más se acerca a lo anterior, y esta poesía es puro reflejo de los intentos del tiempo sorprendido. La ciudad que enamora a este poeta es fantástica, es un enjambre de espectros, de esquinas que hablan y flores como estrellas apagadas… Ante todo, la ciudad sueña y es sueño. Santo Domingo, “Doce letras tatuadas en los huesos de la memoria”.
El libro es un largo poema que se va plasmando en estrofas página por página. Hay partes que no me funcionaron en la totalidad, partes que hubiesen destacado de forma individual, pero que en el todo, en la mecánica o mecanismo del texto como un largo poema, me ofrecían una pausa o aliento innecesarios. Esto es subjetivo, tiene que ver con mis formas de lectura y no le resta al conjunto porque el poema tiene más luces que verdades:
Con su nombre arbolado entre los dientes,
construyo un arrullo para dormir a la ciudad desvelada,
desafío a los perros que muerden el horizonte.
Aquí hay aliteración bien usada, contradicción puntual y sin exageraciones pero más que nada, el vocablo arbolado, cosa tan hermosa que puede salvar una mañana. Este muchacho dice arbolado y yo no dejo de pensar en la frondosidad del Mirador Sur, en la copiosidad del Parque del Este… Pienso también en los asesinatos: la jungla salvaje que destruyó Balaguer (Oh Eighties, what have you done to us!) para plantar el Faro a Colón de nuestra pesadilla.
Todo el poemario está lleno de memoria, su definición, su cálculo de sudor, su latido. Entrevisté a Luis Reynaldo para escribir esta nota, quise saber en qué lado del Ozama había crecido, ya que este hecho es determinante en este libro pero sobre todo en una ciudad que en cierto momento fue cantada desde un nostalsong versión Conde Peatonal-Ciudad Nueva-Zona Universitaria, por la Generación de los Ochenta (El Clan de la Furia), que en vez de pelearse con la generación que le sucede ha preferido darle la espalda o atacarla en un juego de desautorizaciones, lo que no puede ni debe sorprender a nadie ya que este es el deporte favorito de muchos escritores en nuestro medio. ¿Seremos capaces de leernos sin resentimientos absurdos? ¿Seremos capaces, no de leernos, sino de enfrentarnos a nuestros textos? Lo peor es que esa mala costumbre de desautorización se mueve entre nosotros y crece como un caracol borracho. O sea, somos también lo que criticamos: Luis Reynaldo forma parte, según la biografía, de lo que se (des)conoce como El Arañazo. No voy a entrar en diatribas ni en explicaciones… lo que hay que decir objetivamente de esto, lo dijo mejor que nadie el escritor Fernando Berroa en una entrevista para Vetas*. Lo he dicho antes y lo repito ahora: yo estoy seguro de haber cometido todos los errores que puede cometer un escritor joven, pero la humildad no le quita un pedazo a nadie. ¿Mi experiencia con El Arañazo? El mismo Luis Reynaldo asistió a un recital que ofrecí, luego se acercó con un poemario para que lo leyera y le diera mis impresiones y tuvimos una conversa muy fructífera. Fue una grata sorpresa verlo salir airoso en esta premiación; he compartido con Ricardo Cabrera y hemos versado de música y literatura, también con resultados gratos dentro del respeto mutuo; Alexei Tellerías me invitó a una lectura y esa noche me presentó un manuscrito y yo se lo devolví rayado y cruzado, con mil sugerencias, como hago con todo lo que me dan a leer, desde Pastor de Moya hasta Argénida Romero… Salvo algún saludo indiferente en lugares públicos, aquella fue la última palabra que me dirigió. Me mantengo al tanto de las cosas que escribe, y me sorprende que en una ciudad tan pequeña, y con el interés que él demuestra hacia todo lo artístico, nunca haya escrito una reseña de una lectura de Frank Báez, de Homero Pumarol, de Juan Dicent o del mismo Berroa. Yo no creo que uno pueda llamarse conocedor de una literatura ignorando o pretendiendo ignorar una parte de ella. Lo repito: una literatura es literatura por como es leída. No tenemos que gustarnos para leernos. Insisto en recomendarles la entrevista que le hace Clodomiro Moquete a Berroa en Vetas. Es un escritor que tiene un conocimiento del ámbito en que se mueve y eso más que restarle, le agrega.
Pero regresemos a la ciudad de Luis Reynaldo, y veamos que él hace de ella lo que todo poeta hace con su amada:
Te canto una canción de cuna,
para que duermas quieta,
bajo estos mil ojos que te miran,
acariciada por las lilas del Ozama,
custodiada por perros que le ladran al cielo.
Digo que este libro es un poema largo porque cada verso refleja y se repite, y su grandeza radica aquí: el hombre pone los mitos de perfil, los recrea, y en este ejercicio anima y vivifica la naturaleza de la urbe. No sale de Santo Domingo, no la compara con nadie, habla de las calles con ternura, habla de sus realengos y sus putas sin caer en el exhibicionismo. Se deja seducir por la ciudad… ¿Porqué hablo de mitos? La poesía de Basilio Belliard nos recuerda siempre que “la ciudad ejerce una atracción teórica, mítica, fatal y dichosa. La ciudad bosteza su hálito de luz”.
La ciudad NO es el divagar
ni el polvo democrático
ni los collares de perlas
la ciudad.
Martha Rivera
CIUDAD TOMADA Esta ciudad ha sido tomada por las piedras es el segundo poemario de Alejandro González. En estos poemas la ciudad, como concepto, no es nunca asediada de frente, o sea, que la poesía funciona como una evasión del objeto y concentra su esfuerzo en los significantes. Para situar la ciudad hay ventanas y sueños, silencios y oscuridades. Alejandro es un poeta extravagante, lleva el idioma a retorcimientos y ritmos inconcebibles para cabeza sana:
Todo circunda el andamiaje embestido
sobre las charcas el día se convierte en una bóveda
en su quietud reposa el fuego y sales
agredido por la duda
doblegado
No se escribe para el consuelo sino para una lenta y dulce condenación. Digo lento y dulce porque los espacios entre verso y palabra resuelven la inconveniencia de la puntuación formal, lo que brinda una idea de libertad y desapego que contrasta con las imágenes poéticas relativas a la ciudad, que describen la paranoia colectiva que nos define:
Quiero saber qué es este mirar entre ventanas
este vivir aquí de lejos
pensando roto entre la gente
En sus escombros la ciudad tiene un límite
y preguntas (asustado)
si este lugar jamás será
El poemario está dividido en cuatro partes. Además de la ausencia de puntuaciones, como he anotado, hay también una propuesta experimental -no gratuita- que funciona por lo sutil. Hay poemas en letra pequeña, a manera de pie de página; otros son largos de varias estrofas; los hay también de una línea, una frase, una palabra, verso único en la página. Y todo funciona. Es un libro en donde la poesía, más que trabajada o cultivada, pasa. Sabiduría de Paul Auster: Poetry happens.
En esta ciudad del Caribe, en donde se nos pinta brutos, alegres, salvajes, carnestolendos, siempre con la guayaba en el bolsillo o la botella de ron y el pase de perico al presto, Alejandro juega melancólico con nuestro sentido de la metáfora, lo altera. Es un problema, sí, de comprensión. Este es un libro raro, sirve para el disfrute y el estudio. Una poesía para ser perseguida, como diría el crítico Carlos V. Cruz, razonablemente. De las cuatro, prefiero sobre todo la última parte, en donde la metáfora se apropia del sentido de la visión para describir la ciudad desde cimas, techos y cúpulas. Aprovecho aquí para anotar que García Lorca repetía: un poeta tiene que ser profesor en los cinco sentidos corporales. Tomando esto en cuenta me lancé con fruición a estudiar estos poemas en donde el libro se recoge y condensa:
La avenida se abre como una grieta
y a pesar de que cada paso entraña el riesgo
de arrojarte aún más lejos
caminas temeroso pero determinado a florecer
una palabra entre estas piedras
La poesía de Alejandro González armoniza la ciudad con un tacto juicioso. Las imágenes son graves, doradas y misteriosas, como el retorno de la gente y sus acentos. Con sagacidad evade los lugares comunes. Escribe de forma tenaz pero no es el artista en estado de fiebre, sino el canto -decantado- de la contemplación. Dice Juan Goytisolo en su conferencia El bosque de las letras: “El mundo en el que vivimos, para subsistir, necesita de contemplativos como Valente o Lezama Lima”. Otro que aprecia la contemplación es Matos Paoli, esa estrella tan necesaria. La poesía de Alejandro es la arquitectura del susurro místico, un cuerpo que regresa del extranjero y narra la querencia ecuánimemente y sin apasionamientos. Esta ciudad ha sido tomada por las piedras recibió el Premio Internacional de Poesía Joven FIL 2008.
* http://issuu.com/angelrafaelrossivargas/docs/revista_vetas_no._92_copy