Arribamos a otro fin de año y volvemos a ser partícipes de celebraciones cargadas de nuevas expectativas. La idea de celebrar un nuevo año es muy antigua. El historiador de las religiones, Mircea Eliade, ha escrito una extensa bibliografía sobre la universalidad de estas celebraciones.

En su clásico texto El mito del eterno retorno, Eliade agrupa las celebraciones del nuevo año dentro de las actividades que las sociedades antiguas realizaban con el propósito de “regenerar el tiempo”. Impregnadas de sacralidad, estas comunidades entendían los procesos de la vida como la recreación cíclica de sus mitos, los cuales debían ser reactualizados a través de ritos o ceremonias para garantizar la buena cosecha, la purificación de la comunidad y la sostenibilidad de la vida.

En muchos casos, dichas celebraciones implicaban la realización de actos donde se  asumían papeles de héroes míticos y se recreaban batallas fabulosas que habían dado origen al mundo. Desde nuestra perspectiva, estas acciones son teatrales, pero para los integrantes de estas comunidades, constituían recreaciones de los momentos arquetípicos que originaron la vida y de su recreación dependía que la misma pudiera sobrevivir.

Estas celebraciones, se nutrían, por tanto, de esperanzas y expectativas para el inicio del nuevo ciclo, computado en función de la observación de los ciclos naturales de siembra y cosecha.

Nuestras sociedades distan mucho de aquellas comunidades primarias. Nuestras vidas cotidianas están impregnadas de secularidad, lo que significa que nuestras acciones no tienen como referente la vivencia de lo sagrado. Por tanto, nuestras celebraciones de fin de año tampoco poseen el significado propio de las sociedades primarias.

No obstante, podemos rastrear una especie de residuo de aquellas festividades en el hecho de que nuestras celebraciones significan, aunque solo sea por algunas horas, una suspensión de la rutina de la vida cotidiana, que en nuestro caso, representa una suspensión de nuestra alocada carrera de trabajo-dinero-consumo. Aunque sea solo por eso y porque con ellas nos detenemos por un momento a celebrar la vida, en vez de los bienes materiales, las celebraciones de fin de año valen la pena. Feliz nuevo año.