Si uno de mis hijos hubiese sido discriminado por parientes políticos míos y de sangre de ellos, ¿habría ido a un medio de comunicación a contarlo? Afortunadamente esto es solo una hipótesis. En la misma hipótesis, es preciso tomar en cuenta que no me he desposado con un miembro de la realeza; esto es, que no me he unido en matrimonio a un clan que entiende que su linaje es divino.

Tampoco soy una estadounidense promedio, poco interesada en conocer la historia de la monarquía inglesa, con sus luces y sombras.  El rol del Imperio Británico en la historia de los derechos humanos, más allá de la ficción en The Crown, forma parte del contexto de este comentario. Y, aunque mi amiga Patricia Zorrilla se ría de mí, creo que, en verdad, los duques de Sussex se aman y quieren lo mejor para sus hijos.

Aún así, la respuesta es que jamás lo habría hecho, ni a cambio del generoso pago, o sin éste, en el modo que Meghan Markle, acompañada por su esposo Harry como testigo directo de su declaración, lo hizo el pasado domingo en una costosa exclusiva para Oprah Winfrey.

Antes de exponer mis razones para no denunciar públicamente algo así, destaco que la alegada discriminación racial de un hijo proveniente de miembros de la familia política es profundamente dolorosa para una madre. Debe haber pocas cosas más duras en el contexto de una relación de parentesco y afinidad que lidiar con esa circunstancia en medio de los lazos primarios de un ser humano, llamados a proveer afecto fundamental para su desarrollo.

El resto de las quejas de los duques de Sussex no ameritan mi atención, ni forman parte del comentario de esta entrega. Solo le dedico atención a la posibilidad de que ese rechazo, en razón del color de la piel del pequeño Archie, existiera o exista entres sus parientes británicos.

No, no lo habría denunciado públicamente por una importante razón. Ese hijo todavía es un pequeñito ser humano con derecho al olvido; con derecho a que se ejerza el interés superior que como niño le corresponde. Discriminar es una conducta reprochable más no un delito. De ser objeto de ese trato denunciado, es el amor de sus padres y una crianza que lo invite a perdonar posibles e injustificados rechazos, así como a decidir en su adultez qué tratamiento querrá darle a esa información o trato.

Creo que Meghan Markle desaprovecha su fama mundial para dar un mejor ejemplo de cómo manejar este tipo de situaciones, que sabemos ocurren no solo en los círculos de alta aristocracia monárquica.

Le bastaría con demostrar que puede ser una madre plebeya, a la americana, capaz de criar a un par de Windsor mulatos como buenos ciudadanos del mundo y nada más. No tendría que hacerse una filántropa como Diana de Gales, si no forma parte de su vocación salir a apoyar el mal que aqueja al mundo. Su revolución pacífica puede ser modesta, sincera y centrada en la demostración de que tiene las herramientas suficientes, como progenitora junto a su esposo, para darle a sus vástagos lo que necesitarán para desarrollarse en el mundo de hoy, donde abundan esa y otras circunstancias injustas, sin que su título nobiliario (al que no han renunciado) les sirva de plataforma.  Pares o nones, o les gusta o no les gusta la vida monárquica.

Ahora bien, de haber vivido lo denunciado a Oprah Winfrey en lo que respecta a la discriminación racial sigue siendo una injusticia importante, a pesar de que el mundo vive actualmente situaciones complejas; o, como alegan algunos, a pesar de que ella debió anticipar esa posibilidad, antes de asumir roles públicos con la casa Windsor.

No hay un solo penique que la corona inglesa le provea a sus súbditos que valga más que el color de la piel del pequeño Archie o el de su hermanita por nacer. Por demás, el trato igualitario es universal y cruza toda jurisdicción. No hay derechos humanos británicos, estadounidenses o dominicanos.  Sin embargo, creo que el manejo de los duques no fue oportuno por una sencilla razón: el sujeto de la discriminación no tuvo derecho a opinar, porque Archie Harrison es apenas un niñito de menos de dos años.

Algunos opinan ante el evento, que los platos sucios se lavan en casa. Puedo entender ese punto de vista, siempre y cuando no sirva para acallar un dolor como el que la duquesa dice padecer en nombre de su hijo.

En algún momento debe tratarse ese tema y creo que la dignidad humana sugiere que no debería monetizarse la revelación ante la opinión pública. La decisión pertenece al pequeño Archie, no a los duques. Después de todo, esas personas que pudieron haberlo rechazado son sus parientes sanguíneos y las personas que criaron a su padre.

Cicely Tyson (1924 – 2021), un ícono del cine, falleció hace pocas semanas a la edad de noventa y seis años. Para aquellos no familiarizados con el nombre de la hermosa y talentosa afroamericana, la actriz tuvo una larga y digna carrera que incluyó la nominación al Óscar como actriz principal en Sounder (1972), la concesión de otra estatuilla de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de los Estados Unidos, por los logros de su vida artística en el 2018, así como otras premiaciones de televisión y teatro.

Sounder es una película que llevo muy dentro en mi corazón y que recomiendo a todo padre ver junto a sus hijos. Se encuentra disponible en YouTube. Cuando tenía nueve años, mi papá nos hizo trasnocharnos a mi y a mis hermanos una noche de colegio, para verla. Fue mi lección primera sobre la discriminación racial.

Tyson esperó al final de su vida para publicar su biografía Just as I am: A memoir (Solo como soy, una memoria) publicada el 21 de enero de 2021. Ella falleció cinco días después.

En la obra recién publicada ella denuncia situaciones personales dolorosas que incluyeron abuso sexual, violencia intrafamiliar, discriminación racial y profundo dolor. Concedió una entrevista poco antes de fallecer, en medio de la pandemia, donde contaba esos hechos a una periodista. Todavía lloraba al recordar esos episodios difíciles de su juventud. Sin embargo, no se quiso morir sin denunciarlos. El movimiento #metoo la estimuló a revelar delitos cometidos en su contra en los años sesenta del pasado siglo. Me parece que el tiempo elegido por esta otra actriz norteamericana afroamericana fue perfecto.

Luego de hacer las paces espirituales con aquellos que la dañaron, de haber demostrado fortaleza para superar horrendas pruebas, no se fue de este mundo sin revelar graves situaciones ocasionadas por productores de cine e incluso por su ex marido, Miles Davis (1926 – 1991). Tyson contó que antes de morir hace muchos años, el célebre músico de jazz le pidió perdón y ella se lo concedió.

Entre los dos modelos de gestión del dolor, me quedo con el Cecily, sin menoscabar el hecho mismo del dolor Meghan. Una duda razonable, basada en los cimientos que edifican el abolengo monárquico, me indica que Markle no habló de un dolor imaginario.