Muchos analistas han llegado a la conclusión de que la democracia política es un proceso vivo que desde la segunda mitad del siglo XX está sufriendo una profunda transformación. Uno de los más brillantes historiadores de la democracia, John Keane, está convencido de que está naciendo una nueva forma democrática que puede ser definida como posrepresentativa, no porque abandone las formas de representación basadas en el voto libre de la ciudadanía, sino porque agrega a estos procesos tradicionales nuevos y poderosos mecanismos de escrutinio no parlamentario (…) Pero lo más importante serán las tendencias que impulsen la democratización de la democracia y la expansión de los grupos e instituciones independientes y autónomos que sean capaces de convertirse en sofisticados y modernos monitores del sistema político. (Roger Bartra, 2012)
Los juegos simbólicos culturales que expresan los sujetos en las redes sociales forman parten de la cibercultura que, a la vez, evidencia prácticas virtuales políticas que no se encuentran en los entornos reales. Pero están ahí, como dispositivos de enlaces, de contacto e interactividad con la práctica de la política real. Esto no significa que desaparezca la política tradicional, sino que ambas forman un híbrido en el cibermundo, en el que esta última tendrá que innovarse, ante la forma de hacer política, so pena de mantenerse en la filosofía del gatopardismo, que consiste en un cambio político para que todo siga igual.
La política en el ciberespacio se ha ido construyendo a través de las diversas prácticas virtuales producidas por diversos actores sociales. En fin, son tiempos de la ciberpolítica, es decir, una nueva forma de hacer política mediada por entornos virtuales. No es destruir, sino cambiar la regla de juego tradicional de la democracia representativa, que tome en cuenta a las multitudes inteligentes de las redes sociales, tales como las que se han estado manifestando en la Plaza de la Bandera, al frente de la Junta Central Electoral, luego de la suspensión brusca de las elecciones municipales, por el alegado sabotaje al voto automatizado, el pasado domingo 16 de febrero de 2020.
En la ciberpolítica, la interacción virtual actualiza permanentemente la información, cosa que no sucede en la política tradicional. Lo virtual disloca lo real. La fascinación por el ciberespacio ha abierto un mundo en donde hay de todo: la pluralidad, la horizontalidad, la no jerarquía y la no identidad. Anonymous es la expresión de los sin rostro, de los indignados, de la expresión de la ciberpolítica en cuanto rechazo a las antiguallas ideológicas que predominan en la política tradicional.
Las redes sociales y sus aplicaciones, con Facebook, Youtube, Twitter, Instagram, WhatsApp y My Space a la cabeza, entraron en escena en este siglo XXI. El mundo de los negocios celebró dicho escenario con vino y champán. Sin embargo, sus creadores jamás pensaron que tales redes se entretejerían en movimientos sociales y comunidades virtuales para luchar contra la corrupción, la falta de transparencia y el autoritarismo político.
Por eso, no se pueden reducir las redes sociales a la ciberadicción, movimientos coyunturales neopopulistas y a paquetes de informaciones triviales, pertenecientes al contenedor virtual de la ciberbasura. En el ciberespacio y las redes sociales, lo más preocupante para las élites de poder, es cuando los sujetos cibernéticos cuestionan el funcionamiento del orden social y político. De ahí que los gobiernos y los políticos neoliberales del mundo ven como amenaza las redes sociales, el ciberactivismo político y la ciberciudadanía, ya que el ciberespacio lo focalizaron como espacio virtual solo para idiotas.
La ciberpolítica viene a resquebrajar la práctica política tradicional de los ritos del poder político, ya que no se puede convocar marchas y concentraciones sin redes sociales. El movimiento de los 140 caracteres de Twitter disloca el activismo tradicional de la política, de ahí el ciberactivista político que tiene presencia en las redes, que crea y recrea en fracciones de segundos unos movimientos sociales que se concretizan en la plaza pública.
Es por eso, que vemos cómo miles de dominicanos en Santo Domingo, La Vega, Bonao, Salcedo,Santiago, San Francisco, Baní, Barahona e Higüey; así como allende de los mares, Estados Unidos, España,Alemania, Paris y otros países del mundo se levantan, como dominicanos que son, para mostrar su indignación ante la crisis política en que se encuentra sumida la nación dominicana. Esta lucha por la democratización de la democracia la están encabezando los jóvenes, específicamente los nativos digitales del ciberespacio; los que han nacido en el cibermundo son los protagonistas de una historia de política inédita en la República Dominicana en la era del cibermundo. Ellos, junto a sus padres y abuelos (inmigrantes digitales), son los que tienen que construir el sentido de democratizar la democracia dominicana, para que pase de lo transido a lo transitorio y no que sea permanente como el círculo vicioso de la política del lampedusismo y de lo Light, que siempre se vive en cambiar para que todo quede igual, como decir café sin cafeína.
La democratización que se va construyendo es en el ejercicio de la libertad, de uno sentirse que es libre para ejercer sus derechos civiles y políticos, sin que con esto se caiga en el neopopulismo y sí en un sacudión político, que hagan entender a los partidos tradicionales que no es la filosofía del gatopardismo lo que necesitamos, en cuanto al cambiar todo para que nada cambie. Que los jóvenes que están en esos partidos sepan que la democracia dominicana está transida, que no resiste seguir viviendo bajo ese modelo de Estado clientelar, patrimonialista y de hipercorrupción, que excluye prácticamente a la población dominicana. Si no hay profunda reforma social y política, pasaremos de sociedad transida a hipertransida, donde no existiríamos como sociedad y el caos sería el orden del día.