Internet ha sido el más importante desarrollo tecnológico de las últimas décadas, llegando a revolucionar nuestras vidas. Es una herramienta dinámica, global y descentralizada que se enriquece a cada instante con nuevas aportaciones de usuarios de todo el planeta. Su funcionamiento es similar al de un gran hoyo negro, que mientras más engulle información y posibilidades se hace más denso y potente, aumentando progresivamente su campo gravitatorio de atracción, succionando a quien se le acerque.

Los grandes aportes y beneficios de Internet no requieren ser resaltados en este artículo, porque quienes están vinculados a ella los reconocen claramente. Pero como todo en la vida, la red también tiene sus sombras y oscuridades. Una de estas es la gran  dependencia que produce en algunos usuarios, parte de los cuales llega a tener comportamientos maníacos y sicóticos a partir de su utilización excesiva y enfermiza.

Dispositivos como teléfonos y relojes inteligentes, tabletas y adaptadores USB para conexiones telefónicas y satelitales, están llevando a Internet a ser omnipresente en nuestras vidas. Hemos pasado de una vinculación frecuente pero interrumpida, a una continua y permanente. Además, cada vez es mayor el número de actividades que los internautas realizamos mediante ella, aumentando su utilidad y necesidad, y engendrando una dependencia progresiva.

Algunas corporaciones contribuyen a intensificar la atadura a Internet con el desarrollo de complejos algoritmos que se alimentan con datos de nuestra navegación en la red. A partir de los mismos preparan perfiles de usuarios con crecientes niveles de precisión. Con estos detalles personales nos bombardean con informaciones y publicidad seleccionadas especialmente para nosotros. Van construyendo gradualmente un ambiente afín a nuestros gustos y necesidades, incrementando la conexión y familiaridad e induciéndonos a adquirir determinados bienes y servicios. Inclusive, muchas aplicaciones se diseñan con participación de especialistas de la conducta humana configurándolas con una lógica para que su uso genere vinculación y dependencia, siempre con la finalidad última de obtener en algún momento un beneficio económico.

Casi todos los cibernautas reconocen cierto nivel de dependencia a Internet y algunos vemos cómo ha venido creciendo a lo largo del tiempo. Cuando esta aumenta de forma desproporcionada, como sucede en algunas personas, puede tornarse en una adicción psicológica, que en caso de llegar a tener consecuencias negativas en quienes la padecen o en su entorno, se convierte en patológica.

Hay numerosas evidencias de que la vinculación compulsiva a Internet desarrolla dependencias similares a cualquier adicción, conllevando también problemas físicos, psicológicos y emocionales. Igualmente, produce inconvenientes sociales y familiares. A largo plazo engendra depresión, mal humor y una disminución del bienestar general. Esta gran dependencia ha llamado la atención de los profesionales de salud mental. Pero ni la Asociación Americana de Psicología ni el manual de diagnóstico de la Asociación Americana de Psiquiatría, el DSM-V del 2013, la consideran todavía como una patología conductual o mental.

Para comprender mejor el fenómeno de la ciberadicción es interesante conocer lo que sucede en China, el primer país en considerar la dependencia de Internet como un trastorno clínico. La Asociación de la Juventud China para el Desarrollo de la Red consideró que había unos 24 millones de jóvenes adictos a la red, uno de cada siete de los internautas. Igualmente, un estudio destacó que el 8.8% de los niños entre 6 y 12 años muestra conductas de adicción. Así mismo, estudios realizados en el país han revelado que el uso excesivo de internet reduce la capacidad mental en un 8% y provoca daños cerebrales en los adolescentes, similares a los del uso de cocaína o de alcohol.

Los padres son también otras víctimas de esta situación. Padecen grandes sufrimientos por el progresivo deterioro físico, mental y emocional de sus hijos y se sienten que se encuentran inmersos en una terrible pesadilla.  La gran mayoría considera que esta realidad ha destruido sus familias y que, similar a la drogadicción, han perdido a sus hijos en plena vida.

Para contrarrestar esta situación se establecieron en China centros de desintoxicación para adolescentes adictos, sobre todo a los juegos online, a los que especialistas llaman “heroína electrónica”. Como una parte de estos adolescentes no reconoce su trastorno, tienen que ser llevados a los centros bajo engaño y en algunos casos sedados. La terapia que se imparte consiste en “una dieta estricta, entrenamiento físico, y controles de sueño, con la intención de reconectarlos con la realidad”.

A pesar de que públicamente se ha denunciado la violencia de algunos de sus métodos, estos centros constituyen el último reducto de esperanza de padres desesperados que a veces recorren con sus hijos miles de kilómetros y hacen grandes sacrificios económicos para acceder a ellos.

El caso chino es una señal de alarma sobre una situación que tenderá a globalizarse en los próximos años. Principalmente,  por el aumento de la presencia de Internet en casi todos los ámbitos de la vida, así como por la creciente interconexión de los equipos de uso cotidiano, el llamado "Internet de las cosas". Todo esto nos plantea interrogantes en torno a lo que podrá suceder con las nuevas generaciones que empezarán a tener una relación permanente con la red desde muy temprano, por lo que serán muy influidos y condicionados por ella. Igualmente, llama la atención la vulnerabilidad y el riesgo de niños, niñas, adolescentes y jóvenes que actualmente se socializan con alta interacción en la red, sin tener muchas veces una orientación y supervisión consciente por parte de sus padres y tutores.

Algo que no ayuda en esta situación es que muchos padres tienen una actitud acrítica con las nuevas tecnologías. Consideran que mientras mayor sea el contacto de sus vástagos con ellas, mejor preparados estarán para el mundo que les tocará vivir. Sin embargo, tal vez deberían emular lo expresado por Steve Jobs en entrevista reseñada en un artículo reciente en The New York Times: “En casa limitamos la cantidad de tecnología que usan nuestros hijos”. O lo señalado por Chris Anderson, director ejecutivo de 3D Robotics y fabricante de drones, cuando dijo, que experimentó “de primera mano los peligros de la tecnología” y que no quiere que a sus hijos "les pase lo mismo”.

De forma similar se expresaron el fundador de Twitter, Blogger y Medium, el emprendedor Evan Williams y su esposa, quienes "aseguran que en lugar de iPads sus dos hijos pequeños tienen cientos de libros que pueden leer en cualquier momento". Como indica el artículo del diario neoyorkino, algunos directores ejecutivos de empresas tecnológicas "viven según normas completamente contrarias a las que prescriben para la población".