Noam Chomsky, el notable lingüista judío estadounidense, (que visitó este país en años recientes, sin hacer ruido como corresponde a un académico respetable y que tiene vedado traspasar el territorio de Israel, donde ahora predomina la extrema derecha política), es, a sus más de noventa años, una de esas conciencias, sino la Conciencia de millones de seres humanos, entre ciegos y despiertos, que no se marean ante el poder avasallante, que lo censuran en su peor expresión, que no se acomodan siquiera cuando sería razonable que lo hicieran, que no se le entregan a los potentados, develando iniquidades, desajustes, inconductas, componendas, ejerciendo el derecho inalienable a la crítica honesta, para construir un cada vez menos alcanzable mundo mejor, comprometiéndose en causas humanas, sin poner condiciones, moviendo sensibilidades, procurando alertar sobre males crecientes, investigando de manera inspirada, independiente, sin la ansiedad populista, sin la búsqueda de recompensas, haciéndose cuasi incontestable (salvo en el momento en que llega a decir, de manera probablemente equívoca y altamente discutible, que nunca se llegará a comprender la complejidad y profundidad de la mente humana). Mas, esa es una discusión académica que se puede derivar hacia otro espacio, posterior y que tiene un alto sitial no sólo en la investigación lingüística (aún cuando también son debatibles sus recientes juicios sobre la neurolingüística, según Mario Bunge), es, en definitiva, una lumbrera como intelectual comprometido con las más nobles causas de la humanidad que hoy sufre momentos críticos y que necesita de sus luces, su sapiencia y su dedicación humilde, enfrentando la prepotencia, las amenazas fascistas, los ejercicios dogmáticos y la imposición monopolizante, sesgada, de una sola versión de la historia, la conveniente, no la que ama la verdad. Bertold Brecht, otro gran comprometido, de enorme talento, comunicó, a las puertas del horror nazi, que los peores no eran sólo los que luchaban por imponer la barbarie sino aquellos que, ante su avance, se mostraban indiferentes. Dante Alighieri en su Divina Comedia, consigna que los que se declararon neutrales en tiempos de crisis moral, fueron a parar a lo peor del infierno. Swidenborg, notificado por un ángel de que un teólogo que hablaba sin fe ni convicción sino solo por conveniencia, fue llevado, harto ya el cielo de sus poses, a los médanos donde quedó como sirviente de los demonios. Noam Chomsky es temible no porque amenace con infiernos ni pelas dogmáticas o dioses vengativos, sino por su búsqueda inquieta (e inquietante, para el poder), de la verdad. Su independencia de criterios es invaluable hoy que hay tantos compromisos, parecida a la de George Orwell, que le permitió predecir el nacimiento futuro del hermano mayor en la obra 1984 y, ya en otro contexto, el cúmulo de mensajes simbólicos que irradia Charles Chaplin en sus obras criticas del maquinismo, la despersonalización y la instrumentalización de unos seres humanos por otros.