Es una pena que en nuestro país no se realicen debates. Es una pena porque los debates generan un sinnúmero de beneficios para la sociedad en que tienen lugar y porque son indicadores de su desarrollo, de sus políticos y de su democracia.
Hubo tiempos en los que los políticos no rehuían el combate. Antes de la dictadura de Trujillo, en tiempos de Concho Primo, los combates entre políticos tenían una naturaleza sanguinaria: se basaban en hierros y colines. Luego de la dictadura, a inicios de nuestra democracia, hubo un breve período durante el cual la confrontación física fue sustituida – afortunadamente – por la intelectual y los cachafús por las ideas. Era de esperarse que el debate que tuvo lugar en diciembre de 1962 entre Juan Bosch y Láutico García fuera el primero de una larga serie. Lamentablemente, no fue así ¿Por qué?
Porque para debatir hay que tener una serie de cualidades de las cuales, en estos tiempos, la mayoría de nuestros políticos carecen. Para debatir hay que tener integridad. Para debatir hay que tener valor. Láutico García los tenía. Bosch los tenía. A diferencia de la mayoría sus “discípulos”.
Nuestros políticos actuales no debaten porque, en su mayoría, son cobardes y corruptos. Pero no solamente por eso. No debaten por conveniencia personal. Los que son favorecidos por las encuestas no lo hacen porque tienen mucho que perder. Y si los que están a la zaga en las encuestas están dispuestos a debatir, también lo hacen por conveniencia, porque tienen mucho que ganar. Cosa que no hacen cuando las encuestas los favorecen.
Había en el santiaguero barrio de Los Pepines un zapatero que tenía dos queridas que se disputaban su cariño y se enzarzaban en terribles discusiones ricas en insultos que no podemos repetir. El zapatero – al que curiosamente llamaban “el Procurador” – impuso una medida salomónica: ninguna de las queridas tenía el derecho de atravesar la calle Cuba. Pero la medida no acabó con las disputas. Los dimes y diretes continuaron, pero con mayor estridencia: cada una de las contendientes se insultaba desde la acera opuesta.
Así “debaten” nuestros políticos. En lugar de una calle, los separan los periódicos, la televisión, la radio, los medios de comunicación. A nuestros políticos les falta el coraje de las queridas pepineras: nuestros políticos no tienen las agallas para desafiarse frente a frente.
Es una pena.
Es una pena porque los debates son beneficiosos para la población. Durante un debate es posible determinar qué contrincante tiene mayor agilidad mental, mayor lógica, mayor capacidad de razonar, si es que razonan. Los debates permiten confrontar sus ideas, si es que las tienen.
Es una pena porque los debates descubren la verdadera naturaleza de sus participantes. En los debates no hay photoshop moral que disfrace defectos y debilidades. Se puede mentir a través de discursos pregrabados y con teleprompt; se puede mentir con palabras, habladas o escritas; se puede mentir en las ruedas de prensas celebradas en el Palacio Nacional ante un montón de bocinas ajumadas con una cosecha mediocre de Protos.
En los debates no. Porque el lenguaje corporal no miente nunca.
Los debates son, por otro lado, un excelente deporte. A diferencia de la lucha libre, en los debates se pelea en serio, de verdad. Los contrincantes se sacan sangre, como en las peleas de gallos. Los contrincantes tiran con fuerza, como los pitchers de grandes ligas. En los debates, como en el boxeo, abundan los ganchos y los knock-outs.
Pero los debates no deben limitarse a la política. Puede debatirse sobre cualquier tema esencial para la sociedad. El debate de ideas es, según Rousseau, una condición indispensable para tener una verdadera democracia. Es por eso que entiendo que los debates, al menos entre candidatos políticos, deberían ser establecidos por ley. Los debates contribuyen con el desarrollo. No en balde son frecuentes en los países desarrollados.
Soy un gran aficionado de los debates. Naturalmente, tengo que conformarme con los que tienen lugar fuera de nuestras fronteras. Sobre todo los que se dan entre franceses. Los franceses se sacan chispas, sin necesidad de colines. En las próximas entrega comenzaré una serie en la que presentaré y analizaré los mejores debates franceses.
Terminaré enumerando los debates, públicos, contradictorios, cara a cara, que me encantaría que tuvieran lugar en nuestro país, para empezar: Guillermo Moreno vs. Leonel Fernández; Juan Bolívar Díaz vs. Manuel Núñez; Rodríguez Marchena vs. Vinicito Castillo; Antonio Isa Conde vs. Pelegrín Castillo y, ¿Por qué no? Danilo Medina vs. Vincho Castillo.
En fin, soñar no cuesta nada.