La verdad es que somos un país más que curioso, de antología, y no poética precisamente sino de realidades sorprendentes. A pesar de lo chiquitos que somos, un territorio de apenas 48.000 kilómetros cuadrados, lo que equivale a la finquita de un hacendado Brasil, a pesar de los diez u once millones de habitantes que vivimos, o mejor dicho sobrevivimos e esta isla, lo que equivale a una pequeña aldea de China, o a pesar de lo poco que pesamos en el contexto mundial, lo que equivale a un país poco menos que pigmeo, a pesar de todo, somos un país donde las cosas, y en especial las cosas incorrectas, se dan en proporciones enormes, gigantescas, e incluso galácticas.
Por ejemplo, que el 57% de los choferes dominicanos carecen de licencia de conducir, no me digan que no es todo un record para ser registrado en el libro Guinnes, como la nación más desafiante a las autoridades de todo el universo. Que más de la mitad de los conductores de aquí, un buen día se compran un vehículo de dos o cuatro ruedas, y sin hacer los exámenes teóricos exigidos, ni demostrar las pericias de maniobras obligatorias, salen a la calle a guayar gomas, a dar acelerones nocturnos que se oyen hasta en Villa Altagracia, a aterrorizar peatones sobre todo si son viejecitos, a hacer más cortes de pastelitos que un chef de cocina, a echar carreras terroríficas en calles y avenidas y, también y por desgracia, a causar muertos y heridos que enlutan a cada rato las familias dominicanas.
Aunque bien pensado, para qué nos sirve un permiso de manejar si nos saltamos por puro deporte los semáforos, aparcamos donde nos viene en gana, circulamos en dirección contraria, excedemos en mucho los límites velocidad, o decimos a la autoridad aquello tan trujillesco e intimidatorio de ¿usted sabe con quién está hablando?. Desde este punto de vista de la realidad cotidiana, la licencia de manejar debería anularse, declararla inútil, es más prohibirla por ser un estorbo ciudadano, pues parece que solo sirve para cobrar impuestos, lo mismo que sucede con la revista anual, que tanto nos mortifica.
¿Qué dicen o hacen al respecto las autoridades? Lo de siempre, de tiempo en tiempo se ordenan redadas y se secuestran algunos motores, se ponen multas por no llevar casco o licencia, y a seguir cantando y bailando la bachata que ya es un Hit Parade musical con el título de “Todo marcha perfectamente en este país”, y de paso se toman unos traguitos para celebrarlo, después de todo hay que ser cónsonos con los hechos, a ese 57% de “no licenciados” le corresponde el segundo lugar en el mundo en proporción de muertes por accidentes de circulación. Más coherencia imposible.
Cuándo habrá una educación integral y continuo sobre el manejo prudente y a la defensiva de vehículos que comience en las escuelas, que se eduque y reeduque una y mil veces directamente en sillas o aulas a los “sin papeles”, que se hagan y mantengan verdaderas campañas eficaces en los medios de comunicación, y que se castigue ejemplarmente a quienes violen de manera temeraria las leyes de tránsito, pues miles de dominicanos, incluidos ellos mismos, perecen cada año por su culpa.
Lo dicho, somos extraordinarios en porcentajes de gente que se roba la luz, que no paga el agua, en apoderarse de las aceras para hacer negocios, en evadir impuestos, en sobrevaluaciones, en sobornos oficiales o privados, en Odebrechismos, en Tucanismos, en Omsacidades y tantas otras maravillas picarescas y delincuenciales por el estilo.
Tal vez ese dicho tan nuestro de chiquitos, pero tupíos, nos podría servir para crear nuestra necesaria y tardía Marca País: “República Dominicana, chiquita, pero tupía”, suena bien y además cumple con dos de sus reglas básicas, es veraz y creíble.