El 19 de octubre pasado el canciller norteamericano Mike Pompeo viajó expresamente a Panamá para entrevistarse con el presidente Juan Carlos Valera y advertirle sobre la preocupación norteamericana de que ese país entre en acuerdos con Pekín que resulten ser “una acción económica predatoria”. Esa última palabra significa robo, o saqueo. Y es que Estados Unidos está preocupado ante la posibilidad de que Pekín invierta en proyectos que tengan implicaciones geopolíticas negativas para Washington en el país donde está ubicado un canal que hasta el gobierno de Jimmy Carter era administrado por un departamento del gobierno norteamericano.
El control del canal por parte de China, así como las construcciones por parte de ese país de nuevos puertos en el Pacífico y Atlántico panameño, podría constituir un gran problema geopolítico y estratégico para Estados Unidos. Recuérdese que un grupo chino quiso construir un canal alterno en la Nicaragua de Ortega. El acuerdo de 1977 bajo el cual, durante el gobierno de Jimmy Carter, se entregó el canal a los panameños especifica que Washington puede retomar su control si su seguridad está en riesgo. Los chinos han estado tratando de comprar tierras en ambos extremos del canal y también buscan construir terminales de petróleo y puertos de cruceros. Al igual que Unión en El Salvador, todos estos puertos pueden ser convertidos para uso militar, como ya ha ocurrido con puertos financiados por Pekín en Sri Lanka y el estrecho del Cuerno de África, cuando los préstamos no pudieron ser repagados. En Trinidad y Tobago, desde donde viene el gas natural que los dominicanos importamos, los chinos están haciendo inversiones en gas para suplir al Caribe y Centroamérica. Trinidad, precisamente, es donde más han invertido los chinos en el Caribe.
En retaliación, Washington amenaza con reducir la ayuda a países que hacen negocios con China y promueve un nuevo programa de préstamos a la región. Es por eso que la semana pasada el presidente Medina recibió al jefe de la Overseas Private Investment Corporation (OPIC) de Washington.
Otra evidencia de la preocupación norteamericana fue el discurso del vicepresidente Mike Pence ante los países de la Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC), donde recordó que Estados Unidos “no ahogan a nuestros socios en un mar de deudas, como tampoco ofrecemos una correa constrictiva en un carril de una sola vía”, aludiendo al plan chino del cinturón y ruta de la seda.
A pesar de todo lo anterior, la semana pasada el jefe de gobierno chino Xi Jinping, terminada la reunión del G-20 en Buenos Aires, visitó a Valera en Panamá donde suscribieron varios documentos que citan negociaciones para un acuerdo de libre comercio y el progreso en el estudio de factibilidad para un tren que llegaría hasta la frontera con Costa Rica.
En contraste, la actitud del presidente Danilo Medina ha sido muy cauta. Hasta la fecha no se ha anunciado ningún endeudamiento con China para proyectos de infraestructura y esa posibilidad tampoco aparece en el presupuesto del 2019, donde el endeudamiento está circunscrito a bonos soberanos, pues esos fondos, libres de ataduras a proyectos específicos, son necesarios para repagar los financiamientos de la deuda. Es decir que se tomará prestado para pagar deudas. Se habla muy informalmente de ayuda o una donación china para expandir el servicio 911, pero eso implicaría injerencia china en el sistema telefónico dominicano, algo estratégico. Los chinos quieren un acuerdo de libre comercio pero nuestro gobierno, juiciosamente, luce que rechaza la idea.
Trump negocia, esa es su gran especialidad y su placer, con Xi Jinping un gran acuerdo comercial que incluye como evitar el robo de tecnologías y el envío de drogas que tantas muertes están causando entre los jóvenes americanos. En ese ajedrez, la nueva guerra fría, un alfil a sacrificar podría ser el papel chino en el Caribe, esa barriga blanda norteamericana. Las bolsas financieras del mundo se estremecen al contemplar el pugilato. Pero Trump no cuenta con un Kissinger como el que abrió las relaciones americanas con Beijing hace 46 años.
Por suerte, hasta ahora, los precios del petróleo siguen bajando, pero debido a impredecibles factores políticos, no económicos.