Una ola de movimientos sociales ha barrido en América Latina con el neoliberalismo y sus concepciones sobre el estado minimalista, las políticas sociales mediadas por el mercado y la capacidad de pago familiar, y la práctica liquidación de las capacidades el Estado para conducir estratégicamente la sociedad y para regular el mercado y el sistema financiero en función del interés nacional y ciudadano.

Uno por uno, y con una gran diversidad de fundamentaciones y orientaciones ideológico políticas y composición social, emergieron movimientos  sociales que manifestaron masivamente en los espacios públicos sus demanda por un nuevo orden basado en la búsqueda de mayor equidad y solidaridad social, y de replantear las políticas económicas ya no solo en función del  mayor crecimiento del PIB, sino de la calidad de vida y desarrollo de las capacidades nacionales  de producción de bienes y servicios (crecimiento endógeno).

En Venezuela, Nicaragua, Brasil, Argentina, Uruguay, Para guay, Bolivia, Ecuador, Honduras, El Salvador, además de algunos pequeños países caribeños, y más recientemente Perú, y en cierta medida Guatemala, se ha avanzado considerablemente hacia un nuevo orden pos neoliberal. A los que habría que añadir Cuba que nunca llegó a implantar este modelo, pero que actualmente también busca salidas hacia un nuevo orden basado en similares valores al resto de América Latina.  No es casualidad que hayan emergido nuevos espacios organizativos de relaciones internacionales, UNASUR, ALBA, Organización de Estados Latino Americanos, y otros, que van delineando un nuevo mapa del poder internacional, con nuevas formas de relacionamiento económico, político, social y cultural,más solidarias y equitativas.

Quedaban Colombia y Chile como "islas de éxito" en las que aún se valoraba como positivas las reformas neoliberales y se pregonaban sus supuestas o reales bondades a nivel internacional, y un conjunto de países en los que, como la Republica Dominicana, las propuestas de cambio van emergiendo de los liderazgos políticos tradicionales y aún falta conformarse  movimientos sociales de envergadura.

Chile hasta hace poco y aun lo hace el gobierno neo pinochetista de Piñera, era proclamado como ejemplo de las virtudes del neoliberalismo implantado por la dictadura de Pinochet, con el apoyo no disimulado del  Sistema Financiero Internacional, del poder de algunas potencias, consorcios transnacionales yequipos  de la Universidad de Chicago.

Según  El País: "Con asombro y el malestar propio de quien se ha sentido engañado por años, el mundo es testigo de la actual convulsión chilena. Tres meses de protestas, no ya contra el Gobierno del derechista Sebastián Piñera, sino contra el modelo económico, político y social impuesto tras el golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973″.

La protesta ya no es solo una más de estudiantes por alguna reivindicación sectorial, como el Gobierno y sus propagandistas internacionales tratan de limitarlo. Si así fuera sería difícil comprender la profundidad y diversidad social que ha alcanzado la protesta y efervescencia social.

La mayoría de loes estudiantes que hoy demandan reformas de fondo en el sistema educativo no habían nacido cuando en 1983 masivas manifestaciones populares coreando: "va a caer, va a caer, estuvieron a punto de derrocar a Pinochet, quien solo pudo sostenerse arreciando la represión hasta niveles entonces inimaginables, creándose condiciones  para una gran unidad nacional (concertación) que conllevó su caída en 1990 y sostuvo Gobiernos considerados de transición hacia la democracia hasta que en 2010 resultara electo Piñera.

Sin embargo, la consigna más coreada por los estudiantes movilizados que han puesto en jaque al actual Gobierno es: "Y va a caer, y va a caer, la educación de Pinochet", y la misma es coreada con entusiasmo por las decenas de miles de otros ciudadanos que los acompañan.

Un Paro Nacional convocado por la Central Única de Trabajadores (en un país en el que solo el 20% de la población es sindicalizada y la negociación de contratos colectivos casi inexistente) se tradujo en el más importante y masivo desde la caída del dictador.

De lograr éxito, el movimiento estudiantil conseguirá desmontar un sistema educativo que paso a ser negocio más que servicio y bien público,  campo de enriquecimiento de minorías más que de nivelación social. El más costoso del mundo para las familias, según la OECD, y clave para que Chile se haya convertido en uno de los 20 países con mayor desigualdad social según el Índice de Gini.

Esperan turno otros servicios y bienes públicos básicos. Como la educación, los sistemas de salud y el de pensiones también han fueron privatizados y operan como negocios y no como los servicios públicos que debería proveer un Estado hoy desertor de sus obligaciones. Pronto podrían emerger demandas sobre el modelo político, basado en un sistema electoral cuyo registro excluye entre el 30% y 40% de los chilenos y que garantiza un eterno empate en la composición del parlamento impidiendo así reformas constitucionales.

Lo que cada vez más se cuestiona son los valores implantados por la dictadura, tales como el individualismo, la competencia por sobre la solidaridad,  la ganancia sobre la equidad, el mercado sobre los bienes públicos, el crecimiento sobre la calidad de vida.

Es difícil saber hasta dónde llegará la conformación de movimientos sociales y cuanto lograrán de sus actuales y potenciales aspiraciones de un Chile mejor, más equitativo y democrático. Pero  es claro que cada vez más sus demandas se acercan a las que movimientos sociales tratan de promover en el resto de este continente mestizo.

Mientras Europa, USA y otros países llamados desarrollados se debaten en una profunda crisis, se niegan a asumir la necesidad y las consecuencias de cambios en el modelo de desarrollo, América Latina parece mostrar al mundo que hay otros caminos posibles que podemos transitar en un contexto democrático.