La primera canción que escuché de Chava Flores fue La tertulia, interpretada por Pedro Infante. Venía en un LP, disco de los de antes, de los que se rayaban ante el menor descuido y que ahora vuelven a estar de moda. Para poder llegar a ella, uno debía oír primero Nana Pancha, El piojo y la pulga, Adiós Lucrecia; eso sí, todas eran alegres y pegajosas: « La otra noche fui de fiesta en casa ‘e Julia, se encontraba ya reunida la familia: Mari-Pepa, Felicitas, Luz y Otilia y Camila que alegraba la tertulia».
No fue la única canción que Infante le grabaría, a bote pronto recuerdo El chorro de voz y la famosa Bartola, a la que le dan 2 tristes pesos para el gasto. Nacido en el mítico barrio de La Merced, en la ciudad de México (en la calle de La Soledad, según los entendidos). Salvador Flores Rivera, habría cumplido la redonda cifra de 100 años el pasado 14 de enero.
De niño recorrió toda la ciudad, que si la Colonia Doctores, que si Coyoacán, La Roma, Peralvillo, Tepito o la San Rafael. ¿A su padre le gustaban las mudanzas o quizás sólo se escondía de los acreedores? Contaba jocosamente que si no vivieron en el Castillo de Chapultepec, fue porqué allí tenían la discriminatoria costumbre de sólo alquilarlo a los presidentes de la república.
Sin duda, su vocación nómada le ayudó a descubrir la ciudad de entonces, cuyo centro popular estaba en las vecindades (y sus pintorescos ocupantes). Aquellas modestas viviendas, donde los vecinos se conocían demasiado y que antecedieron a los actuales y monstruosos edificios de departamentos.
Sus canciones son un reflejo, lleno de humor, de ingenio, de la gente común, de sus hábitos, mañas y ritos; pienso en Espergencia que organiza su fiesta de XV años aunque lo haga cuando « va a cumplir los treinta», en Manuela, que le dedica una foto a su novio, Fidel el albañil, con una promesa de amor insuperable: « El retrato es pa’ tus ojos y el original pa’ti ».
Luego de la prematura muerte del padre, don Chava se ve obligado a trabajar en lo que sea: mensajero, cobrador, reparador de corbatas (lo que eso signifique), ferretero y asistente contable, oficio éste que terminará por dominar; así que, podríamos agregar que antes de contar historias empezó contando números.
A principios de los cincuenta y luego de fracasar en un par de negocios, compone sus primeras canciones: La tertulia y Dos horas de balazos, inspirada en los westerns. El éxito llega puntualmente y su música aparece en la radio y en el cine: el ya citado Pedro Infante, pero también Tin Tan, que canta la de El gato viudo, cuyos maullidos no dejan dormir, cuando la luna se pone re grandota…, Eulalio Gonzaléz “El Piporro”, Luis Aguilar, “El loco” Valdéz…
Los que saben, mencionan que compuso alrededor de 200 canciones, en muchas de ellas retrata el alma de la capital, también conocida como Chilangópolis: Sábado Distrito Federal y esa otra: Voy en el metro, qué grandote, rapidote… nada que ver con el camión de mi compadre Filemón…Por eso le llaman el cronista musical de la Ciudad de México. Al mismo tiempo, presenta su espectáculo en teatros y cabarets, hasta que en 1981, entre lágrimas y aplausos, dice que ya no puede cantar más, por tanto andar en la bohemia: «se me acabó la voz pero no el ingenio».
Intenta una vida tranquila en Morelia, pero extraña tanto la capital que no tardará en volver. En efecto, los últimos días los pasa cobijado en su entrañable esmog, hasta su muerte en agosto de 1987. Ni en la tumba dejó practicar el humor, pues en su epitafio, en el Panteón Jardín se lee: « si volviera a nacer, quisiera ser el mismo pero rico, para ver qué se siente ».