La impoluta Nieves Luisa era la estrella de la familia Trujillo, quizás la primera que alcanzó notoriedad fuera del país. Se dio a conocer especialmente en Cuba donde ejerció con mayor éxito su profesión. La profesión de Silveria Valdez, su abuela paterna. Almoina dice en su execrable libelo que era cantonera en La Habana, es decir, prostituta callejera:
“Mujer en sus años juveniles de muy gentil donaire, había conocido los hoteles equívocos de La Habana en su totalidad. Quiere decirse que había estado en la capital cubana dedicada a vida ‘non santa’”.
Cosas impeorables dice de esta señora Pedro Andrés Pérez Cabral en su obra “El ladrón de San Cristóbal”, escrita casi con el mismo espíritu crítico, el mismo afán demoledor de la de José Almoina. A Nieves Luisa Trujillo Molina -dice Pérez Cabral-“en su juventud se le conocía como ‘la Trujillito’, por su vocación protagónica cuando se entusiasmaba en los prostíbulos”.
Lo que es peor, dice un testigo de cargo, es que se destacó en su carrera de mujer pública en uno de los más sórdidos lupanares del este. De modo que “Cuando en enero de 1920 se procesó a Trujillo en San Pedro de Macorís por el estupro de una niña en Los Llanos, Nieves Luisa era popular en La Arena, zona de tolerancia de prostitutas en esa población. Que todavía existe”.
Salomón Sanz, un cercano colaborador del régimen, cuenta que las noticias del degradante espectáculo que protagonizaba Nieves Luisa en el fastuoso escenario de “La Arena” y la vida desorganizada que le habían dado tanta fama avergonzaban al mismo Chapita. Esa mujer, su propia hermana, mancillaba sin duda el honor de su familia, hería su sentido del pudor, su puntilloso pundonor, y siempre fue para él, según se dice, un problema agobiante, un estigma social, algo tan humillante como la falsa, seguramente falsa o supuesta acusación de estupro que lo persiguió durante muchos años.
Por suerte la Nieves Luisa se fue o le aconsejaron que se fuera a Cuba en los años veinte en busca de nuevos horizontes y allí alcanzó el estrellato, la consagración definitiva.
De ella y sus hermanas habla con ciertos detalles Crassweller y nada de lo que dice parece tener desperdicio. Pone el punto en las llagas, exactamente en las llagas y con la pus que destilan elabora cuatro perfiles: cuatros miniaturas en claroscuro dignas de Goya o de Rembrant.
Dice Crassweller (en traducción libre o libérrima) que las cuatro hermanas eran personas fuera de lo común, que Marina y Japonesa eran hogareñas y que se enriquecieron junto a sus esposos haciendo negocios que se beneficiaban de sus relaciones con el gobierno.
Marina, que era la mayor de los Trujillo Molina, gozaba de la protección de Chapita, según cuenta Crassweller, hasta el grado de que le permitía de vez en cuando, venderle al gobierno, a precios muy inflados, las casas que construía y que de seguro habían sido financiadas generosamente con dinero del mismo gobierno.
Julieta era la hermana extraña, incluso, en apariencia, recatada. Dice Crassweller que nunca abandonaba su hogar, nunca se mezclaba en la vida pública, era casi una extraña para la familia. En cambio, su esposo, Ramón Saviñón Lluberes, era hiperactivo socialmente. Saviñón era rico de nacimiento y aumentó inmensamente su fortuna al obtener la concesión de la lotería del gobierno, la Lotería Nacional, una empresa rentable que dejaba legalmente unos dos millones de pesos al año, sin incluir otros beneficios provenientes de turbios manejos con billetes que no se vendían y luego aparecían entre los ganadores.
En cuanto a la famosa Nieves Luisa, la cuarta hermana, dice Crassweller que aparte de diabética era muy similar a sus hermanos en carácter, inquieta, deshonesta y corrupta. Ella, afirma el indiscreto Crassweller, era la más inmoral de todos.
Más adelante habla de algo a lo que ya se ha aludido: que se mudó a Cuba, que durante muchos años vivió en ese país, que demostró ciertos talentos ejecutivos y operativos, de los que Crasweller no da detalles ni explicaciones, y que se involucró al menos en dieciséis relaciones sexuales ilícitas de las que Crasweller tampoco da detalles ni explicaciones.
Lo que aparentemente hizo fue combinar la prostitución con la especulación en bienes raíces, vendiendo bienes inmuebles a precios altos después de desalojar a los propietarios mediante influencias políticas obtenidas en base a su innegable talento vaginal.
La historia que, sobre este mismo personaje, cuenta el Dr. Lino A. Romero en su libro “Trujillo: el hombre y su personalidad”, difiere en ciertos matices de forma y fondo con lo que se ha dicho hasta aquí. El prestigioso siquiatra considera que “Nieves Luisa fue la contraparte femenina de su hermano” y que “fue una mujer inteligente, dinámica, emprendedora y con muy buen sentido del humor”, aunque igualmente “afectada por un trastorno antisocial de personalidad”.
El Dr. Romero no menciona a “La Arena” de San Pedro de Macorís como escenario de sus andanzas prostibularias, sino a “La Casa Blanca” de la ciudad capital. Es decir, una “Casa Blanca” que, a juzgar por el nombre y ubicación, debía tener cierto nivel de clase. Un viejo puertorriqueño llamado Don Juan era el dueño o gerente del centro de diversión y de vicio y tenía que ser bien conocido y frecuentado ya que se encontraba en la calle Estrelleta, al lado del Cementerio Municipal. “Nieves Luisa -dice el Dr. Romero- era una mujer atractiva, arrebatadoramente coqueta. Según dicen los que la conocieron, gustaba muchísimo y era prácticamente la estrella” del lugar y “una de las próstitutas más famosas de Santo Domingo”. La causa de su partida a Cuba fue una sarna “que se le presentó”. Viajaría entonces por motivos de salud y se perdería de vista hasta que Chapita llegó al poder.
En La Habana cosecharía muchos éxitos durante los fabulosos años veinte. Cultivó excelentes relaciones con oficiales del ejército y conocidos emprendedores y hombres de negocios con los que se involucraba como meretriz y empresaria de bienes raíces. Quizás a esto se refiera Crassweller cuando habla de sus talentos ejecutivos y operativos y de sus relaciones sexuales ilícitas.
A su regreso al país tuvo amantes a granel, continuó con su vida licenciosa, pero ya no volvería a ejercer la prostitución, como no fuera por amor al arte.
Chapita de alguna manera la metió en cintura, le puso un alto a su anarquía uterina mediante el sagrado vínculo del matrimonio, si acaso se lo puso. El hecho es que la casó con el militar Manuel de Jesús Castillo, alias Lolo. Y cuando Lolo murió la casaron con el hermano. Éste logró sobrevivir mucho más tiempo a la unión y con mejor fortuna, pues llegó a ser jefe de la aviación. Además Nieves Luisa, que no tenía hijos, adoptó a Nene Trujillo, el hijo póstumo de Pepito, y se convirtió en buena madre.
Hasta la llegada de Flor de Oro y una sobrina de Flor de Oro que aspira a excelsa matrona, no nacerían mujeres tan fogosas en la sagrada familia. Tan notorios o notables eran los excesos de Nieves Luisa, que hasta un hombre tan refinado y culto y taimado como Joaquín Balaguer se refiere a ella alguna vez en sus memorias de cortesano como “la oveja negra” de la familia. También dice que era atractiva físicamente o por lo menos la más atractiva de las hermanas. Quizás, sólo quizás, se sentía atraído por ella.
Al leer estas líneas cualquiera tiembla al pensar en el engendro que hubiera salido de un encate, un cruce o cruzamiento entre Balaguer y Nieves Luisa.
(Siete al anochecer [21])
Bibliografía:
Dr. Lino A. Romero, “Trujillo: el hombre y su personalidad”
José Almoina, “Una satrapía en el Caribe”
Pedro Andrés Pérez Cabral, El ladrón de San Cristóbal. Caracas, s.p.i., 1946
Robert D. Crassweller, “The life and times of a caribbean dictator