La carta de solicitud de Chapita a la Guardia nacional fue acogida favorablemente en pocos días, casi como si la hubieran estado esperando. Ciertas influencias, como las de Teódulo Pina Chevalier, del capitán James J. MacLean y posiblemente del capitán Fred Merkle no fueron insignificantes. Teódulo era su tío materno, el hermano de Plinio, y mantenía las mejores relaciones con las tropas del imperio y era sobre todo amigo de MacLean, mientras que Merkle, el fatídico Merkle, era amante o cliente asiduo de Nieves Luisa. Por esto último decía Ramón Alberto Ferreras que Trujillo se enganchó a la guardia gracias a las nalgas de su hermana (Nieves Luisa en su mejor época). De cualquier manera, no cabe duda que Chapita era el tipo de hombre que los marines estaban buscando. Un tipo de moral plegadiza o simplemente inmoral, carente de escrúpulos, de empatía, dispuesto a jurar y a matar por la bandera de sus amos.

Grupo guerrillero de Vicente Evangelista

Chapita recibió su nombramiento como segundo teniente a fines de diciembre de 1918 y se juramentó en enero del siguiente año. En un registro de la Guardia Nacional  aparece junto a un total de dieciséis segundo tenientes con el número quince. En el examen médico de rutina se hizo constar que su estado de salud era satisfactorio, tenía cinco pies y siete pulgadas de altura y pesaba ciento veintiséis libras. Estos datos, en caso  de ser ciertos, pondrían en evidencia que estaba bastante flaco.

La Guardia Nacional Dominicana tenía, entre otras cosas, la misión de colaborar con las tropas interventoras que perseguían en la región este a los llamados gavilleros dominicanos que defendían su territorio con las armas en la mano. De modo que, persiguiendo patriotas y gente que luchaba por no morirse de hambre se ganó Chapita la confianza del imperio norteamericano. Desde el principio, según los reportes oficiales, llamó la atención por “la corrección y limpieza de su uniforme y su persona”, su bien templada disciplina”, por ser  “extremadamente cuidadoso y correcto”. El mayor Watson, Thomas E. Watson, dijo que lo consideraba como “uno de los mejores oficiales en servicio. Casi todos los reportes hablaban de su eficiencia, eficiencia y obediencia al servicio de sus amos.

Entre 1920 y 1921, mientras Chapita estaba de servicio en el Seibo, tuvo lugar la intensificación de lucha contra los gavilleros. A esa época -dice Crassweler- pertenece una serie de  leyendas que se crearon para glorificar su figura egregia. El solo o con un grupo de valientes habría capturado toda una banda de rebeldes, habría penetrado en la jungla, en la oscuridad, enfrentado la muerte a cada paso mientras avanzaba. Finalmente arrestó y  esposó o encadenó a todos los supuestos criminales. A nadie mató, a nadie hizo mal este hombre de tanto valor.

Crassweler considera que esos relatos no son, por supuesto, más que fantasías. Asegura que Chapita, en ese tiempo, era un oscuro segundo teniente y nunca ejerció el mando en ninguna actividad contra los gavilleros y que su rol en la campaña fue mínima.

Participó, eso sí, en cierta especie de operación militar por la que recibió felicitaciones del mayor Watson. Una de tantas operaciones consistentes en la destrucción o quema de bohíos (con los marines al mando) para infundir terror entre los campesinos que apoyaban o se creía que apoyaban a los gavilleros. Ese tipo de iniciativa terrorista era algo rutinario que se hacía por lo menos semanalmente y que tenía efectos contraproducentes porque motivaba a mayor número de hombres y también mujeres a sumarse a la guerrilla.

Una mujer en la guerrilla

Las tropelías que tenían lugar iban más allá de lo que podría suponerse. El aislamiento de la zona y el difícil acceso a la misma impedía o

Dificultaba en grado extremo las labores de contrainsurgencia y al mismo tiempo permitía cometer con impunidad todo tipo de horrores. Lo que se estableció en el este del país fue -como dice Crassweller-, un reino de terror que recrudeció en los años de 1920 y 1921. Los marines del imperio, ahora auxiliados por la Guardia Nacional, se especializaban en abusos y crueldades, torturas de las clases más  brutales, y hay razones de peso para suponer que Chapita no se mantuvo ni le iban a permitir mantenerse al margen.

Cientos de personas fueron vejadas, apresadas, asesinadas, martirizadas con hierros al rojo vivo, obligadas a beber agua hasta reventar, arrastradas por caballos desbocados, incluso descuartizadas, todo un baño de sangre en gran estilo. El historiador Roberto Cassá afirma que en muchas ocasiones los infantes de marina quemaron bohíos pertenecientes a gavilleros o a familiares de gavilleros con todo y gente adentro.

El hecho es que las noticias de las barbaries que se cometían se esparcieron por el país a través de radio bemba, el rumor público, y llegaron a conocimiento del congreso norteamericano y fueron también confirmadas por investigadores del congreso norteamericano.

La dotación militar, o parte de ella, fue objeto de una aspaventosa purga, una purga más o menos real o supuesta, y la persona que fue señalada como principal responsable, es decir, el principal chivo expiatorio, fue el  capitán Fred Merkle, el ya mencionado amante o cliente asiduo de la mencionada Nieves Luisa. Merkle fue removido de su cargo, encerrado en la cárcel de Nigua y sometido a corte marcial en 1922.

Era tan evidentemente culpable y había cometido tantas atrocidades que sus compañeros decidieron ahorrarle el sufrimiento y evitar de paso un mayor escándalo, ventilando en un juicio sus incontables fechorías, y le proporcionaron un arma en su celda: una invitación a que se suicidara volándose los sesos. En una palabra, lo sacrificaron en aras del bien común, lavaron con su sangre la mancha en el supuesto honor de los marines. Alguien asegura que fue el primer suicida de la cárcel de Nigua, el primero de muchos que se suicidarían o serían suicidados en la oprobiosa cárcel de Nigua.

Mientras tanto, en las provincias de San Pedro de Macorís y el Seibo continuaron las expediciones punitivas de los marines y la Guardia Nacional contra los insurrectos y los pobladores locales, que sufrían los efectos colaterales. Muchos gavilleros (y un incierto número de marines), fueron muertos en combate o pasados por las armas, pero no fueron las armas las que determinaron el cese de la lucha (que había durado ya cinco o más años), sino las negociaciones y concesiones. Al final, en 1922, el gobierno de ocupación ofreció una amnistía general que formaba parte del Plan Hughes-Peynado, con el que se instauró un gobierno provisional y se puso fin a la primera (o segunda) intervención militar yanqui.

El legado de miedo y odio y un resentimiento visceral permanecieron iguales o intactos por mucho tiempo en la zona, hasta que la desmemoria y el olvido fueron haciendo su trabajo, borrando poco a poco el pasado.

(Siete al anochecer [24])

Bibliografía:

Luis D. Santamaría, “Los ‘Gavilleros del Este’, ejemplo de patriotismo”.

https://elnuevodiario.com.do/los-gavilleros-del-este-ejemplo-de-patriotismo/

Robert D. Crassweller, “The life and times of a caribbean dictator