Los hechos que alteran permanentemente nuestros planes, comerciales, empresariales, profesionales, de trabajo y de vida son tantos como impensables. Vivimos circustancias de incertidumbre irreductible (Gómez y Alvarez Dorronsoro)
¿Quién tiene el control de la vida, la muerte, los acontecimientos catastróficos y la evolución política y económica?, ¿Existe un futuro cierto? El futuro está condicionado por la acción humana y por las circunstancias imprevisibles.
Existen, por lo menos, dos tipos de incertidumbres, la epistemólogica, pues no somos capaces de tener niveles de certeza cuando la cantidad de informaciones de que disponemos no nos permite hacer un cálculo de certeza; y, la ontológica (la del ser o relacionado con él, Heidegger).
Lo cierto es que “El futuro no está ahí fuera esperando que lo conozcamos, sino que nosotros mismos estamos influyendo en la creación de ese futuro” (Skidelsky).
Tenemos certeza de estar vivos y de que nos espera la muerte física. Sobreviviremos a esta sólo por lo que dejemos como legado positivo -preferible- o negativo, por lo menos por algún tiempo. La impronta, solidez y trascendencia del pensamiento, de las ideas y de las obras aportadas marcan la memoria histórica, familiar y social de los individuos.
Los fenómenos de la naturaleza de los últimos años, con pérdidas de muchas vidas, los acontecimientos bélicos, con su secuela de muertes y daños materiales y, entre otros, los que dependen de la acción humana, de los niveles de conocimiento y de lo aleatorio, de manera particular el brote del coronavirus, nos ha puesto a todos, gobernantes y gobernados, ante la el cambio de nuestros planes y proyectos.
El reto es mantener la fe en nuestras capacidades, lo que queremos y lo que somos capaces de crear y hacer para romper las ataduras del miedo y la inseguridad, recuperando la confianza que nos permite la certeza de nuestros planes y de nuestras capacidades para adaptarnos a las contingencias y riesgos (Giddens), con posibilidad de ajustes permanentes, según la realidad.
La pandemia es general y desborda, en alguna medida, por un tiempo al menos, las capacidades inmediatas de respuestas y soluciones. Nos salva, sin milagros incluido, nuestra fe y el compromiso con lo que depende de nosotros: programas de desarrollo individual y colectivos integrales e inteligentes.