“Lo peor que puede hacer un inversionista es ignorar en qué momento tiene que cerrar o transformarse”-doctor Antonio Isa Conde.

La semana pasada asistí a la conferencia dictada por el ciudadano -que no por el ministro- doctor Antonio Isa Conde “Romper Barreras: el Reto de la Competitividad”, actividad organizada con los auspicios de los industriales de Herrera. Ignoraba que tenía con Isa Conde tantas coincidencias en un tema con tres décadas moviéndose entre escabrosos desarrollos y discusiones muy productivas.

En mi época de economista activo junto al dilecto amigo Carlos Ascuasiati, el conocido economista Paul Krugman (1994) había advertido lo mismo que hoy señala con tanto vigor expositivo y argumentativo Isa Conde, a saber: que el término competitividad se utiliza sin reflexión sobre su significado, lo cual parece tener su explicación en la abundancia de definiciones aisladas aparecidas en los trabajos económicos de los últimos años.

Además, y en la línea de pensamiento de Isa Conde, creemos que dado que algunos sectores empresariales se quedaron “patinando” en un mismo cuadrante, sus voceros han terminado calificando el concepto como carente de sentido. Ello explica el “poco caso” dispensado a la estrategia competitiva nacional esbozada en el famoso Plan Nacional de Competitividad Sistémica (PNCS), elaborado por el Consejo Nacional de Competitividad (CNC). Transcurrieron ya diez años desde la presentación pública de tan importante documento (marzo 2007) que contó con el respaldo de consultores internacionales de renombre e implicó intensas jornadas de consultas, discusiones y loables esfuerzos de construcción de consensos y legitimidad. En esta iniciativa, dicho sea de paso, Isa Conde tuvo una participación muy activa y emprendedora.

Como muchos otros documentos importantes que quedan en las estanterías de los organismos públicos y que, como bien refiere Isa Conde en su magnífica disertación, luego de transcurridos unos decenios se descubren como novedosos por sus planteamientos y soluciones, es posible que el PNCS vuelva a salir a la luz dentro unos diez años adicionales, cuando finalmente comprendamos, a base de nuevos tropezones y sorprendentes barridas de empresas, la importancia decisiva de adoptar estrategias, políticas y programas de competitividad, demostrando al  mismo tiempo capacidades renovadas y cohesión y unidad internas, para salir de los perjudiciales marcos que impone la cultura empresarial rentista e inmediatista prevaleciente.

“Si vemos todo el esfuerzo que realizó el Consejo Nacional de Competitividad y medimos hasta qué punto este proyecto penetró en la genética de las entidades públicas, veremos que los resultados han sido pírricos o poco significativos. ¡Cuánto camino nos falta por recorrer y no porque en aquel momento no sabíamos qué hacer!”.

Resulta sorprendente que los veteranos industriales de Herrera, pioneros del proceso de industrialización nacional, beneficiarios y víctimas a la vez de los incentivos impulsados por el famoso modelo cepalino de industrialización por sustitución de importaciones, emerjan hoy puntualizando que el carácter multifacético del concepto competitividad envuelve una amplia gama de factores que lo explican, y de atributos que solo podrían ser hallados en diversas dimensiones.

Ellos son paradójicamente los que entienden que es completamente erróneo afirmar que nuestra industria podría ser internacionalmente competitiva solo con producir bienes transables y ser rentables, y que, razonamiento en contrario, su competitividad se vería reducida por la merma de su rentabilidad. Y tienen razón: desde esta posición perdemos irremisiblemente de vista no solo la dimensión multifacética del término, sino que nos quedamos adheridos a los elementos que jamás podrían motorizar la permanencia exitosa de nuestras empresas en los mercados mundiales actuales.

“Debemos aspirar a lograr niveles de competitividad auténtica fundamentados en esos valores de innovación, productividad y eficiencia y no en la competitividad espuria que se basa en bajos salarios, malas condiciones de vida para los trabajadores, e incentivos fiscales, muchos de los cuales no tienen fundamento”.

En este punto volvemos a las buenas definiciones olvidadas, como la del admirado Fernando Fajnzylber de hace casi treinta años: “Desde una perspectiva de mediano y largo plazo, la competitividad consiste en la capacidad de un país para sostener y expandir su participación en los mercados internacionales, y elevar simultáneamente el nivel de vida de su población. Esto exige el incremento de la productividad y, por ende, la incorporación de progreso técnico”.

Se desprende de esta definición que la competitividad no es un objetivo en sí enfocado en incrementar la cuota en los mercados internacionales, sino que implica la búsqueda nacional para lograr mayores niveles de bienestar para la gente. Esta perspectiva nos retorna a la dimensión micro ya que para lograr mayor peso en el mercado mundial y mejorar el nivel de vida, es necesario alcanzar los patrones de eficiencia en el uso de los recursos y la calidad de productos que tienen los países más exitosos.

Consecuentemente, la competitividad dinámica o genuina supone una atención distinta y responsable de la innovación tecnológica, la productividad y el dinamismo industrial, fundamentalmente de aquel que descansa en los derrames tecnológicos entre ramas. Por lo demás, no es ningún secreto que los sistemas económicos exitosos fueron y son tributarios del conocimiento, la información y la formación de los recursos humanos del más alto nivel.   

“Tenemos que romper muchos esquemas, tenemos que romper esa visión del pasado y purgar el pecado original de la forma en que se fueron desarrollando nuestros sectores productivos. Y entender que vivimos en una época nueva, en el mundo de la tecnología, de la información, de la globalización, en un mundo que todavía no hemos aprendido a vivir como productores”.

En conclusión, de acuerdo con Isa Conde, tenemos que trabajar con el Estado y trabajar sobre todo con nosotros mismos, desarrollar una verdadera cultura de asociatividad, consolidar un verdadero sistema de innovación nacional, enfocar los esfuerzos allí donde tengamos reales ventajas competitivas, lograr nexos reales de integración y complementariedades en la industria, afianzar un Estado eficiente como facilitador y regulador desde una también genuina posición de ejemplaridad, y “pensar más seriamente en el desarrollo del capital social”. ¡Cerramos o nos transformamos efectivamente!