Una muestra de que los humanos seguimos evolucionando resulta del estudio de dos poblaciones que viven en elevadas altitudes del planeta. Los tibetanos, del Himalaya, muestran una sangre con mayor capacidad de transportar oxígeno que los demás humanos y los indios Aymara de los Andes, en Bolivia, muestran un corazón más fuerte. Dos soluciones biológicas distintas a un mismo problema ecológico, aire más fino y con menor concentración de oxígeno.
¿Qué no serían las variaciones de genes activos en nuestro cerebro, que aún hoy día nadie se atreve a investigar?
Desde que las Naciones Unidas, un ente político, impulsada y avergonzada por las declaraciones y acciones de Primo Levi, escritor italiano, de etnia judía, y uno de los 20 sobrevivientes del campo de concentración alemán de Auschwitz, liberado por el ejército Rojo soviético, y por ende superviviente del Holocausto realizado por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial del pasado siglo, oficializó que las razas humanas no existían, que eran un constructo cultural, ahí no había ciencia, ni genética, solo política y si se quiere, mucho humanismo y mucha vergüenza ajena, las razas humanas se volvieron tabú para la ciencia.
En zoología, raza es un grupo de individuos con parecidas características físicas y conductuales, o sea poblaciones genéticamente distintas dentro de una misma especie, aunque común en el habla, no está, por supuesto, en el código formal de nomenclatura oficial, y solo se usa en animales domésticos.
Pero, ¿el ser humano? El único mono doméstico, y que a diferencia de los demás animales y vegetales domésticos, prolíficos en razas ¿no presenta razas? Lo dudo mucho.
El futuro dirá. Ninguna ideología ha detenido por mucho tiempo el avance de las ciencias y el Lisenkoismo de las Naciones Unidas con respecto al Homo sapiens (se escribe así, con H mayúscula y s minúscula), no será la excepción.
Ojo, razas humanas no significa una mejor que otra, sino cada una mejor adaptada al ambiente en que apareció y le tocó y le sigue tocando vivir.
Por supuesto, a los psicólogos evolucionistas y neurocientíficos evolucionistas los atacan por muchos lados, tanto de mala fe, como de buena fe. De buena fe lo hace el filósofo latinoamericano Dr. Mario Bunge, cuando declara a la primera una pseudociencia, porque sus análisis se basan en que el ser humano moderno que junto con el habla se adaptó a una vida de sabana hace cien mil años y así funciona su cerebro, no ha seguido evolucionando. Esto último no lo dicen los psicólogos evolucionistas, lo dice Bunge.
La psicología evolucionista parte de la premisa de que gran parte de nuestro cerebro evolucionó hace cien mil años en la sabana africana y desarrollo ahí el lenguaje y el habla y si bien tiene que haber cambiado y evolucionado en todo ese tiempo, sus procesos básicos son los mismos que entonces. No parece una mala idea ni tampoco una falsa premisa, como lo muestran muchos resultados de sus investigaciones y muchos datos de la paleogenética moderna.
Un reciente estudio publicado en “Current Anthropology” sobre 60 culturas, analizando más de 600 fuentes bibliográficas, sobre conductas dependientes básicamente de las zonas más antiguas de nuestros cerebros identificó 7 reglas morales que parecen cumplirse universalmente: ayudar a la familia, ayudar al grupo, devolver favores, ser valientes, respeto a superiores, dividir justamente recursos y respetar propiedades ajenas. Un buen apoyo a la psicología evolutiva, pero que también nos dice que las adaptaciones a nuevas ecologías debieron ocurrir en funciones de las consideradas ejecutadas por las áreas más nuevas de nuestro cerebro, evolutivamente hablando.
Claro que todo el que conoce los procesos evolutivos afirma que estos son constantes en todos los seres vivos y la adaptación a la vida en elevados territorios así lo demuestra en humanos, como antes se sabía de muchos otros organismos.
Llegará el día que veremos los genes característicos de los individuos de una raza humana, que si bien casi en todos los humanos aparecen trazas de genes de otras razas (habrá que ver en mongoles, esquimales e indígenas brasileños si lo presentan, tras vivir aislados desde hace milenios) es casi seguro que aparecerán las variaciones que hacen a unos distintos de otros para ciertas cosas, ¡y quizás no!, pero hasta que no se realicen esos estudios, no sabremos.
Ya las investigaciones biomédicas se involucran poco a poco y cada vez más en esta ruta. Se estudió el fenómeno de por qué un 70% de los fumadores de raza negra jóvenes preferían fumar cigarrillos mentolados, algo que solo hace alrededor del 10% de la población estadounidense. Se encontró una variante de un gen, productor de una proteína que en presencia del mentol permite mayor fluidez en las mucosidades pulmonares, variante no encontrada en ninguno de los controles de raza blanca.
Se reportan medicamentos que actúan distintamente o con distinta potencia en varones y hembras, así como entre asiáticos, negros y blancos estadounidenses. Además, ciertas enfermedades son más abundantes entre personas de ciertas razas y la intolerancia a la lactosa, por ejemplo, ha sido ya un fenómeno ampliamente estudiado.
Los problemas de las ciencias son como los de las democracias, los últimos se resuelven con mas democracia y los primeros, con más ciencia. El tiempo dirá.
Aunque me parece que no estudiar científicamente algo, por acuerdos políticos, nos lleve a parte alguna, como de hecho ha sido el caso de las razas humanas.