En España, un rapero ha sido condenado a unos tres años de cárcel por insultar con sus canciones al monarca español. En Manchester, Inglaterra, una obra arte ha sido retirada del Manchester Art Gallery para no herir la sensibilidad feminista.
En distintos lugares del mundo se presiona para que los planes de estudio excluyan autores clásicos bajo la excusa de que son racistas, sexistas o etnocentristas. En defensa de las víctimas se globaliza una hipersensibilidad que amenaza con la marginación, el olvido o el rechazo acrítico a obras y autores fundamentales de la civilización occidental.
El error no consiste en intentar socavar los fundamentos de una cultura, signo distintivo de la vitalidad de los integrantes de una sociedad, sino cómo lo hacemos y cuál es la finalidad.
Tomemos un clásico de la filosofía, por ejemplo, Aristóteles. Sabemos que defendió la esclavitud. Podemos excluirlo de los planes de estudio para no herir sensibilidades contemporáneas. Al hacerlo, lograremos que las nuevas generaciones no lean los argumentos aristótelicos contra la democracia -lo que sería un acto antidemocrático-. Al mismo tiempo, los jóvenes carecerán de la compresión de por qué Aristóteles ha sido tan influyente en la historia de la cultura occidental y por otro lado, no tendrán que reflexionar sobre un autor con ideas políticas distintas.
Si sopesamos los pro y contra de semejante acción resulta razonable optar porque el autor sea leido, discutido y criticado.
La misma lógica aplica para toda obra filosófica, literaria o artística. Es más razonable exhibir una obra de arte, una novela o un clásico y someterla al debate público que prohibirla. La censura es aliada de los puritanos y los enemigos de la libertad. Y la ausencia de la libertad no sólo sirve un flaco servicio a la política, sino también, al arte, al pensamiento creativo y por tanto a toda la cultura en general.
Quienes en nombre de las poblaciones victimizadas pretenden destruir la obra “de los opresores”, deben recordar que en la historia de la humanidad ha sido la censura el instrumento de los opresores, no el mecanismo de liberación de los oprimidos. Es mediante la explicitación de la dominación mediante la cual se socava la cultura opresora, no mediante la ocultación de los productos culturales que dentro de la misma se generan.