Qué bueno que el Presidente Danilo Medina forme parte del debate sobre la situación de los servicios públicos de salud. A fuerza de críticas, reclamos y paralizaciones, lo cierto es que, afortunadamente, el sistema de salud ha venido ocupando un espacio cada vez más importante en la agenda de la población, de la opinión pública y de la clase política.
Hace unos meses, la encuesta Gallup-HOY reveló que la población considera que los servicios de salud constituyen la mayor deficiencia pública. El propio Colegio Médico Dominicano (CMD), y diversas instituciones de la sociedad civil, han señalado el colapso de los servicios y la incapacidad del modelo vigente para satisfacer a la población.
Muy a pesar de las críticas y de las promesas de las autoridades competentes, los informes oficiales continúan evidenciado un alto nivel de mortalidad materno-infantil, como resultado de las ancestrales falencias del sistema nacional, especialmente, de los servicios públicos.
La respuesta gubernamental ha sido acelerar las remodelaciones e iniciar la reinauguración de una parte de los hospitales, a un costo multimillonario. El presidente Medica ha quedado tan impresionado, que en varias ocasiones no ha ocultado su entusiasmo y alegría.
En abril, al entregar el hospital Moscoso Puello, dijo: “Puedo asegurar que ninguna clínica en el país supera al Hospital Moscoso Puello, ninguna. Este centro está diseñado para todas las clases sociales de República Dominicana”.
Y su optimismo no se agotó con esas expresiones. Dirigiéndose a la clase media, le enrostró: “si por vanidad no quiere venir, ese es su problema. Pero no porque el Estado no le ofrece una alternativa de calidad donde se le pueda atender con la dignidad que se merece”.
Sin embargo, ante de los primeros tres meses, en el Moscoso Puello “llovió afuera y escampó adentro”. No es la primera vez, pues en el pasado, con frecuencia, también han ocurrido fallas de construcción en otros hospitales y edificios públicos.
Las falencias públicas no se limitan a la infraestructura sanitaria
Aunque el Presidente Medina prometió “hacer lo que nunca se ha hecho”, en salud continúa haciendo más de lo mismo. En las últimas décadas, en varias oportunidades todos los hospitales públicos han sido remodelados y reequipados sin que, en ningún caso, esta acción, por sí sola, haya impactado en la calidad de la atención, ni tampoco, por ejemplo, en la reducción de la mortalidad materno-infantil, una vergüenza nacional.
Y es que las falencias de la salud pública no se limitan a la infraestructura. Todavía no entendemos, o no queremos entender, que el sistema de salud es mucho más complejo. Que tampoco al presidente Balaguer, le dio resultado la política de “varilla y cemento” en el sector salud, sencillamente debido a que “la fiebre no está en la sábana”.
Al entregar un hermoso hospital, y desafiar a la clase media para que acuda al mismo, se señala que todos los problemas han sido resueltos. Equivale a decir que, la simple remodelación de la planta física de los tribunales, le garantiza al país mejores sentencias y mayor justicia. Y que, la remodelación del Congreso Nacional, se tradujo en mejores leyes y mayor independencia del Poder Legislativo. ¡Ni más, ni menos!
El oficialismo pondera las remodelaciones, sin mejorar la capacidad gerencial. No asigna los recursos según la demanda y las preferencias de la población; no ha establecido incentivos en función de la calidad, dedicación y desempeño; ni ha dotado de mayor autonomía y capacidad resolutiva a los directores de esos hospitales. Tampoco ha extendido el horario de los servicios de esos costosos centros de salud.
Es lamentable, pero ante esas falencias estructurales, pronto las reinauguraciones serán otro episodio más de una política sanitaria inmediatista, interesada y fallida. ¿Cómo se puede competir así con un sector privado que, a pesar de su afán de lucro, responde mejor a las expectativas de la población, incluso de los más pobres?