Conozco a un austriaco de origen Judío con una relación de algunos años que se circunscribe a intercambios.

Este judío que creció en  Santo Domingo es heredero de la inmigración que acogió la dictadura de aquí  por la persecución que ejercía contra aquella  raza el gobierno alemán en los tiempos en que nuestro país  oficialmente celebraba el centenario de la independencia.

En la historia  Alemana que  se cuenta desde el final de la primera gran guerra que fue en mil novecientos diez y ocho hasta mil novecientos treinta y tres, en el medio de todas las convulsiones políticas que trajo la humillación que le impusieron a los alemanes, los aliados en el tratado del salón de los espejos, se lograron en el periodo republicano avances en el plano cultural que fueron decisivos para el resto del mundo.

Muchos de los Judíos que emigraron a Estados Unidos obligados por la dictadura Nazi. Contribuyeron al desarrollo de las artes. Bastaría mencionar dos nombres… Walter Gropius y Mies Van der Roe. Sin contar con algunos artista que se establecieron en el SOHO.

De la Alemania de esos tiempos que ya había dejado de ser imperio es que vienen movimientos como el expresionismo que fue una respuesta de los artistas de allá, y de aquel momento.

Desde los años sesenta, después de la caída de la dictadura, en nuestro país, a todo el que se le ha ocurrido desfigurar un poco o de manera dramática las formas de su pintura se le han denominado en bulto como Expresionista.

Así es como debemos reconocer que solo un grupo de privilegiados es que sabe  en nuestro país sobre las circunstancias sociales que rodearon la aparición de movimientos  que fueron decisivos en la cultura europea en el inicio del siglo.

Cuando estudie en la escuela de pintura de Santiago, mi profesor que fue discípulo de Yoryi Morel, me contaba como un pintor Judio de los inmigrantes de la Guerra que acogió la dictadura, visitaba el taller de Morel y allí también  él pintaba.

Mario Grullon que era mi profesor, me contaba como aquel Judío tenia la enfermedad del sueño. Pintando se quedaba dormido y  me narraba como se les caían los pinceles y como la pintura se corría cuando dormido caía sobre su propia obra cuya materia estaba  aun sin secar.

La esposa del maestro Morel, la que hoy vegeta en algún lugar desconocido de la ciudad,  ciega y soportando en su vejez  la ingratitud de una  naturaleza retorcida es de origen Judío. La conocí activa en la mitad de su vida. De ella me contaba el pintor Mario Gullón que en su juventud era una mujer de extraordinaria belleza.

Recuerdo que  viajé  hace algunos años  en autobús a la ciudad de Santiago. A mi lado iba una anciana judía  de venerable aspecto. Sentí su necesidad de conversar. Me hablo de  su vida. Sus primeros felices años  con su joven esposo que adoraba y de la prosperidad de su negocio en Nueva York. Me hablo de la vejez y  la forma en que de pronto se vio envuelta en una viudez inesperada. Tuvo que hacerse cargo de los negocios de su marido muerto. Estaba en el país para la boda de su hijo con una bella joven católica.

A mi sorpresa respondió. Ya nada importa.

Cuando niño  el grupo de mi barrio visitaba el cementerio casi clausurado del centro de la ciudad. El cementerio judío que en el principio de siglo estaba fuera del camposanto, en nuestros tiempos de infancia ya estaba rodeado de tumbas cristianas.

Mientras aquí en el cementerio nacional de la  Avenida Máximo Gómez puede verse si se cruza la calle, el cementerio Judío que queda  en frente del cementerio Cristiano.

Hasta donde tengo entendido el histórico  cementerio viejo y abandonado de la  avenida independencia data de los tiempos de la ocupación haitiana.  Estaban frescas en los haitianos las ideas ateas de la revolución francesa. Seguramente que en esos tiempos el cementerio cristiano estaba al lado del templo de la Catedral.

A aquel hijo de austriacos de origen Judío a quien conozco  le pregunté en días pasados qué sabía él de la república de Weimar.

Su respuesta  tiene que ver con lo poco que conoce de la historia alemana.

Hace algunos meses este descendiente de  inmigrantes, me narraba la forma en que su padre se colocó el abrigo que usaba en países fríos, antes de bajar del avión que lo trajo hasta el aeropuerto  General Andrew de la entonces Ciudad Trujillo.