La  bestia era una hechura de las tropas de ocupación yanquis, de la Guardia Nacional Dominicana que fundaron las tropas de ocupación en 1917. La Guardia Nacional Dominicana made in USA. La Dominican Constabulary Guard (DCG).

En la guardia confió la bestia para mantenerse en el poder. La guardia, la policía, la marina, los servicios de inteligencia, el más infernal aparato represivo. En algún momento llegó a tener uno de los ejércitos más poderosos del Caribe. Ninguno de sus enemigos estaba a salvo dentro ni fuera del país.

El gobierno se empleaba a fondo contra los opositores con toda su pesada y bien afinada maquinaria represiva, imponía el miedo, el terror, en los más amplios sectores de la población. En todo el país pululaban ahora los llamados policías secretos que todos conocían, espías, chivatos, gente que vigilaba y delataba, denunciaba cualquier tipo de actividad que pudiera parecer sospechosa, a cualquier persona que profiriera una queja, una simple crítica contra el orden constituido. Incluso a los empleados públicos y funcionarios se los conminaba a denunciar personas desafectas al régimen. Un desliz, una palabra indiscreta, una velada alusión o comentario político no favorable al régimen podía pagarse con la cárcel o la vida. Torturar en las prisiones, asesinar opositores en la prisión o en la calle se estaba convirtiendo en el pan nuestro de cada día.

Nadie se sentía seguro ni libre de sospechas, el régimen fomentaba la discordia, la desconfianza entre civiles y militares, entre civiles y civiles y entre militares y militares. El ojo del amo, los servicios de inteligencia, vigilaban sin discriminación sobre todos.

Mantener la dignidad y el decoro o simplemente mantenerse al margen del gobierno era cosa arriesgada, toda una osadía, y quienes pudieron lograrlo la pasaron mal. Solo unos pocos  notables, dentro del país, resistieron y sobrevivieron. Algunos durante casi toda la tiranía.

Numerosos políticos, intelectuales y profesionales, que en principio habían sido adversarios de la bestia, se sumaban ahora en tropel a su proyecto. Otros se plegaron, simplemente por miedo, se mordieron la lengua simplemente por miedo, eligieron muchas veces entre la cárcel y un empleo,  se refugiaron en un exilio interior y ejercieron con probidad sus funciones hasta donde les fue posible.

El ingente cúmulo de medidas represivas y coercitivas para convertir a la población en un rebaño de ovejas, tuvo, sin embargo, un efecto contraproducente, agravó el profundo malestar y descontento, caldeó los ánimos en lugar de enfriarlos, se manifestó con la aparición de siempre nuevas conjuras, manifestaciones de rebeldía, organizaciones secretas.

Dice Crasweller que durante los cuatro primeros años de la primera administración de la bestia se produjeron no menos de diez complots contra el gobierno y que aunque la mayor parte fue de poca o ninguna importancia, dos de ellos tuvieron amplia repercusión y muy trágicas consecuencias.

Lo curioso de todo es que el más radical y peligroso se incubó en las filas del ejército. De hecho, fue  en las fuerzas armadas, en los organismos castrenses, donde a lo largo de la era gloriosa se produjeron algunas de las peores amenazas contra el régimen y la vida de la bestia.

Los altos oficiales disfrutaban de privilegios y consideraciones especiales, pero también estaban sometidos  a una presión que muchas veces podía ser insoportable, a veces a cometer o ver cometer hechos que repugnaban a su conciencia, y además estaban más al tanto, mejor informados que el resto de la población de las atrocidades que se cometían entre bambalinas, detrás del telón de aquel teatro del horror.

El organizador de la más temprana y elaborada conspiración militar, una que tuvo lugar en 1933, fue un viejo conocido, un hombre de confianza de la bestia, si acaso la bestia tenia confianza en alguien. El teniente y coronel Leoncio Blanco.

Se conocían desde la época en que ingresaron a la Guardia Nacional, el fatídico Constabulary, y desde entonces habían sido compañeros de correrías y tropelías. Leoncio Blanco había recibido entrenamiento como oficial de inteligencia, en tácticas de contrainsurgencia y espionaje. Dice Jimenes Grullón que Leoncio Blanco era el brazo derecho de la bestia cuando urdió la trama para hacer saltar del poder a Horacio Vásquez, y que era un hombre ducho en todo tipo de mañas y artimañas militares. Crassweller lo consideraba poco educado, ambicioso y no suficiente astuto, pero reconoce que gozaba de gran popularidad entre civiles y militares. De hecho, Leoncio blanco  hizo una exitosa carrera en el ejército y llegó a ser comandante de la región sur, con asiento en Barahona. Pero fue su popularidad, según dice Crassweler, y los rumores de que estaba  concentrando demasiada autoridad en sus manos lo que alertó los finos sentidos de la bestia.

La realidad es que Leoncio Blanco estaba conspirando, montando una conspiración que alcanzó a llegar a los más altos niveles. Dice Jiménez Grullón que Dionisio blanco se manejó con bastante eficiencia y sigilo, que se había hecho de armas sacadas de los arsenales y que paulatinamente se había ido conquistando a muy altos oficiales y a civiles que adversaban el gobierno. Todo parecía ir viento en popa hasta que un teniente de la marina, al que Leoncio Blanco intentó reclutar, denunció olímpicamente el complot.

La bestia reaccionó, como dice Crassweler, con la violencia visceral que lo caracterizaba al enfrentar tanto a un enemigo como a un potencial competidor.

(Siete al anochecer: historia criminal del trujillato [29]. Tercera parte).

Bibliografía:

Juan Isidro Jimenes Grullón, “Una gestapo en America”

Julio M. Rodriguez Grullón,“Primeras conspiraciones militares contra Trujillo.

Robert D. Crassweller, “The life and times of a caribbean dictator