“La memoria intenta preservar el pasado sólo para que le sea útil al presente y a los tiempos venideros. Procuremos que la memoria colectiva sirva para la liberación de los hombres y no para su sometimiento”. Jacques Le Goff
1. En una primera reflexión, insistiré en la importancia del cementerio de la avenida Independencia, de Santo Domingo -para la Nación y la memoria histórica-. Durante algunos años, en una larga investigación, trate de reconstruir su vinculación con la sociedad y con la ciudad amurallada o intramuros y sus habitantes, ya que fue fundado para sepultarlos. Fue el primer cementerio como tal, de la Isla. Hoy pocos lo quieren recordar.
Su importancia es evidente: atraviesa por más de ciento cincuenta años la historia del país y de la ciudad de Santo Domingo. En el, se conservan los restos de muchos dominicanos y dominicanas valiosos, que en el transcurso de los siglos XIX y XX han escrito paginas fundamentales de la historia: Eugenio María de Hostos, Leopoldo Navarro, Luisa Ozema Pellerano, Emilio Prud Homme o Emeterio Sánchez, y familiares de conotados dominicanos como Mal de Jesus Galvan que no esta enterrado en este Cementerio… pero los dominicanos ponen los mismos nombres de padres a hijos y se crean confusiones al momento de identificarlos en el cementerio….no importa, en la guerra lo inmediato primo sobre lo trascendental ahí, descansan algunos de los combatientes de la Gesta de Abril de 1965 muertos en combate y enterrados, en general, en tumbas compartidas con otro muerto civil, ya que el Cementerio se había cerrado en 1943.
2. Después, reflexionaremos sobre la memoria colectiva, la identidad y la consciencia nacional en torno a ese cementerio ya que es, uno de los pocos espacios físicos en el país, fundamental para su formación: por todos esos hechos históricos que contiene, su connotación con la vida actual y las conmemoraciones. Además, es uno de los principales patrimonio cultural e inmaterial de la Nación por tener un patrimonio arquitectónico funerario inestimable en tumbas, panteones, mausoleos esculturas y lapidas, comparables con los cementerios de La Habana o de Buenos Aires (no importa los errores que ocurren entre lapidas de padres e hijos con el mismo apellidos). Es testimonio de todos los grandes acontecimientos históricos nacionales, desde las luchas políticas a las epidemias o catástrofes que han ocurrido en el país, desde su fundación en 1824 hasta su cierre en 1943, su reapertura momentánea de 1965 y su cierre definitivo en 1966 con el entierro de Amelia Ricart Calventi.
Los tiempos en que vivimos, son cambiantes, complejos, somos una sociedad joven emigrante, que necesita afianzar lo que deja atrás. Es necesario recordar a esa nueva generación a los que creyeron en República Dominicana en el 1863, en el 1916, en el 65, en la democracia y el honor que descansan en ese cementerio, no para imponer modelos o conductas – difíciles de imitar- si no, más bien, para mostrar lo sencillo que es, defender valores y principios patrióticos y cuán difícil y turbulento, es el camino de la libertad.
Sobre los entierros en las afueras de la ciudad y la fundación del cementerio
La palabra Cementerio proviene del griego (koimeterion) y significa dormitorio. Antes se lo denominaba necrópolis, «ciudad de los muertos», pero más tarde, los cristianos, apoyados en su esperanza de resurrección, lo denominaron Cementerio, en alusión a que allí sus muertos «descansan en paz» a la espera de la resurrección de la carne y la vida perdurable.
En Santo Domingo, hasta 1824, los difuntos se enterraban, en medio de los vivos y según el estatus social y los recursos de la familia en las iglesias, catedrales y capillas: los pobres se enterraban en fosa común en los alrededores de la Iglesia o al pie de los pilares de las iglesias (Iglesia Santa Bárbara), los más afortunados reposaban en tumbas con lapidas sencillas, en las paredes o pisos de las iglesias. Hasta que la Modernidad decidió resolver los problemas de salubridad y de higiene a través las renovaciones urbanas e hicieron evolucionar las costumbres de enterramientos y los ritos funerarios.
Una de las hipótesis de nuestra investigación en el cementerio fue comprobar si la creación del cementerio había sido dispuesta por España a sus colonias o por la Ocupación haitiana de Toussaint Louverture (1802) o la de Jean Pierre Boyer (1822-1844).
• En España, el Rey Carlos III (Monarca entre 1759 y 1788), con el respaldo de algunos de sus ministros y asesores, había iniciado el proceso de modernización de los entierros, y de la construcción de los cementerios. A el, le correspondió iniciar oficialmente el proceso de transformación de las normativas funerarias en España y sus Colonias. Propósito que fue refrendado con la emisión de la Real Cédula de 3 de abril de 1787, que es reconocida como la primera que se emitió con este fin en el marco de las Reformas Borbónicas.
La Real Cédula surgió tras un amplio proceso de consultas e ‘investigaciones’, a través de las cuales se pudo contar con los suficientes ‘argumentos ilustrados’ para soportar una medida que visiblemente era antipopular y que tocaba fibras sensibles en medio del estrecho vínculo existente entre la Iglesia Católica y la Monarquía.
El inicio oficial del proceso se dio el 24 de marzo de 1781, cuando en medio de la epidemia en Guipúzcoa (España) el Monarca emitió una Real Orden a su Consejo acerca de las consecuencias de las inhumaciones intramuros en la que, de acuerdo con su posterior mención en la Real Cédula de 1787, creaba los cementerios, como una nueva infraestructura arquitectónica, en las afueras de la ciudad. La orden estipulaba:
“que todo centro urbano, pequeño, mediano o grande, contara con un cementerio fuera de poblado” y prohibía las sepulturas en los templos.
La secularización de los enterramientos tomaría muchos años, la resistencia fue fuerte no solo por parte de la Iglesia sino también de los parroquianos y se necesitarían muchas otras ordenanzas complementando las nuevas modalidades de enterramientos.
Dichas ordenanzas debían ser cumplidas tanto en España como en sus colonias, a partir de lo cual se provocó toda una discusión referida a la construcción de los cementerios urbanos, en áreas fuera de las márgenes de los poblados en “lugares donde imperaran los vientos para que se llevaran los malos olores y debían ser plantados con árboles de suaves fragancias que ayudaran a esta aireación”.
Por ser nuevas infraestructuras urbanas, fueron diseñados por grandes arquitectos, la puerta principal era monumental, las tumbas ordenadas en torno a calles rectas y en el centro, se debía construir una capilla para ofrecer los oficios del entierro. (Recordar que hasta esa fecha, los muertos eran velados en casa, el dolor era íntimo y compartido con familiares y vecinos, los actos funerarios eran interminables y daban lugar a actos sociales de gran dolor y las iglesias donde culminaban el enterramiento), Con los cementerios, la muerte y los actos del funeral salen de la esfera íntima para dar lugar a una exposición pública, las expresiones de dolor se transfieren a las lapidas, las esculturas pretenden dar continuidad entre el muerto y el cielo).
Sin embargo, en ese fin de siglo XVIII, las autoridades administrativas y religiosas de la Colonia de Santo Domingo no cumplieron con esa disposición, ya que sus intereses estaban fijados en temas de mucha más importancia para su porvenir (permanencia a pesar de las Ocupaciones y por fin, el traslado de las autoridades coloniales y religiosas con los Archivos a Camagüey, Cuba). Por esos motivos, se siguió enterrando los difuntos en las iglesias, contrario a otras colonias de España donde pudimos comprobar que en ese fin de siglo se fundan los principales cementerios de las grandes ciudades coloniales, cumpliendo la Orden real de Carlos III de 1775.