La presencia continua de feminicidios en nuestro país muestra los altos niveles de violencia existente en una gran parte de nuestra población masculina quienes responden a separaciones, celos y conflictos de pareja desde el uso de la violencia psicológica, verbal y física, llegando a eliminar físicamente a parejas o exparejas femeninas.
Los celos se aprenden culturalmente, las teorías socio-culturales identifican en los celos un comportamiento aprendido en los procesos de socialización en la niñez. Este aprendizaje tiene una fuerte connotación sexista, hombres y mujeres aprenden a celar de forma distinta sobre todo en lo relativo a sus relaciones de pareja en sociedades patriarcales como la nuestra.
Las diferencias entre hombres y mujeres con respecto a los celos no se atribuyen desde la perspectiva antropológica y sociocultural a influencias de carácter evolutivo sino a los procesos y estructuras sociales que crean y mantienen estas diferencias. (Eagly 1987)
“Se puede constatar la existencia de normas duales que históricamente han sido utilizadas para permitir y alentar la actividad sexual masculina mientras se restringe la actividad sexual femenina (Muehlehard y McCoy, 1991).
“Desde este proceso de socialización diferencial, la infidelidad sexual femenina puede ser vista como una violación extrema de las normas sociales y, además más estresante y más molesta para la pareja de la mujer infiel”. (Moya 2004).
Nuestra sociedad, como toda sociedad patriarcal, coloca las relaciones de pareja en un estándar de relaciones posesivas y dependientes en las que la mujer se convierte en “la mujer de” – posesión – de un hombre con el que tiene una relación afectivo-sexual.
La carga de posesividad que tiene el hombre sobre la mujer no soporta las separaciones. Muchos feminicidios se producen cuando la mujer se separa de su pareja. Esta separación entra en crisis con su sentido del honor masculino y su virilidad.
“La cultura del honor hace referencia a un aspecto cultural con un fuerte componente emocional que tiene una gran influencia en las justificaciones y creencias sobre las reacciones consideradas lícitas ante lo que se considere una ofensa al honor. Se han observado diferencias de sexo en torno a la cultura del honor al puntuar los hombres más alto que las mujeres” (Shackelford, 2005).
La construcción cultural del honor apunta a la diferenciación, las mujeres se educan para la “vergüenza” y los hombres para el “honor”. A la mujer se le exige mantener la vergüenza asociada a las restricciones sexuales como “virginidad” y “pudor”. Al hombre, la virilidad y la reputación desde su agresividad sexual y física, “hombre duro”. (López-Zafra, 2008).
“Las personas que puntúan alto en cultura del honor tienden a justificar y legitimar la violencia en la pareja provocada por los celos” (Puente y Cohen, 2003)
La mujer aprende desde su niñez que el “hombre que la cela, la quiere”. Este círculo de posesividad- celos-amor es uno de los detonantes principales de la violencia de género, junto a otros patrones culturales que configuran la masculinidad como son el honor, la virilidad y la violencia.
La masculinidad en nuestra sociedad se aprende desde la violencia, ser macho es ser violento. La violencia es la única herramienta que conoce para resolver conflictos desde su niñez que se extiende hacia sus relaciones afectivo-sexuales y se activa con los celos.
Detener los feminicidios supone desarrollar estrategias educativas y culturales que cambien esta masculinidad sostenida en círculos de celos-posesividad-amor-violencia en los que nuestros niños, adolescentes y jóvenes están insertos y que aprenden-refuerzanmásallá del hogar y la escuela, sobre todo en la calle.
Este artículo fue publicado originalmente en el periódico HOY