Pretendiendo que el arte pictórico de inspiración dominicana represente en ocasiones un verdadero placer estético o un momento de relajamiento espiritual para aquellos que se consideren ser propietarios de una sensibilidad susceptible de experimentar estos goces, recientemente acudí al palacio de Bellas Artes para contemplar diversas obras de los pintores evocados en el título de este artículo.
Ambos son representativos de épocas y estilos muy diferentes no sólo en la pintura nacional sino también mundial, y en contraposición con la descuidada exposición de Cestero llevada a cabo hace poco en “La Cafetera” éstas dos, realizadas de forma independiente, estuvieron muy bien comisariadas con el valor añadido de incluir en sus paredes norte y sur unos murales extraordinarios de José Vela Zanetti.
Ni por razones de género ni por ser calificada por algunos como la mejor pintora dominicana nacida antes del 1900 , inicié mi visita por la de Celeste Woss y Gil (1891-1985) ubicada en el denominado “Salón de la cúpula “ estando la misma dividida en varias secciones: bocetos, costumbrismo, paisajes, bodegones y flores, desnudos, retratos y fantasía, siendo algunos de los reunidos en estas dos últimas subdivisiones los mejor logrados en la exhibición.
Como desgraciadamente sucede en la mayoría de los espacios culturales del país y que facilita un aprovechamiento mas pleno y total de los expuesto, en el salón no había un alma – ni siquiera vigilancia o guías – circunstancia que coloca al visitante en la cómoda situación de consagrarle a cada trabajo el tiempo suficiente y detenerse – acercándose o alejándose – sin apremio delante de la obra que estime interesante o digna de ser analizada.
En el renglón “fantasía” habían muy pocos trabajos constituyendo “El payaso”, “El hombre escocés” y “El gitano “los que concitaron ni atención, tanto por su académica factura como por su contrastante colorido. Es lamentable que en sus misiones de exploración los organizadores del evento no hubieran encontrado muchos más lienzos o telas, pues a la pintora se le daba muy bien cuando pincel en mano soltaba las riendas a su imaginación, su ficción, en fin, a la loca de la casa.
De los retratos me resultó muy atractivo el “Retrato de una dama en marrón” y el de un rostro de mujer que portaba una blusa roja, sobre todo el primero de los dos en donde se manifiesta un gran dominio del dibujo condición no siempre presente en los pintores nacionales, al menos en sus cuadros. Estas dos piezas no estuvieran fuera de contexto si se exhibieran en una galería europea o estadounidense.
Corriendo el riesgo de que mi opinión no sea compartida por otros observadores, la andrógina reproducción de la pintora titulada “Autorretrato con cigarrillo” es uno de los retratos al óleo mas cautivantes, siendo la vehemencia de la mirada y la muda energía del lenguaje facial sus elementos protagónicos más evidentes. Ambos componentes son también patentes en “Muchacha con higüero” colocado en su proximidad.
Aunque el retratismo ha sido un género cultivado hace años en la pintura nacional, tengo la percepción – impresión muy del gusto de ministros locales – de que sus cultores no manejan bien el dibujo y la perspectiva, y tanto en buena parte de los Woss y Gil como en la generalidad de sus colegas posteriores, no se vislumbra en sus retratos ni el alma del artista ni mucho menos la naturaleza del retratado. Hay como una especie de desencuentro entre estos dos aspectos al momento de reproducir una imagen.
En retratistas españoles menores sin mucha trascendencia a escala mundial como sería el caso de Vicente López, José Madrazo, Santiago Rusiñol o Julio Romero de Torres entre otros, el observador resultaría deslumbrado, seducido por sus trabajos pictóricos al demostrarse en ellos un conocimiento técnico del género y una capacidad de penetración psicológica casi nunca apercibida entre los pintores criollos dedicados a esta figurativa tendencia.
No obstante las elogiosas ponderaciones divulgadas sobre el arte de doña Celeste por los autorizados críticos que aparecen en el brochure informativo existente en la exposición, su pintura, salvo algunas peculiaridades no me parece de una calidad sin precedentes. Tampoco que sus desnudos fuesen realizados con una exuberancia y esplendida maestría. Ni que sus bodegones y paisajes hayan alcanzado un sitial para la posteridad. Fue buena pero nada excepcional.
En la historia de la pintura dominicana sus aportes más significativos fueron grosso modo los siguientes: la fundación por los años treinta de la centuria pasada de una Academia de Pintura y Dibujo. También ser la primera que utilizó modelos vivos en su atelier y desde luego haber desafiado el conservadurismo de la pacata sociedad dominicana de entonces, en el sentido de que una mujer por iniciativa propia podía ser pintora – aunque fuera hija de un presidente – si esa era su vocación. Y lo fue.
Aunque conocía bien el paño – como dice el refranero español – asistí a la exposición de Geo Ripley porque estaba debajo del Salón de la cúpula en el mismo palacio de Bellas Artes, no existiendo la necesidad de subir escaleras. Me atraía el acierto de su latina designación “Ad majorem Dei gloriam” (para la mayor gloria de Dios) aunque su trayectoria artística y la de todos los que comparten su estilo no me comunican absolutamente nada.
Como me ocurre en todas las muestras de “arte” moderno o contemporáneo creía estar en presencia, no de una exposición de pinturas sino en una feria de propuestas decorativas, y al igual que en todas las que he asistido no me detuve en ninguna obra saliendo de manera expedita por la misma puerta por donde ingresé. En honor a su apellido – Ripley – quise al momento de partir hacer un “replay” ante un remolino azul que secuestraba un pan (“el pan nuestro de cada día” se llamaba) pero no tuve el valor de retornar.
Contra todo pronóstico esta visita me sirvió para en casa reflexionar sobre la indiferencia que experimento hacia el arte moderno en general y la pintura en particular. En resumen éstas fueron mis cavilaciones: A diferencia de la Ciencia y desde principios del siglo XX el cultivo de las artes liberales – pintura, escultura, música, literatura – está en manos no de artistas formados académicamente, capacitados por maestros que conocen los fundamentos artísticos sino por cualquier parvenu que un día tome un pincel, un cincel, un pentagrama o un bolígrafo.
El resultado de ello es que todo parece válido. En la pintura moderna se valora la idea, lo conceptual antes que lo pictórico. Se tiene la falsa creencia que todo lo producido por un “artista” es arte y entonces el protagonismo lo ejercen los “artistas” no las obras por sí mismas. Como dijo alguien somos testigos del triunfo de las apariencias y el facilismo y cualquier macalacachimba se cree “artista” en esta época, que como dice Vargas Llosa, es nada más y nada menos que la civilización del espectáculo.
Irrespetando las normas del dibujo, el color, la perspectiva y la composición, el autor de este artículo en un rapto de insolencia sin precedentes puede mediante un pincel o una espátula trazar sobre un lienzo ingeniosas líneas quebradas de color rojo alternadas con franjas amarillas y círculos negros todo sobre un fondo gris perla. Luego de enmarcarlo y titularlo “Fuertes dolores de barriga” puedo decir que fue el cuadro ganador del primer premio en una bienal celebrada a mediados del 2014 en Bucarest, Verona o Delft.
A pesar de representar la anti pintura, el anti arte – por ser su autor un agrónomo que jamás ha tomado un pincel – los aficionados al arte contemporáneo serán capaces, al mostrársela, de detenerse, alejarse un poco, acercarse otro tanto, arrobarse como si estuvieran delante de una obra genial para finalmente emitir un juicio que desde luego será más falso que la Gioconda del museo del Prado en Madrid. Un amigo fanático de la pintura holandesa de los siglos XVII y XVIII montó una experiencia similar a la relatada a unos partidarios del Modernismo y no ha cesado de reírse al recordar su farsa.
En Ciencias no es posible hacerse pasar como un experto en Física, Biología, Matemáticas o Química si antes no se ha adquirido una sólida formación en estas disciplinas, y aunque la imaginación, la facultad de fantasear sea un componente esencial para el progreso de las investigaciones en el mundo científico, la reciente detección de las ondas gravitacionales en los Estados Unidos reclamaba por obligación en sus descubridores la posesión previa de los fundamentos de la Física. Una amateur, un diletante no podían descubrirlas.
Ripley quien por su apostura, aire melancólico y misticismo bien puede ser calificado como le beau ténébreux (el bello tenebroso) de la pintura dominicana, es uno de los representantes más notables del Simbolismo en el país, pero la pupila del autor de este trabajo secuestrada aun por las bellezas de las obras de Zurbarán, Caravaggio, Constable, Sorolla y los impresionistas franceses – puedo llegar hasta Lucien Freud y algunas cosas de Francis Bacon – entre otros, es de una ceguera total al momento de intentar apercibir las extravagancias del arte contemporáneo.
Debo señalar que es digno de encomio el esfuerzo organizativo desarrollado por el Ministerio de Cultura (MC), la Galería Nacional de Bellas Artes, la Dirección General de Bellas Artes (DGBA) y pinturas Tropical tendientes a posibilitar ambas exposiciones, y para los entusiastas de la cultura en el país sería de gran interés que las iniciativas mancomunadas entre el Estado y la empresa privada se produzcan con mayor frecuencia para beneficio de toda la población admiradora de las artes.