Todos los días en el Ministerio de Trabajo se formalizan actos de creación o disolución de relaciones laborales.  De la gran mayoría nadie se entera por las noticias.  Gracias a la bendición de que el trabajo en relación de dependencia ocurre en local donde la puerta para salir está abierta, trabajadores deciden salir de una nómina para aparecer en otra con mejor salario y posición.   En otras ocasiones, pasan a ser los que firman el formulario donde inscriben los primeros colaboradores que los acompañaran en su soñado proyecto de “ser su propio jefe”.

Como emprendedores quieren conquistar a consumidores, algo que sólo se logra cuando en competencia con otros entienden que son ellos los soberanos que están por encima de todos los jefes.  En esas acciones de personal rutinarias “en la secretaría” vuelven aparecer como empleados si llegan a morder el polvo por no entender eso o porque, a pesar de darles su tratamiento merecido de realeza, ninguna venta es segura.  El consumidor es un “peje de jabón”, por eso es tan popular el mercantilismo evite que atenten contra empleos creados o garanticen solidaridad forzada en compras requiere éxito nuevo emprendimiento para pagar nómina, impuestos y dividendos.

Empleadores también deciden de forma unilateral terminar contratos laborales.  Las ventas no van como pensaba, el rendimiento no era el esperado, me conviene más otro mejor preparado, chatea mientras cuenta el dinero en caja, le asigné platanera y consumo gasolina vino de volqueta, se volvió espuma o gato angora americano. Hay mil razones más para motivar la desvinculación y es opcional revelarla al trabajador, algo que generalmente no se hace ante un hecho consumado donde más de un evento predecía el desenlace.  Ni tampoco es necesario si se van a pagar las prestaciones y no hay fundamentos legales o ganas de causar molestias para buscar otro tipo de compensaciones en tribunales.  Cada uno por su lado con su propia historia que contar, como en los divorcios.

Con sorpresa tienen que ver todo el que ha pasado por este proceso rutinario, novedad sólo en la familia y amigos/seguidores redes sociales, que ahora comunicadores y periodistas hayan ingresado a un club exclusivo de celebridades deportivas.  Que CR7 salió del Real Madrid y que el “Big Sexy”, Bartolo Colón, está en la mirilla para salir del “roster”, compite ahora con que a fulano le cancelaron el espacio en el canal de Don Mengano o que tal trío de fundamentalista salió porque dueño añadió a tres que desprecian, para conformar diariamente el panel al azar.

Pero todavía más.  Mientras tal vez ocho de cada diez contratos de trabajo terminan en anonimato y paz, cancelar a una celebridad de la comunicación es atentar contra la libertad de expresión. Esto en un país donde hay cientos de otros canales o medios digitales donde pueden buscar trabajo, un lujo que no se da en muchas profesiones, o crear en plataformas digitales canales que pueden sostener con publicidad y donaciones.

Dicho esto, sin embargo, es una pena que tantos medios no tengan hoy directores de coraje y con reputación probada de no aceptar presiones de dueños, gobernantes y anunciantes.  Cuando a éstas se doblegan mejoran la rentabilidad del patrimonio se refleja en balances contables, pero se diluye su capital de credibilidad como fuente de información imparcial, el intangible en que al final descansa el valor de la empresa.  La propiedad privada del medio permite el suicidio con acciones de personal que puedan tener esa causa se argumenta con tanta ligereza. Cuando es así, se están haciendo harakiri, no atentando contra libertad expresión de quienes tenían derecho a desvincularse tan pronto se notarizó contrato o el primer “Saludos amigos, aquí con ustedes desde éste su nuevo programa…”.