Resulta llamativo que, en un pueblo donde la moral cristiana es tan fuerte, haya tanta gente dispuesta a celebrar la muerte de alguien. El cristianismo surge a través de un evento de muerte, esto es, la crucifixión y resurrección de Jesucristo. En la lógica cristiana la muerte pertenece a la dimensión de lo sagrado. Es hacia dónde vamos todos y es el lugar en el que nos encontraremos con el padre y el hijo. Allí donde tiene lugar el juicio final en el que serán perdonados, o, en su defecto, condenados nuestros pecados en vida. La muerte es, también, la entrada a la vida eterna. El pueblo dominicano, en tanto cristiano, asume la muerte como cosa sagrada. No se debe celebrar una muerte; sea de quien sea.

Las redes sociales son el nuevo espejo en el que se refleja el sentir y pensar de los pueblos. Si bien, como apuntaba Humberto Eco, son refugio de mucha estupidez, de igual manera tienen cosas positivas. Una de ellas, a mi entender, es que han democratizado la información, y, a su vez, los informantes. Ya no solo los medios hegemónicos propiedad de los ricos y poderosos son los que “informan”. No solo los periodistas e informantes profesionales son los que dan la noticia. El ciudadano común puede ser ahora informante e incluso un medio. Así, en las redes sociales podemos informarnos sobre lo que siente y piensa la gente del común a través de sus comentarios. Vemos cómo la gente está asumiendo un suceso; cómo lo procesa e interpreta y finalmente cómo lo reproduce.

La muerte del afamado periodista dominicano César Medina generó un caudal de reacciones que resultó muy interesante. La gente con sus comentarios, y no la noticia narrada por el periodista profesional, fue lo que realmente describió el suceso en el sentido de cómo el pueblo lo asumió. En ese contexto, lo notable fue la cantidad de expresiones de celebración que hubo. De ese pueblo de moral cristiana que respeta tanto la muerte y a sus difuntos. Hubo un muchacho joven que decía, comentando la noticia de la muerte de Medina, que iba “a beberse cuatro jumbos” esa noche para celebrar. Una señora ya entrada en edad manifestaba que desde hacía años “no sentía tanta alegría”. Un joven escribió que daba vergüenza ver gente celebrando una muerte y que “ya no había valores” en la sociedad dominicana. Fue casi linchado por cientos de enconados internautas. Es decir, muchos dominicanos convirtieron una muerte en motivo de júbilo; en una fiesta más de nosotros. Que se celebró con cervezas, romo y música. 

Cabe preguntarse, ¿qué hay detrás de todo esto?, ¿es cierta la afirmación de que ya no hay valores?, ¿qué dice la celebración de una muerte sobre nuestro pueblo?

Para responder tales cuestionamientos, considero, demos una mirada estructural a este asunto. Esto es, vayamos a las causas de fondo. Así las cosas, lo que podemos ver es que detrás de esas celebraciones, de esa suerte de júbilo nacional manifestado en redes sociales, lo que hay es un pueblo hastiado; cansado de tanto abuso de los poderosos (los políticos y las minorías económicas privilegiadas). Que, ante un señor que en su momento fue todopoderoso, que vivió al amparo del poder, y que hizo muchísimo dinero contando las verdades oficiales, no le queda otra que esperar a que como sea caiga para recordarle que todos somos iguales. Que hasta ellos, los potentados con acceso al palacio nacional, los que con solo una llamada colocan un familiar en un puesto de alta jerarquía en el que ganará cientos de miles pesos al mes (trabaje o no trabaje), también son mortales. Un pueblo indefenso, muy jodido, que ve cómo le pasa por el lado el tropel de los dueños de todo camino a sus torres de lujo, no es que celebra la muerte de uno de estos jerarcas. Más bien, lo que hace es dar un grito desesperado clamando justicia. En la muerte, ese acto final donde volvemos al polvo, tanto el vendedor de agua del semáforo como la señora millonaria que le pasa por el lado en su Mercedes sin mirarlo, todos somos iguales. Así piensa el pueblo dominicano saqueado, humillado y ninguneado por sus élites.

Entonces, no es que se celebre una muerte. Es que a los de abajo que no están conectados, los hijos de nadie, esas muertes les dicen que al menos existe una justicia: la del día final que a todos nos tocará. Porque en este sistema de injusticias y humillaciones para los pobres, en una sociedad macabra en la que todo lo dicta el dinero del que carecen muchos y tienen pocos, es casi imposible que a un poderoso lo toquen. Puesto que, los que son como era el afamado periodista, viven en otro país donde el privilegio y el poder crean muros gigantescos e impenetrables que impiden cualquier asomo de justicia, de control a los excesos. Ese es el país del “progreso” de que tanto hablan los que, es cierto, sí han progresado pues se han hecho millonarios en los últimos años al amparo del poder político. Ante ese país, los que lo sufren y ya no tienen casi esperanzas, los de abajo, responden como hicieron tantos cuando se anunció el fallecimiento del afamado periodista. No celebrando sino recordando que todavía existe un tipo de justicia. Así lo asumen.

Ninguna sociedad tan desigual es viable al mediano o largo plazo. La desigualdad obscena, apabullante, va creando fuerzas contrarias de reacción que solo esperan un detonante para reventar. Hoy se “celebra” una muerte (ya dijimos que en el fondo no es una celebración) y mañana puede que se esté manifestando de otras formas (¿violentas?). Los de abajo gritan que, o hay para todos, o que no haya para nadie. ¿Hasta cuándo seguirá todo tan “tranquilo”? Espero que sea sin violencia que se busque resolver tanta desigualdad. Y que esas fuerzas se canalicen hacia la creación de alternativas viables y sostenibles al sistema criminalmente injusto que hay hoy. Que hasta ahora imponen unos pocos. De esos que cuando se anuncian sus muertes, el muchacho del barrio saca una jumbo para “celebrar”.