Varias generaciones de jóvenes latinoamericanos tuvimos como referente moral a José Ingenieros que llegó siendo niño, como inmigrante hijo de italianos, y se convirtió en uno de los más preclaros intelectuales de Argentina sin pertenecer a sectores de abolengo de ese país. Precoz, y con cultura multifacética, publicó estudios sobre variadas disciplinas incluyendo sociología, psiquiatría y criminología. Aun así, fue derrotado injustamente en un concurso de profesor titular de la Universidad de Buenos Aires. Enojado, salió del país y en 1913 publicó en el exilio el emblemático ensayo “El Hombre Mediocre” cuya influencia equiparó la de “Ariel”, obra del uruguayo José Enrique Rodó. El mensaje de Ingenieros promovía que individuos o minorías selectas, conformadas en general por jóvenes idealistas, confrontaran a la “masa amorfa y mediocre”. Así preconizó el concepto de “hombre-masa” de Ortega y Gasset.

Aunque había fallecido en 1925, los jóvenes de mediados del siglo XX percibíamos a Ingenieros como coetáneo. Para estar actualizado había que asimilar su “catecismo moral” predicado en su “trilogía ética”: “El Hombre Mediocre”, “Las Fuerzas Morales”, y “Hacia una moral sin dogmas”.

El inmenso Ingenieros realizó una obra tan vasta que parecería ser fruto de una fantasía, pues fue “médico alienista, neurólogo, psiquíatra, docente, historiador y filósofo”. Ya en la madurez, José Ingenieros reapareció en nuestra vida al percatarnos de que era el padre de Cecilia Ingenieros, novia de José Luis Borges en un “romance blanco” con paseos en Buenos Aires y diálogos culturales. Cecilia y Borges se iban a casar. Se comunicaban “con la misma información cultural…” pues  “…pertenecían a esta clase, que son la familia de los creativos”. Además, “coincidieron en que odiaban los chicos y no querían tenerlos. Esa era la condición que imponía Cecilia para casarse con Borges y Borges encantado porque odiaba a los chicos y no quería tenerlos tampoco, entonces coincidían”.

Cecilia le relató a Borges el tema de la joven que mata al empresario que hizo suicidar a su padre. Para no ser condenada, la joven articula la coartada exculpatoria de que fue violada por el asesinado. Con esa trama, “para complacer a Cecilia”, Borges escribió “Emma Zunz”, que sorprende, porque en sus escritos no había mujeres como heroínas. Originalmente tituló el cuento como “El Castigo”. Salta a la vista que Cecilia, como su padre, se adelantó a su tiempo. Fundó  la primera academia de danza moderna , siendo bailarina y coreógrafa. Borges conoció a Cecilia en 1939 y la pretendió entre 1941 y 1943: “Yo estaba perdidamente enamorado de ella y las cosas marchaban bastante bien. Juntos planeamos un viaje a Europa. Nos casaríamos allí; esa era la idea, pero un día nos encontramos en una cafetería del Centro y Cecilia me dijo: “Dentro de dos semanas me voy a Europa”. “Nos vamos querrás decir”, “la corregí yo”. “No, me voy a sola. He decidido no casarme con vos”. Cecilia partió y continuó su afición a la danza. Luego se casó, se divorció y, al final, se convirtió en egiptóloga.

El noviazgo se rompió porque supuestamente Cecilia creyó detectar antisemitismo en Borges. “A ella no le gustó que hiciere judíos a los personajes. Borges le contestó que los hizo judíos porque el argumento era raro y ocurre en Buenos Aires, y que la gente iba a admitirlo con más facilidad”… “si se trataba de judíos”.

Borges insistió en negar la paternidad de ese cuento. Bioy Casares reseñó en su “Diario” que al referirse a “Emma Zunz” Borges decía: “Este cuento no es mío, me lo dio Cecilia. Yo lo escribí porque me pareció extraño y dramático. Está basado en la idea de venganza, que yo no entiendo. Si todas mis obras desaparecieran y solo quedara “Emma Zunz” nada mío habría quedado”. Asimismo, aprovechó el “Epílogo” de “El Aleph” para  ratificar que consideraba que no era obra suya: “… Emma Zunz cuyo argumento espléndido, tan superior a su ejecución temerosa, me fue dado por Cecilia Ingenieros…”

Como enamorado despechado y, ante lo que fue un amor imposible,  pareciera que Borges no quiso tener con Cecilia nada en común a perpetuidad y persistió en proclamar que “Emma Zunz” era un cuento de Cecilia y solo de ella. Además, como intelectual honesto, se blindó para que sus innúmeros adversarios no lo acusaran de plagio. Remató ofrendando una galantería a la elusiva amada al expresar, con fingida humildad,  que el “argumento espléndido”, verbalizado por Cecilia, fue superior a “su ejecución temerosa”, sabiendo Borges, en su intimidad, que su escritura era sencillamente magistral.