Pocas semanas atrás circuló en redes sociales un video de un motorista junto a un miembro policial en un operativo callejero, donde el agente se sorprende al darse cuenta de que estaba siendo filmado por el motorista, aumentando su asombro cuando se entera de que también era registrado en un distante Facebook, inaccesible para su accionar en el momento.

El caso motivó numerosas bromas y chistes, al entenderse que el agente suspendió el “picoteo” por temor a quedar grabado y ser difundido posteriormente.

Del evento llaman la atención varias cosas. Por un lado, la asunción generalizada de que la motivación principal del agente no era la seguridad ciudadana. Por otro, el que se evidenciara el potencial de las nuevas tecnologías para vigilar el comportamiento de las autoridades, pudiendo ayudar a prevenir acciones indebidas. Esto último lo abordaremos en la entrega final de esta serie de artículos.

El hecho nos motiva a reflexionar sobre la evolución del poder y la vigilancia, lo que contribuirá a contextualizar y entender mejor el caso.

Para Nicolás Maquiavelo, el poder residía en la persona de un príncipe que encarnaba el Estado y quien debía estar dotado de una serie de atributos para el ejercicio de la política y la conducción de la nación.

Los liberales de la Ilustración, como Locke, Rousseau, Montesquieu, entre otros, concibieron el poder como ejercicio de las funciones correspondientes a un cargo obtenido mediante procedimientos legales y constitucionales, el cual otorga autoridad para mandar, juzgar, condenar e imponer sanciones en el marco de un estado de derechos.

Por su parte, Carlos Marx lo entendía como una especie de “objeto” detentado por las clases dominantes con la finalidad de garantizar la preservación de determinadas relaciones de producción, pudiendo ser arrebatado como resultado de la lucha de clases.

Lenin

Luego Vladimir Lenin lo focalizaría en la estructura institucional de gobierno, de ahí su insistencia en la conquista del aparato estatal.

A partir de esa idea, la Revolución Bolchevique concentró sus energías en la captura y mantenimiento del Estado, sin atender suficientemente las esferas ideológicas y culturales, por lo que a la caída del sistema, unos 70 años más tarde, emergieron intactas algunas manifestaciones pre-revolucionarias que permanecían latentes y soterradas, respirando con dificultad por la opacidad del aparato represivo que las cubría.   

Las concepciones del poder mencionadas previamente, responden a determinados contextos y momentos históricos. Pero la comprensión de los fenómenos se profundiza continuamente, transitando desde lo evidente a lo sutil y desde lo concreto hacia lo abstracto, siendo natural que inicialmente el poder se entendiera residiendo y emanando de los agentes y estructuras más visibles y tangibles de la sociedad.

Con Antonio Gramsci, se amplió la visión reducida del poder, entendida hasta el momento como coacción proveniente de las instancias centrales del Estado, para incluir entonces la dirección moral e intelectual, resultante de prácticas más sutiles de dominación que se producen en instituciones como las escuelas, las iglesias, las asociaciones, los sindicatos, los clubes sociales y los partidos, entre otros.

Para Gramsci el Estado lo componen la sociedad civil y sociedad política, la conjunción de consenso y coerción; el centauro Quirón de Maquiavelo, mitad hombre, mitad bestia.

Gramsci

Gramsci reintrodujo el concepto de hegemonía con una connotación diferente a la de Lenin, al entenderlo como liderazgo ideológico e intelectual del núcleo dominante sobre el resto de la sociedad, el cual se alcanza mediante la integración, formación y persuasión de los grupos subalternos. Para el connotado italiano, la hegemonía tiene preminencia sobre la coacción.

Adentrado el Siglo XX y con el advenimiento del XXI, surgieron en América Latina procesos “revolucionarios” que reconocieron formalmente la importancia de la cultura, pero interpretándola de forma reduccionista y maniquea.

Además, esos procesos cayeron en la trampa de polarizar la sociedad y sumergirla en las dinámicas de los antagonismos sistémicos, para que a partir de las amenazas internas e imperiales, poder justificar un modelo autoritario y personalista que terminaría traicionando los principios democráticos y libertarios enarbolados inicialmente.

Asimismo, enredaron los pies de esas sociedades, abortando un futuro superior al aferrarse al poder a cualquier precio y al adoptar la lógica de que el fin justifica los medios, pasando por encima al principio metodológico de que el fin no se consigue con medios que lo niegan.

Por eso, erigieron experiencias distópicas que en lugar de representar horizontes y modelos atrayentes, terminaron sumando puntos al adversario, al desacreditar con sus gestiones, no sólo el socialismo real o el socialismo del Siglo XXI, sino cualquier experiencia social innovadora y alternativa a la existente.

Algunos aliados internacionales las levantan como banderas de la dignidad latinoamericana, pregonando sus bondades para otros, pero no para ellos mismos, ya que no las escogen como sus opciones de vida.

Michel Foucault

Con Michel Foucault se amplía aún más la concepción del poder, al hacerlo más etéreo y extenderlo desde las instituciones hacia las relaciones sociales, llegando a ubicarlo hasta en el cuerpo físico.

El poder se ubica entonces en cualquier relación jerárquica y desigual, así como donde existan reglas y líneas de autoridad. Deja de ser entonces algo que se conquista o adquiere a través de la fuerza o la obtención de un cargo, para ser resultado de interacciones humanas en un campo de relaciones desiguales. De ahí que el poder más que poseerse se ejercita, circulando a través de todo el entramado social.

Relaciones que no tienen que ser necesariamente de alto perfil e intensidad, sino que suceden también en ámbitos cotidianos como el familiar, el escolar, el empresarial, el militar y el de las asociaciones civiles, entre otros.

Gramsci concebía el poder desde una óptica macro e institucional, mientras Foucault desde una perspectiva de relaciones sociales y personales. Zygmunt Bauman lo interpretaría de forma fluida, desparramado en la sociedad y penetrando su más profundas oquedades.

Zygmunt Bauman

Antes de Gramsci primó una concepción negativa del poder, que lo entendía exclusivamente como represivo y punitivo. Pero a partir de sus definiciones de sociedad civil y hegemonía, se empezó a entender también como productor de vivencias positivas, generadoras de satisfacción, aceptación y sentido de pertenencia.

Foucault profundiza también en la dimensión ontológica del poder, al considerarlo como inductor de placeres, formador de saberes y productor de discursos.

Uno de sus aportes más importantes es la introducción del poder disciplinar, como responsable de la corrección de comportamientos impropios y la formación de sujetos y subjetividades necesarios para el mantenimiento del status quo.

Es una forma de poder que se orienta más a corregir que a castigar, a enderezar conductas y a construir sujetos “normales” y económicamente rentables para el sistema.

En las próximas entregas continuaremos profundizando en la noción del poder, nos adentraremos en distintas metáforas de vigilancia y trataremos de precisar algunas características del modelo de dominación vigente.