Si algo enriquece y engalana la existencia humana es una implacable búsqueda de la verdad y la belleza. Los científicos pecan como proverbiales rastreadores de la verdad, mientras nadie como los artistas para desenmascarar la belleza. La mezcla de ambas esquivas realidades la encarna el cultor de la literatura, un bípedo implume que logra, con subyugante destreza, embridarlas con su imaginación para reproducirlas armónica y elegantemente en la ficción. Por eso el Premio Nacional de Literatura se otorga a un caudillo de las letras. Pero también debe calificar quien las reverencie y promueva, aunque su flamígera pluma no haya sido constelada por la fama.

Este veredicto aplica en ocasión de ofrecer, con un fin de relevante altruismo, algunos balbuceos del intelecto para proponer la candidatura de un compueblano a esa premiación. Los argumentos que sustentan tal atrevimiento aspiran a desterrar cualquier sospecha de que una mera solidaridad pueblerina este detrás del pedido. Con un razonamiento que no exhibe la ampulosidad de los eruditos en el encumbrado campo literario, los merecimientos propuestos, aderezados con sazón de duendes aristocráticos y hadas encopetadas, deberán acogerse porque exudan valor propio.

Aunque su significado ha variado con el tiempo, por literatura se entiende una expresión escrita u oral dotada de valor estético o intelectual, “en oposición al lenguaje ordinario de intención menos estética y más práctica”. De ahí que, comenzando en el 1901, la Academia Sueca otorga el Premio Nobel de Literatura, a “escritores que sobresalen por sus contribuciones en el campo de la literatura.” En nuestro país las más codiciadas premiaciones de este tipo son las del Premio Nacional de Literatura de la Fundacion Corripio y el Ministerio de Cultura y los Premios Nacionales de Literatura del Ministerio de Cultura, estos últimos otorgados en seis categorías (poesía, cuento, novela, teatro, ensayo y literatura infantil). Los ganadores del primero comenzaron en 1990 con dos indiscutibles portentos: Juan Bosch y Joaquin Balaguer.

Aquí estos premios se otorgan con el estrecho criterio nobeliano de que los galardonados hayan sido autores de obras destacadas. Es decir, a creadores de letras encapsuladas en la ficción. Sin embargo, quien aquí se propone para recibir la presea de la Fundacion Corripio desborda esas estrechas fronteras porque ha tachonado su quehacer literario con otras manifestaciones de la “anomalía vital” de su vocación literaria. La valoración de sus obras deberá basarse no solo en el estro de sus novelas, ensayos y poesías sino también en su rol de infatigable y tozudo promotor y crítico literario. Por eso para distinguirlo habría que enmarcarlo en una categoría especial hasta ahora sin precedentes.

En este caso, la ampliación de los criterios de celebridad se fundamenta en una visión más oceánica del quehacer literario. La justificación se encuentra en la ilustre perorata de Mario Vargas Llosa al recibir un Doctorado Honoris Causa de la Universidad de Salamanca en el 2015 y preguntarse a sí mismo “¿para qué sirve la literatura?” “Un pueblo contaminado de ficciones es más difícil de esclavizar que un pueblo aliterario o inculto. La literatura es enormemente útil porque es una fuente de insatisfacción permanente; crea ciudadanos descontentos, inconformes. Nos hace a veces más infelices, pero también nos hace mucho más libres.” De sublevar el espíritu se deriva su valor.

Por su lado, Gabriel Garcia Márquez nos legó otra perspectiva sobre la literatura que viene al caso citar. “Salvo que sea un genio excepcional que aparezca de pronto, no se puede hacer buena literatura si no se conoce toda la literatura. Hay una tendencia a menospreciar la cultura literaria, a creer en el espontaneísmo, en la invención. La verdad es que la literatura es una ciencia que hay que aprender y que existen diez mil años de literatura detrás de cada cuento que se escriba y que para conocer esa literatura sí se necesita modestia y humildad.”  “No hay nada más entretenido que un poema o una gran novela, pero ese entretenimiento no es efímero. Deja una marca secreta y profunda en la sensibilidad y la imaginación”. La profundidad literaria es pues un prerrequisito de calidad y el postulado ha faenado lo suficiente en ese sentido para llenarlo.

El candidato califica para la presea propuesta porque, en su doble condición de crítico y promotor literario, su derroche de saetazos críticos y laudos benefactores sobre otras plumas instiga al culto literario. En nuestro parnaso, ese veredicto lo secunda Cesar Zapata con enorme contundencia al concluir sobre las bases del premio en cuestión que: “Toda forma de estímulo a la producción artística, de las letras y las artes, constituye en sí misma un patrimonio intangible que debe ser preservado. El estímulo a la creación contribuye a elevar la conciencia nacional y alimenta nuestro acervo.” Vargas Llosa argumentaría que ese estimulo vital genera mayor libertad creativa.

La categoría que encajaría sería entonces la de “Trayectoria de Vida Literaria”, una que abunda en las premiaciones de Hollywood. El egregio trajinar literario del personaje propuesto se remonta a unos años mozos cuando se reveló, con la ebullición propia del adolescente apasionado, como un paladín de la verdad y la belleza al fundar en Pimentel la Sociedad Literaria Amigos de la Verdad y la Belleza (Amidversa). Para eso logró inspirar, con verbo pletórico de admiración por el amor y la bohemia, a un amasijo de provincianos henchidos de sensibilidad onírica, incluyendo a Hilma Contreras. El postulado fungió como hado padrino de ese grupo de imberbes literatos que, aunque extasiados por las letras, nunca llegaron a prohijar un movimiento.

Wikipedia reconoce al candidato propuesto en una breve reseña de la creación literaria dominicana al referirse a “la más reciente promoción de ensayistas literarios nacionales, entre ellos: Manuel Mora Serrano, Miguel Ángel Fornerín, José Enrique García, etc. han desarrollado una invaluable labor en la prensa nacional como articulistas, reseñadores de libros y cronistas literarios.”

El legado total del postulado es amplio y múltiple, pero aquí basta con mencionar algunas de sus más destacadas producciones. Como novelista sobresalen sus obras “Goeiza” (merecedora del Premio Siboney), “Juego de Domino” y “La Luisa”. Entre sus investigaciones literarias resplandece el monumental tratado sobre “Postumismo y Vedrinismo: Primeras Vanguardias Dominicanas”, “Antología Poética de Domingo Moreno Jimenes” y su más reciente “Modernismo y Criollismo: La Turba Letrada y los Mitos Literarios”. Como bardo alucinado merecen un reconocimiento especial su “Sinfonía en Miedo Mayor”, “El Precio del Fervor” y “Celebración del Vino Oscuro”.

Vale mencionar, finalmente, que el presidente Balaguer distinguió al candidato al nombrarlo Asesor Cultural del Poder Ejecutivo, que ha merecido el premio “Caonabo de Oro” y que por su incesante deambular por la geografía nacional y su devota exaltación de los ambientes bucólicos mereció ser reclutado como Asesor de Turismo Interno por la Secretaria de Estado de Turismo. Sus otrora esporádicos oficios de fiscal y juez y la frondosa amistad con Franklin Mieses Burgos y Freddy Gatón Arce enriquecieron su versatilidad literaria. Todo lo cual ha acumulado una pátina enjundiosa que todavía lo delata como avezado fisgón de la verdad y la belleza.