Considerarse representante de Dios en la tierra es una grandísima responsabilidad para quien así se considera y por supuesto para quienes se convenzan de tal rol socioreligioso, y precisamente es esa la condición del mesías en los contextos religiosos, varios ejemplos hemos tenido y de múltiples procedencias: Jesús Cristo, Mahoma, y en nuestro espacio local Liborio Mateo.

Este liderazgo religioso con dimensión mesiánica es centralizado, opaco y reduce a su espectro personal la devoción, la reverencia, las ofrendas y hasta las propias experiencias de lo divino que se diluye en mesías, que es humano, en tanto que Dios, es divino y supraterrenal. Su fuerza mística gravita entre sus adeptos con una energía que es capaz no solo de adorarlo con fervor, sino de organizarse, transformarse en creyentes militantes y responder a sus designios.

Todo ha de girar alrededor del mesías según esta manera de conducir proyectos sociales, quien actúa como enviado de dios, aunque a veces él lo suplante en ocasiones. Esta manera de relación con lo divino que experimenta la dicotomía entre un ser enviado que no es dios, pero que lo representa, ha generado en el mundo religioso conflictos de adherencia y convicciones aún no resueltas.

Viejos en sus visiones, estos liderazgos impiden la actualización, la modernización y el cambio generacional tan necesario para airear los ejercicios de gestión: empresariales, sociales, culturales y políticos

El mesianismo es un liderazgo pues que se basta así mismo, es personalista, centralizador y único en sus predicciones y visiones de lo sagrado, su adoración a veces desborda la racionalidad y el acto de fe, para convertirse en una militancia fanática. Este tipo de liderazgo es puntual en el mundo sagrado, no es frecuente ni generalizado, lo han encarnado determinadas personalidades en circunstancias sociohistóricas y culturales.

En la política se ha traducido el liderazgo mesiánico para aquellos líderes que son en esencia caudillistas porque se homologan en sus prácticas con el de naturaleza mesiánico sagrado, pero también se consideran los únicos escogidos para ejercer el poder y sin ellos presente o al frente, todo se derrumba. Es un liderazgo personalista, autoritario, centralizador, a veces populista, hegemónico, efusivo en su comunicación y reiterado en sus ansías de poder.

No solo son caudillistas los líderes que han ejercido el poder presidencial y político en sentido general, son también caudillistas aquellos liderazgos que no se retiran, que no crean espacios y canales a la continuidad y cuya visión del poder y la política se ejerce desde la óptica del líder y mentor. Puede ser este caudillismo conservador o liberal o de izquierda y de derecha, siendo el causante de los grandes traumas políticos de la humanidad.

En el caso dominicano, el caudillismo mesiánico ha dominado la historia política nacional desde Pedro Santana, pasando por Buenaventura Báez, Ulises Heureaux-Lilís-, Horacio Vásquez, Ramón Cáceres, Desiderio Arias, Rafael Leónidas Trujillo, Joaquín Balaguer, y los más recientes líderes de la vida política contemporánea de las últimas tres décadas.

Estos liderazgo no se retiran, no se jubilan, no crean relevos o continuadores, no facilitan los procesos de cambios naturales de la sociedad y su obstinamiento, puede ser y han sido, causante de cicatrices históricas marcadas como la de Pedro Santana y la modificación del artículo 210 a la Constitución de 1844, los seis períodos presidenciales de Báez, la obstinada insistencia a la reelección de Lilís, que provocó su asesinato el 26 de julio de 1899 en Moca, la prolongación del período de Horacio Vásquez del 1928 al 1930, los 31 años de Trujillo resultado de lo anterior, los 22 años de Balaguer, y la insistencia de los demócratas modernos de la transición en quedarse en el poder más allá de lo legalmente previsto.

En otras esferas de la sociedad encontramos liderazgos mesiánicos y caudillistas en los gremios, sindicatos, Juntas de vecinos, asociaciones deportivas, clubes culturales, mundo artístico, y otros espacios de la vida social dominicana que debemos ver con sentido crítico. Es un error creer que el caudillismo es un mal de la política, al menos es ahí donde mayor daño produce a la sociedad, sin embargo, como malestar social, es perjudicial en cualquiera de los escenarios de la vida de un país pues manda un mal mensaje.

La Confederación Sindical Cristiana, la CASC, tiene por más de 50 años a Gabriel del Ríos como su principal figura, nadie más ha podido posicionarse y desarrollarse, en un tiempo SITRACODE, el sindicato de la antigua CDE, era sinónimo a Delfín Vásquez; y otros sectores gremiales repiten sus líderes como si fuera una conducta social generalizada, un caudillismo gremial, social y en el deporte donde existen las asociaciones que organizan las distintas disciplinas del deporte y cuyos dirigentes suelen estar al frente de esas asociaciones hasta 30 años.

Pero tampoco son democráticos los empresarios y familias de poder económico que pocas veces dan espacio a los herederos jóvenes para emprender y que puedan continuar con los negocios familiares, con raras excepciones. Viejos en sus visiones, estos liderazgos impiden la actualización, la modernización y el cambio generacional tan necesario para airear los ejercicios de gestión: empresariales, sociales, culturales y políticos.

Es así que encontramos una sociedad dominantemente joven, según los censos nacionales más recientes, pero con liderazgos viejos, retrotraídos en el tiempo o como una réplica de los viejos esquemas, no se es joven en el liderazgo por la edad, sino la visión, postura y compromisos con los cambios que hacen que la sociedad supere viejas por nuevas visiones del mundo y este desafío está por verse en esta sociedad de gente joven con mandos anticuados que bien pueden ser asesores, consultores y árbitros (jamás pensar en ignorar la sapiencia de los años), pues su experiencia ninguna sociedad debe desestimarla, pero con el norte claro de que los cambios muchas veces, sólo es como utopía, resultado y producto de lo nuevo, lo joven y lo innovador.