Conversando con una amiga sobre sus “ambiciones”, se me ocurrió preguntarle por que en esa lista de cosas no había un espacio para poseer una obra de arte. Sin mucho preámbulo me dijo que eso no era una prioridad para ella, – sin embargo visitar el Museo del Prado y tomarse unas cuantas fotos fue una de sus grandes fascinaciones del año pasado – eso me llevo a cuestionar para que realmente sirve el arte de hoy.
En los tiempos que nuestra producción artística fue un “commodity estatal”, el compromiso y la propia fuerza autócrata, cegaron la oportunidad de ejercer mediante el cuestionamiento otra forma simbólica y reflexiva ya que el narcisismo que emanaba del poder era lo primario. Ese tiempo dictatorial fue suficiente para el estado reorientar la función del arte nacional, tanto para los dominicanos como para los inmigrantes de la época.
A pesar de la impronta de ciertos movimientos y sus esfuerzos por generar una imagen distinta, el aparato burocrático que solo propone el esquema “arte-político” en el que las figuras toman un carácter de deidad no ha podido ser desplazado, separando cada vez más a los ciudadanos de estas manifestaciones.
Sin dudas, tener una obra de arte no es imposible, lo inevitable en cuanto al arte es que proponga cambios. En la actualidad hablamos incluso de arte-sanador, pero lo que es indispensable es que toda propuesta establezca su sentido de admiración, para que la gente pueda vivirla y hacerla suya.
No todos ven una obra con el interés de compra, ya que la descarada relación del arte y el mercado se muestra muy afanosa, pero siempre se llevan el privilegio que les da el momento de ese dialogo sugerente. Por eso nos llega la canción de Rita Indiana y crea un sobresalto en nuestra costumbre politico/social, un ejemplo de arte útil, que de cierta forma despierta la memoria colectiva, dándonos otra oportunidad para cuestionar nuestra realidad y volver a pensar porque Vela Zanetti apagó tantas sonrisas en sus murales festivos.