En ningún otro momento histórico como este, se precisa tan claramente el propósito de la clase dominante de convertir al Estado en un instrumento de opresión y explotación al servicio de sus intereses”.- José Francisco Peña Gómez

Con una lucidez espectacular, el más preclaro de los políticos que haya alumbrado esta media isla, vaticinó, quizá sin proponérselo, la crisis de representatividad que sufriríamos los dominicanos cuando los estudiantes de un viejo profesor olvidado en la cripta de un cementerio de pueblo, aprendieran las mañas de aquellos que sin gobernar, han estado presentes en las decisiones más funestas en contra de la clase humilde.

La democracia criolla, no cabe dudas, ha jugado a favor de esos tipos, que no tienen miramientos a la hora de establecer por y para qué llegaron. Apostaron al poder. El Estado en manos de los peledeístas y esos sectores, es una especie de teatro donde el papel espectacular lo ocupa la pantomima normativa. Y en ella se representa la atrofia de un sistema imperfecto moldeado al gusto de esa claque, que es capaz de todo con el único propósito de engordar sus bolsillos y satisfacer sus egos.

No pretendo, como no lo he hecho antes, juzgar el aprovechamiento de un grupo  político en cuanto al uso de la aritmética electiva. Y es que, como estudioso de la ciencia cuyo objetivo es hacer de lo irracional un elemento fáctico conveniente. Entiendo, que debe estar presente la mayoría en toda decisión donde la máxima consista en la detentación del poder y la imposición de la fuerza como método democrático para elegir a las autoridades.

El poder, sobre todo el que se refiere al aspecto político, en cualquier sociedad, es la manifestación de esa fuerza, y está representado en la autoridad que ejerce una entidad sobre otra. De ahí que se use un despliegue injusto de recursos humanos y económicos para obstaculizar todo un régimen en provecho de la clase que lo posee, existe un gran trecho, máxime, cuando la intensión es impedir la representatividad de ideas contrarias en las entidades con cierta independencia y autonomía.

Una muestra reciente de la utilización de los mecanismos que aseguran el poder para obtener más poder. Es la elección de los jueces que integran la  Suprema Corte de Justicia,  evento que evidencia la degradación de un sistema judicial que lleva años el servicio de los peledeístas y que ha sido utilizado, cual muro de contención, para impedir que fluya de forma natural, el ejercicio pleno del Poder Judicial como herramienta sancionadora de los actos delincuenciales cometidos desde el gobierno, por miembros, amigos y relacionados del Comité Político-empresarial morado.

Este esquema de corrupción que rige a sus anchas el Estado, inició con la idea del otrora líder del oficialismo, Leonel Fernández. Pero es Danilo Medina, pese a sus limitaciones intelectuales, quien ha sacado más provecho al uso de los recursos públicos en favor de la construcción de un imperio, que de no ser por la resistencia de una clase media empobrecida y la clase trabajadora en situación deplorable,  hubiera tenido razón el gatito de Villa Juana, al pronosticar cuarenta años consecutivos de corrupción e impunidad.

Hasta ahora, todo lo orquestado tiene como fin, concretizar una dictadura sistemática para dar riendas sueltas al hurto y la delincuencia de cuello blanco. Porque Danilo, escaso en ideas utópicas, solo atina a manejar la Nómina Pública y con ella construir un líder que se desvanece cuando escasea la prebenda y disminuye la propaganda.   

Aun así, ha logrado en menos tiempo que el otro, apropiarse de todo lo que su débil comprensión cognitiva le hace creer que fuera suyo. Inició con su Comité Central y su Comité Político. Luego fue por sus Senadores, sus Diputados, sus Alcaldes y sus Regidores. Pero vio que no era suficiente, y fue por su Junta Central, su Tribunal Superior Electoral, su Tribunal Constitucional y ahora, ya tiene su Suprema Corte de Justicia, nada más parecido a una dictadura, que no obstante estar revestida de democracia, a lo sumo se perfila casi perfecta.