Un maletín. Noventa y dos millones. Dieciséis interrogados. Cero imputados. Ese, Jean Alain, es el micro-cuento que se repite en nuestras cabezas desde el 21 de diciembre pasado cuando la justicia estadounidense hiciera pública la hecatombe de Odebrecht; tras dos meses de mareo aún no entiendes que estás al frente de una oportunidad de oro, la de reivindicarte y pasarte al bando de la jurisprudencia dominicana, en cambio, funges como escudo del régimen mafioso que estrangula nuestra patria.
Me consta que a las autoridades se les habla de usted, no por rango, sino por estima. Sin embargo te tuteo porque cuando los que mandan pierden la vergüenza, los que obedecen, pierden el respeto. Ese respeto que sufre achaques desde que Colón pusiera chancleta en suelo Quisqueyano,
Ni la viruela, ni el sarampión, ni la fiebre amarilla que trajeron los españoles en sus carabelas resultaron más letales que la peste de la corrupción enquistada en esta isla. Y es que los antecedentes de inconstitucionalidad iniciaron con la regencia de los invasores europeos, quienes impusieron dominio colonial, saqueo, esclavización y explotación sistemática de los indígenas desde el comienzo.
Para citar casos más recientes tenemos el ejemplo fidedigno de la llamada “Segunda República” (1887-1899) o la tiranía de Lilís (Ulises Heureaux), cimentada en el soborno, el robo, la represión, la emisión de dinero sin respaldo y el tráfico de influencias, artimañas que elevaron los niveles de corrupción a puntos sin precedentes, que solo resultarían comparables con los que se produjeron durante los mandatos de Balaguer, sesenta y siete años después.
Los de este derivaron en la academia de la concupiscencia, el abuso de la constitucionalidad y los derechos humanos, del nepotismo y del terrorismo de Estado para las gerencias posteriores, pues “El Doctor” cegó y calló a más de uno al afirmar que “la corrupción se detenía en la puerta de su despacho”.
A partir de ahí inició la cultura de lo fácil. Los míseros salarios, las pésimas condiciones laborales de los empleados públicos, las profundas desigualdades económicas y sociales, el clientelismo y la impunidad que hacen de nuestra administración pública un suelo fértil para lo malhecho.
¿Lo peor de todo? La normalización de tales prácticas, al punto de que hoy pueden ser extensibles a cualquier persona, incluyendo al presidente de la República Dominicana. Y eso, Jean Alain, es un secreto a voces.
Mas como no hay mal que por bien no venga, procurador, el capítulo dominicano del caso Odebrecht ha resultado como un balde de agua fría para despertar al pueblo de su endémico letargo. Colón aniquiló a los indígenas, pero apareció un Enriquillo. Santana nos vendió a España y se alzó el grito en Capotillo. Pues hemos aprendido a desaprender de nuestra historia y que aquí siempre habrá un Caamaño para revolución.
Que el telegrama se quedó en la tiranía de Trujillo y ahora hay hashtags que derrocan gobiernos. Que no seremos los más letrados de la prueba PISA, pero nos sobra audacia y osadía. Que no somos potencia, pero tampoco impotentes. Que por dos que marchen “por bulteros”, hay tres que lo hacen por civismo. Porque lo correcto también se contagia.
Que aquí no hay miedo, pero sí hastío, Jean Alain. Que cuando tiene voluntad el dominicano llega tarde, pero llega seguro.
En cambio tú, que nos cuestas mensualmente RD$218,750.00, tienes el coraje de tomarte el tiempo del mundo para fallar un expediente inflado inútilmente para sepultar bajo toneladas de papel y lindas palabritas un hecho tan verificable como el enriquecimiento ilícito de todos los implicados, el conflicto de intereses y los desmanes delictivos de tus cómplices de partido.
Al “acuerdo” con Odebrecht solo le faltó melodía para pasar a ser un jingle del Cerito de Oro: “róbese media isla hoy y páguela mañana en ocho cómodas cuotas”.
Así que no nos pidas paciencia y comprensión Jean Alain, que esto no es terapia de pareja y al chantaje no se le da tregua. No estamos implorando que nos concedas alguna gracia o un favor, sino reclamando que hagas uso puntual de las facultades que la Ley te concede, porque en esta maraña no hay nada que justifique ni tu incuria ni tu indolencia, que solo te hacen un secuaz de la mafia que saqueó doce países.
Con un currículum tan emperifollado como el tuyo: tres maestrías en Derecho en La Sorbonne (París), La Sapienza y la Escuela Superior de Administración Pública en Roma, catedrático en facultades del país por más de diez años; dominante del castellano, inglés, francés e italiano… la materia gris debería alcanzarte para intuir que tú mismo te estás “tullendo” tu futuro político y muy probablemente el privado.
Solo en el sentido hipotético de que fueras psicópata entendería tu indiferencia a sabiendas de que te haz convertido en el hazmereír de la opinión pública. De que tus hijos se enteraran en la calle que su papá es un fraude. De que prefieras que te recuerden como un meme de Elvis Crespo al hombre que le puso rostro a los 92 millones de Odebrecht. Eso, procurador, vale más que el maletín de Rondón.
El reloj está corriendo, el chanceo se te acaba, así que procura terminar “el muñeco” antes de que la marcha verde se convierta en la revuelta roja y el libro color esperanza se firme con sangre. Gánate el favor del pueblo sin picapollo ni funditas. Haz lo que nunca se ha hecho como indica tu titiritero. Cásate con la gloria Jean Alain ¡Allántanos y aplica el “caiga quien caiga”! A menos que te vayas a caer tú mismo.