1960: cuando la pena de muerte se convirtió en la primera lucha, civil, global.

Yo, no  tenía 15 años, el caso de Caryl Chessman me había emocionado y  en clase, recogí firmas, para apoyar una idea que se había expandido en Europa, contra la pena de muerte, tal y como se practicaba en los Estados Unidos: cámara de gas, electrocución presenciada con testigos.

La opinión mundial se solidarizaba con  Caryl Chessman (27 de mayo de 1921 – 2 de mayo de 1960) condenado a morir por crímenes que negaba, haber cometido. Recogí dos o tres hojas de cuadernito, llenas de firmas de escolares que mande, por correo desde Francia,  al Gobernador de California, Georges Brown. Todos esos pasos, como decisiones personales e  iniciativas tomadas desde la escuela, sin compartir con mis padres,  me hicieron sentir “adulta” una otra persona, por primera vez, tomaba una iniciativa donde se  expresaba mis sentimientos profundos, mi independencia y nunca más, dejaría de ser indiferente a causas humanas.

Fue un caso singular: no sabíamos exactamente si el inculpado era inocente o no, si era  un supuesto ladrón y  violador que había sido condenado a la pena de muerte, a los 27 años, por un tribunal, luego de ser acusado de secuestro, robo y perversión sexual. en un juicio que  sembró dudas y confusiones. A Caryl se le conoció como «El bandido de la linterna roja», apodo que derivó del modus operandi del asesino: las parejas de novios de San Francisco eran regularmente «visitadas» por policías extorsionadores que se ubicaban con sus luces rojas detrás de los autos en los que los jóvenes daban rienda suelta a sus pasiones.

Lo que no sabía Caryl Chessman es que  había reavivado, en la memoria colectiva,  el horroroso rapto y posterior asesinato del hijo de Charles Lindbergh.

El caso sensibilizo a la opinión pública mundial porque Chessman había sido forzado a escribir y a firmar una confesión mientras estuvo en custodia en 1948, en numerosas ocasiones, cambió su confesión, pero ya era muy tarde. El estado de California ya había endurecido sus estatutos,  durante el proceso de 1949. No importo que las mujeres citadas a testimoniar, no lo reconocieran  formalmente. Esos crímenes (dos asaltos sexuales) incluían una serie de pequeños robos y dos asaltos.  Las descripciones físicas por parte de las víctimas nunca concordaron con Chessman.

El  había recorrido el Corredor de la muerte (que desembocaba en la sala de la muerte)  de la cárcel de San Quintin, (California), por más de 12 años, logrando cada vez salvar su vida porque en la cárcel había estudiado derecho, español y latín y  frente a ese acto de rehabilitación y superación personal que le permitía reinsertarse en la sociedad, el mundo intelectual e artístico  se había movilizado contra la pena de muerte e hizo de esa causa,  una de las primeras causas globales –sin saberlo en su época-  que los medios difundieron ampliamente  porque reunía a personas de fama mundial: como Brigitte Bardot, Albert Schweitzer, el escritor francés Francois Mauriac, Dean Pike, Marlon Brando, Steve Allen: el sistema judicial norteamericano estaba enjuiciado y el mundo se había movilizado para que ese hombre no muriera,  ni electrocutado ni en la cámara de gas. En todas las escuelas, las maestras sensibilizaron sobre el tema, en todos los centros de reunión, era el tema a discutir. La sociedad europea, sobre todo, no soportaba esas muertes que se volvían espectáculos macabros que podían presenciar testigos y medios de comunicación. 

Caryl Chessman había pasado de ser un sencillo sospechoso, a un preso que se defendía solo, que escribia libros, todos best sellers y ya reflejaba otra personalidad, era otro tipo, se conoció su celda: la 2455 del corredor de la muerte de la prisión de San Quintin, convirtiendo su calvario en uno de los casos más peculiar en la historia legal norteamericana. Sus 3 libros:  Cell 2455 Death Row (1954), Trial By Ordeal (1955), The Face of Justice (1957) se vendieron como panes calientes y su novela “The Kid Was A Killer”  (1960) tambien, además de numerosos artículos y una experiencia sin rival en las leyes estadounidenses. En 1955,  Death Row hizo una película sobre el caso,  lo hizo a partir de su libro “Cell 2455” ; todas sus obras fueron traducidas a varios idiomas Esa notoriedad le permitió posponer ocho (8) citas fijadas para su ejecución, a través de recursos y amparos judiciales. 

Sin embargo, nadie pudo prorrogar la última cita: el 2 de mayo de 1960, Caryl Chessman moría en la cámara de gas de la Prisión Estatal de San Quentin, Estados Unidos.; periodistas de Sudamérica y de Europa viajaron desde sus lugares de origen para entrevistarlo; y muchas canciones populares, como The Ballad of Caryl Chessman de Ronnie Hawkins, fueron entonadas en un intento por salvarlo de la muerte.

Si todo fue inútil, no lo fue para la lucha contra la pena de muerte en el mundo occidental. El caso de Caryl  Chessman continúa paseándose en los corredores del sistema jurídico estadounidense. Al parecer, una verdad ha ganado terreno con el correr del tiempo: Caryl Chessman no fue ejecutado necesariamente por lo que se le acusó, el mismo lo afirmo en su ultimo libro. Fue ejecutado debido a la incomodidad y el terror que causó en Estados Unidos. Hoy se considera, su ultimo libro “The Face of Justice” como un testimonio exactamente  como el “Gulag” de Solyenitzin en la ex Unión Soviética.

La  petición de indulto que firmaron personajes como Eleanor Roosevelt, Pablo Cassals, Aldous Huxley, Ray Bradbury, Norman Mailer, Billy Graham, Dwight Mc Donald, Robert Frost y hasta la UNESCO   fue enviada al Presidente Eisenhower, arguyendo la rehabilitación del reo. Pero  las motivaciones que impulsaron a muchos estudiantes, como yo, para firmar miles y miles de  peticiones, fue por la emergencia de nuevas inquietudes en la sociedad sobre derechos humanos y civiles, la promoción de los valores de la vida y el cuestionamiento que se hacía a una justicia no exenta de corrupción, plagada de errores, de prejuicios, de  repetidas falsas acusaciones, en plena guerra fría, que por muy poca cosa, acusaba un ciudadano inocente por concluir un caso.

El lunes 2 de mayo [de] 1960 el juez Louis Goodman llamo al alcalde Fred Dickson, de la prisión de San Quintín, para suspender por novena (9)  vez la ejecución, mientras escuchaba nuevos alegatos de los abogados, pero su llamado llegó tarde. Chessman ya estaba en la cámara de gas.   A los 8 minutos y 10 segundos era declarado muerto. Dejó una declaración en la que decía: «En mi existencia fui culpable de muchos crímenes, pero no de aquellos por los que me habéis arrebatado la vida»… «Ahora que el Estado se ha tomado su venganza, me gustaría preguntarle al mundo qué ha ganado con ello??».

Nunca olvide a ese condenado, nunca más me quedaría indiferente frente a la injusticia,  desde esa primera acción ciudadana. Ayer sentí algo similar, Miriam German, pero no supe a donde mandar mi firma.

Pura coincidencia, cuando escribía este artículo, el gobernador Gavin Newsom firmó un decreto este miércoles 13 de marzo del 2019 que pone una moratoria sobre la pena de muerte en el Golden State.  737 personas condenadas a muerte en California, la mayor población de personas condenadas a muerte en el país, se salvaran. La medida del demócrata cerrará inmediatamente la cámara de ejecución en la prisión estatal de San Quintín y retirará el protocolo de inyección letal de California. No alterará ninguna condena o sentencia actual, ni dará lugar a la liberación de ningún prisionero actualmente en el corredor de la muerte…………… 60 años después de mi petición:  nada es en vano.