No hay dudas de que el cartuchazo más grande del legado de Barack Obama será la reapertura de las relaciones diplomáticas plenas con Cuba.
En un artículo anterior, “Deportaciones Masivas” (Acento, 17 de julio, 2014), decíamos que Barack Obama podía resolver el asunto de los “indocumentados” de un sólo cartuchazo, a través de una orden ejecutiva (decreto presidencial).
Eso es precisamente lo que hizo.
De acuerdo con algunos analistas políticos Barack Obama pasará a la historia como uno de los presidentes más indecisos y, al mismo tiempo, el que más deportaciones masivas ha autorizado pero, también, como uno de los presidentes que más órdenes ejecutivas ha firmado en la historia de los Estados Unidos.
El campeón en este departamento fue el presidente Franklin Delano Roosevelt, quien en 12 años de mandato (fue elegido tres veces de forma consecutiva) emitió 3,721 órdenes ejecutivas. No olvidemos, sin embargo, que le tocó gobernar durante la Segunda Guerra Mundial y que tuvo que hacerlo durante la gran depresión económica de los años 30.
Curiosamente, el presidente que menos órdenes ejecutivas autorizó (sólo una) fue George Washington, el primer presidente de los EEUU.
John Boehner, el líder Republicano de la Cámara de Representantes (reelecto recientemente para un segundo período) ha llamado “dictador” a Obama, precisamente por estar gobernando a través de decretos presidenciales (órdenes ejecutivas). Lo que no dice Boehner es que su partido le ha trancado sistemáticamente el juego a Obama desde el principio, haciendo prácticamente imposible un gobierno viable basado en el intercambio inter-partidista con ambas cámaras (el Senado y la Cámara de Representantes).
Cuando un presidente tiene que gobernar con un Congreso adverso (como en el caso de Obama) no le queda más remedio que gobernar a cartuchazo limpio.
En inglés existe la expresión “too little too late” (muy poquito muy tarde). Ese será uno de los apelativos que, de acuerdo con los analistas mencionados más arriba, formará parte del legado del presidente Barack Hussein Obama.
Después de la debacle de las elecciones congresuales de noviembre pasado, “ganadas” por los Republicanos con sólo el 26% presente en las urnas (el 74% de los votantes se abstuvo), Obama ha autorizado, una tras otra, tres nuevas “órdenes ejecutivas presidenciales”. La última es la que prohíbe a corporaciones estadounidenses invertir en la península rusa de Crimea. Eso explica el grado de frustración en que se encuentra el electorado estadounidense, indicando que ha perdido su confianza en la burocracia interpartidista de Washington, D.C.
Obama ha firmado hasta ahora casi 200 órdenes ejecutivas. La de Crimea, prohibiendo relaciones comerciales con esa península a la orilla del Mar Muerto, ha sido en contra del gobierno de Vladimir Putin, por haber apoyado a la población rusa de Crimea (antigua península soviética) en su separación de Ucrania, regresando a formar parte de la “Madre Rusia”.
Sin embargo, Crimea había sido parte de la Unión Soviética hasta el 1953, cuando Nikita Khruschev (ucraniano) la hizo parte de Ucrania.
Al paso que vamos, Barack Obama probablemente firmará un total de 500 órdenes ejecutivas, antes de terminar su mandato, sobrepasando a Kennedy (que firmó 214 en los tres años que duró su presidencia). Clinton firmó 364; George W. Bush, 291.
Si analizamos la historia de estos decretos presidenciales, podemos observar que existe la tendencia entre los presidentes demócratas de ser los que más órdenes ejecutivas autorizan. Estas aumentan, naturalmente, en los momentos de crisis económicas, como en el 1930, cuando Franklin Delano Roosevelt heredó la gran depresión económica dejada por Herbert Hoover (Republicano) y luego “inventó” la estrategia de meter a la nación en la gran conflagración mundial para salir de la crisis. Y lo logró, a pesar de las miles de vidas que se quedaron en las trincheras.
Como compensación a la tragedia, Roosevelt se “inventó” el “social security” y, cuando los sobrevivientes retornaron a sus hogares y los baby-boomers comenzaron a brotar como conejos surgidos de una conejera descontrolada, triplicó el gasto público en obras de infraestructura, creando empleos a diestra y a siniestra para los soldados que retornaban de los campos de batalla. Fue una técnica keynesiana que levantó al país de la bancarrota en que se encontraba antes de la Segunda Guerra Mundial.
Como el ciclo descendente del capital es cada vez más profundo y tiene que generarse más producción (Producto Interno Bruto) para salir de esas mini o mega crisis (dependiendo del momento histórico), la tendencia siempre ha sido la de elegir a presidentes Republicanos en tiempos de abundancia (para restringir el gasto público) y, al revés, elegir a presidentes Demócratas que expandan el gasto público invirtiendo en servicios e infraestructuras para salir de ellas, reduciendo así el desempleo y dinamizando el consumismo constante de los ciudadanos. Eso hace que haya más circulante en las calles y existan más consumidores que sigan gastando y moviendo la economía de mercado. Ese es el motor que estimula a este tipo de economía.
El Dr. Balaguer lo hacía usando lo que él llamaba “política del cemento” (construyendo viviendas públicas). El problema era que lo hacía creando divisas inorgánicas (sin respaldo real).
Por eso no se puede administrar un país de la misma forma que se administra una empresa privada. El mejor ejemplo lo tenemos en la Unión Europea, que apenas comienza a salir de una mega crisis que ellos mismos crearon, restringiendo el gasto público a merced del desempleo masivo de los ciudadanos. Es todo lo contrario de lo que recomiendan los principios keynesianos.
En otras palabras, que el verdadero Barack Hussein Obama ha comenzado a revelarse (no a “rebelarse”, como muchos quisieran). Y, como el 2015 será un año de grandes sorpresas (como la de EEUU con Cuba al final del 2014), muchos sucesos inesperados, como la reciente tragedia en las oficinas de la revista Charlie Hebdo de Paris, seguirán alborotándonos a medida que pasan los días.
Esperemos más cartuchazos.