Julia de Burgos es toda una mitología y como tal, uno corre el riesgo de perderse en las reinterpretaciones. Hay una Julia que para el adolescente aparece en la secundaria y se convierte en la primera referencia puertorriqueña. Desde mi charco de agonía caribe hay un Río grande de Loiza conectado a un sobrino acústico en el Ozama que divide. Otra Julia, esta vez en Nueva York después del fiasco de las torres, en donde cada Nuyorican se sabe al menos una estrofa de cualquier poema de ella y si no saben el poema entretienen algún chisme de su vida: que si murió sola, que si era comunista, que si el dominicano la maltrataba, que la boda de ella tenía que ser la mejor… Y luego en el Viejo San Juan de mis desmadres, del estudio y el Ron del Barrilito, La Perla, el beso negro o los niños perdidos en Canóvanas, el peligro y el Atlántico riéndose de nosotros Julia, tanto océano recitando palabras que son semilla en el surco abierto de mi cuerpo, en tu aliento. Decir tu nombre es tentar el referente lírico: tu obra es un monstruo que invita al halago y a la sorpresa mientras, tu figura es blanco de un sinnúmero de especulaciones que de una forma u otra rodean tu poesía de un misterio diseminado más allá de tu escritura y de tu vida como boricua amante, antillana revolucionaria y combatiente.

Recién ha sido publicado en Puerto Rico Cartas a Consuelo, una colección de cartas enviadas por Julia de Burgos a su querida hermana menor, durante el peregrinaje que la llevó a Nueva York, Washington, Cuba y otra vez los Estados Unidos desde agosto de 1939 hasta junio de 1953. La primera carta, fechada en Puerto Rico justo antes de iniciar el éxodo, es el espejo de la esperanza: “Mucho valor infíltrale a todos por allá”, le ruega la poeta a su hermana; la última epístola, escrita al borde del desacato desde un hospital en Nueva York, es un documento de aceptación y valentía. Este epistolario, como bien apunta Lena Burgos-Lafuente en el texto de introducción, deja entrever la ficción del yo que encierra la correspondencia. ¿Quién es Julia de Burgos? ¿Cuántas hay?

Vuelo a Puerto Rico, dos días, un viaje relámpago a firmar libros en Santurce, a leer una conferencia en Arecibo. Ya he visto el libro figureando en Facebook y me digo: debo adquirir uno. Piso tierra boricua y me dejo abrazar; hay sudor y lágrima, carcajada y reproche, bienvenida y adiós. En Arecibo me escabullo entre la manada que con ahínco asedia a los famosos invitados al congreso: Alejandro Zambra, Ana Lidia Vega, Leopoldo Brizuela… me deslizo hasta las mesas de los libreros y consigo un último ejemplar de las Cartas. En mis manos la escritura se convierte en una ventana a la intimidad de la poeta tierna y furiosa. Bajo el influjo del Atlántico me dejo envolver por sus confidencias de muchacha enamorada, que habla en formas elevadas del disidente dominicano Juan Isidro Jiménez Grullón. Este amor atormentado, mal visto por los parientes del hombre, es un tema constante en las cartas de Julia. Otra constante es la precariedad económica que obliga a las hermanas a contar dólares y centavos, a hacer inventario de lo poco, a reclamar vestidos como piezas usadas ante los agentes aduanales ya que un par de pesos ahorrados aquí pueden servir para comprar papel, sobre y estampillas allá.

Dije ya que las cartas de Julia son reveladoras. El estudioso confirmará que contrario a la imagen de una poeta de ráfagas referenciales, de Burgos era una escritora muy preocupada por su producción, “Debo publicar un libro cada año”, asegura Julita a Consuelo, a quien también le pide que por favor le envíe recortes de todo lo que se publica de ella en la isla. Porque Julia de Burgos no se fue nunca de Puerto Rico. En más de una carta la hermana mayor le sugiere a la pequeña, “Vete de vacaciones a Ciales que para esta época del año está muy bonito”. La sugerencia no es otra cosa que el deseo de la misma poeta por estar en Ciales en ese momento. Sin querer queriendo ella dice Consuelito ve tú, se tú mis ojos. Lo cierto es que Consuelo no estaba para vacaciones ya que la partida de Julia la deja a ella como responsable de un hogar que prueba luego resquebrajarse. Ante la desbandada familiar, Consuelo se casa y el casamiento la involucra en la lucha comunista en Puerto Rico y como resultado, la correspondencia se hace menos constante. Pero no hay que equivocarse, ya que si algo prueba el conjunto de misivas, incluyendo al final tres cartas del mismo Juan Isidro, las hermanas fueron cien por ciento una para la otra. Julia el ánimo y la confianza, Consuelo la perseverancia y la paciencia. Aquí en Chicago llega la hora del turno calavera en donde el cuerpo dice no voy más. Un colombiano hace check out y no tiene nada para leer en su travesía. Termino esta nota y sin pensarlo le doy mi copia anotada… vaya, que el pensamiento de Julia lo acompañe. Hay libros que nacen para viajar y esta colección cartas de ruta al querer más profundo puede contarse entre ellos.